Natalia Parodi: "Las virtudes de soñar"
Natalia Parodi: "Las virtudes de soñar"
Redacción EC

La diferencia entre quienes sueñan mucho y quienes dicen que no lo hacen es la memoria. Pero todos soñamos. Solo que el recuerdo se desvanece a lo largo de las horas. ¿Sabían que diez minutos después de despertar ya hemos olvidado 90% de lo soñado? Yo tengo épocas en que no recuerdo ni eso y épocas donde sí conservo con más claridad aquellas imágenes o sensaciones.

De niña, los sueños me impactaban, sobre todo las pesadillas. Recuerdo una en que el mar me jalaba y yo intentaba torpemente agarrarme de la arena, pero no lograba impedir que me arrastrara. Otro día vi a Drácula en televisión y quedé aterrada. Tenía 6 años y vivía en casa de mi abuela, donde las inmensas ventanas de madera se abrían como en las películas. Esa noche soñé que Drácula entraba por una de ellas y por años le tuve miedo a ese personaje.

En las últimas semanas, he soñado mucho y divertido. Desde volar como si fuera algo ordinario hasta imaginar postres deliciosos o conversaciones hilarantes. Esos días desperté de muy buen humor. Y antes me ha ocurrido haberme despertado llorando o muerta de risa.

Me llama la atención cómo a veces lo que soñamos influye en lo que vivimos. Y cómo otras veces lo que vivimos afecta lo que soñamos. Por ejemplo, hace un tiempo un sueño se filtró ‘sin querer queriendo’ en mi realidad: me encontraba con alguien con quien en el pasado había tenido una discusión fuerte. El encuentro resultaba simpático y pasamos un rato muy agradable. Al despertar, sentí como si nos hubiéramos amistado de verdad. Mi sensación hacia esa persona mejoró y cuando la volví a ver, en la vida real, mi resentimiento se había disuelto. Increíblemente, el sueño había eliminado cualquier atisbo de malestar hacia ella.

Pero, aunque provoque, interpretar los sueños tampoco es tan simple. Las escenas que se  escenifican pueden parecer tener un sentido evidente, pero en realidad tienen un trasfondo más profundo expresado en un lenguaje simbólico. Es decir, no se tratan de lo que parecen tratar. Soñar es como abrir las puertas del inconsciente y, por un momento, tener acceso a él. Tengo una amiga que dice que los sueños son como regalitos del inconsciente. Como mensaje encriptados. Porque el inconsciente es escurridizo y prefiere esconderse, es así como a lo largo del día nos acordamos cada vez menos de los sueños, hasta que se pierden en el olvido, o mejor dicho, regresan a su escondite.

Los sueños no solo son interesantes sino que además cumplen una función saludable para la mente: de alguna manera la limpian. De hecho, una forma de tortura consiste en interrumpir el sueño para impedir que la persona entre a la fase REM. A los pocos días, la persona mostrará signos de psicosis.

Y otra de las razones por las que no lo recuerdan es que al soñar estamos en la fase más profunda del sueño. Es decir, como paralizados. Y nuestro cuerpo no se mueve. Quizá por eso las épocas en que menos sueños coinciden con largos períodos de intenso trabajo y poca calma.

Las imágenes de nuestros sueños son la evidencia de nuestra capacidad para crear y de la artesanía e imaginación de la que es capaz nuestra mente. De que sí podemos salir de la cajita de la lógica que la vigilia nos impone y nos ayuda a considerar opciones antes impensables. Si les prestamos atención, los sueños tienen mucho por ofrecer.

Hay gente que no le hace caso a sus sueños. Pero son valiosos y cuando aparecen es bueno acogerlos como pequeños tesoros. Conserven una libretita en la mesa de noche para anotarlos y poder guardarlos. Así al despertar pueden escribirlos para poder conservar aunque sea un pedacito de esas maravillosas aventuras.

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