Gloria Montanaro
Al poco tiempo de casada, Milagros entró a su casa y advirtió que su cuñada se había adelantado a los hechos. En su comedor había instalado una silla de bebe para comer, que se erigía como símbolo y deseo de quienes los rodeaban, más no de ella y su marido. «Obviamente con el paso del tiempo comprendió que la tenía que guardar», dice Milagros, una directora de arte de 44 años que asumió la no maternidad de una manera simple: se sentía completa con sus actividades, su trabajo y su pareja. «No tenía ninguna frustración por no tener hijos. Me sentía plena», agrega.
Milagros se divorció hace poco, pero el tema de la maternidad nunca fue motivo de problema o conflicto en su relación: era una decisión tomada de mutuo acuerdo. Eran sus amigos o familia quienes no lo entendían: trataban de hacerla cambiar de opinión, incluso llegaron a insinuarle que necesitaba acudir a un psicólogo. «No faltan quienes te juzgan y te consideran rara».
Elegir no ser madre no es una decisión que llegue de golpe; no fue su caso ni tampoco el de Karla, periodista de 34 años. «Fue algo que fui postergando año tras año. Pero a los 30 fui a hacerme el chequeo ginecológico y mi doctora me planteó de frente: ‘¿Cuándo tendrás hijos?’ Y creo que esa fue la primera vez que lo verbalicé; le dije que había pensado seriamente no tenerlos. Ella me ofreció anticonceptivos de más larga duración». En su caso también llegaron reclamos: su madre le dijo que esperaba que nunca se arrepintiera y hasta el día de hoy sus amigas le dicen que se está perdiendo lo mejor de la vida, mientras la atiborran con fotos de sus hijos en distintas facetas diarias.
«Todos hablan de lo sacrificada que es la vida de una madre y estoy segura de que no quiero hacer esos sacrificios. Puede que sea una actitud egoísta pero sencillamente creo que no todas las mujeres tenemos que ser madres para sentirnos completas», sentencia. Karla vivió sola desde los 15 años, porque sus padres vivían en provincia, llegó a valorar su espacio propio y su tiempo a solas desde muy chica. Hoy disfruta de programar viajes y actividades a largo plazo, y siente que de tener hijos, sobre todo pequeños, no podría hacerlos. «Me gusta pasar tiempo con mis sobrinos, pero la sensación siempre es la misma, sé que al final del día vendrán por ellos y yo podré descansar a solas».
Su pareja desde hace 8 años comparte su decisión: «Para mi novio el tema de la edad es muy fuerte. Siente que ya estamos viejos para ser padres y que nuestras costumbres de levantarnos tarde, de tener días que ni salimos de la casa, no van muy de acuerdo con tener hijos».
Muchos (los opinólogos de vidas ajenas) asumen que no tener niños es ser egoístas, y llegan incluso a considerar que se es menos mujer si no se los concibe. «Yo siento que tengo un buen argumento para no tenerlos. La mayoría de personas no los planea, entonces es como ‘ah, bueno, ya los tuvimos’ », afirma Ximena, una bióloga molecular de 40 años que empezó a asumir la posibilidad de no ser madre a los 25 y que, al igual que Karla, cuenta con el apoyo de su novio. «Nunca he sentido ese llamado biológico de tener que reproducirme, me gustan los niños un montón, pero desde que empecé mi formación académica pensé en el compromiso de estudiar y el tener hijos no iba en mi cronograma». Su elección tiene sentido si hacemos un cálculo racional: los años más fértiles de una mujer también coinciden con la época de mayor potencial de crecimiento profesional y académico.
Argumenta que procrear es una respuesta instintiva del ser humano. «Partiendo de eso, a mí la parte del legado y el instinto no me convencen. Siento que mi vida es suficientemente divertida y hago lo que me da la gana. La gente me dice que eso es ser egoísta, pero yo pienso que lo es reproducirse para traspasar los genes», dice Ximena. Influida por lo que ve en su trabajo, cree además que tener un hijo sería contribuir a la sobrepoblación: «No me gusta la sociedad en la que vivimos, no veo grandes mejoras, entonces a menos que traiga a un genio, a alguien que haga un cambio significativo… va a ser una persona más peleándose con otro por un espacio».
TODO TIENE UN NOMBRE
No creas que estos son casos aislados. En tiempos en los que abundan anglicismos como
«selfie» o «panks» (Proffesional Aunts No Kids, en español tías profesionales sin hijos), también hay un término que engloba a esta generación de mujeres sin hijos: NoMo, la abreviación de «no madre» en inglés.
Una de las máximas promotoras de esta expresión es la asociación británica Gateway Women, creada en el 2011 por la psicoterapeuta Jody Day. Si bien en su caso el deseo de ser madre existía, no consiguió serlo y tuvo que atravesar un proceso de aceptación y descubrimiento del universo «childfree» que compartió con actitud positiva en su libro «Rocking the Life Unexpected». La publicación se convirtió en número 1 en ventas en la plataforma Amazon. ¿Por qué? 1 de cada 5 mujeres en Inglaterra, Irlanda, Estados Unidos, Canadá y Australia está llegando a los 40 sin hijos. La identificación con lo que ella contaba –presión social, angustia, miradas prejuiciosas, beneficios de no ser madre- llegó al instante La escritora suiza Corinne Maier fue más radical que Day. Lanzó el libro «Sin chicos: 40 buenas razones para no tener hijos» y plasmó allí lo que muchas mujeres sin deseo de ser madre piensan: «Los críos son como un grano en el culo. Si no los tienes, disfrutas de más sexo y mayores oportunidades laborales».
SIN HIJOS HAY PARAÍSO
Las NoMo parecen haber atravesado lo que el filósofo y psicoanalista Umberto Galimberti sostiene en el libro «Los mitos de nuestros tiempos» sobre el amor maternal: «En la mujer se debaten dos subjetividades antiéticas, porque una vive a expensas de la otra: una subjetividad que dice «yo» y una subjetividad que hace sentir a la mujer «depositaria de la especie». El conflicto entre estas dos subjetividades está en la base del amor materno, porque el hijo, cada hijo, vive y se nutre del sacrificio de la madre: sacrificio de su tiempo, de su cuerpo, de su espacio, de su sueño, de sus relaciones, de su trabajo, de su carrera y de sus afectos». Las NoMo han elegido renunciar a ese sacrificio.
Como Galimberti señala también en su texto, «deberíamos saber que en todo acto de condena hacia los demás hay un impulso común de inocencia hacia nosotros obtenido a bajo precio. Con la condena queremos evitar sobre todo ver en nosotros mismos la misma ambivalencia que acompaña desde siempre nuestros sentimientos hacia los hijos, hijos de amor desde luego, pero también de hastío y en algunos casos de odio». ¿Será ese motivo, acaso, por el que se cuestiona su decisión?