Ruth Buendía Meztoquiari tiene 37 años, tres premios internacionales, cinco hijos, una gran fe en Dios y poco tiempo disponible para fotos y entrevistas. Nació en Cutivireni, una de las comunidades nativas de la Cuenca del río Ene. Tiene el cabello largo y negro, los ojos rasgados y la piel trigueña. Es el tipo de mujer cuya belleza se enciende cuando sonríe. Vive en la provincia de Satipo en Junín, en una pequeña casa alquilada con su esposo y sus hijos. Ruth Buendía es de carácter fuerte y de temple decidido. Hay veces en las que, debido a su carrera, pasa varios días alejada de su familia. Vaya a donde vaya, -a visitar a una comunidad alejada en la selva o a recibir un premio en Madrid- procura llevar la indumentaria tradicional ashánika.
¿Qué la mantiene tan ocupada? Ruth Buendía es una de las lideresas indígenas y activistas medioambientales más importantes del mundo. Es la primera presidenta de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), organización que se encarga de defender los derechos de los asháninkas, la etnia indígena más numerosa del Perú. Su labor es crucial y revolucionaria. En abril de este año Ruth Buendía recibió el Premio Goldman por impedir que se construyeran una represa hidroeléctrica en territorios asháninkas. Este premio -de más de 150 mil dólares- es llamado el ‘Nobel Verde’ y desde 1990 solo lo han ganado cuatro peruanos. En julio ganó el premio Bartolomé de las Casas por defender el medio ambiente y los derechos de las comunidades asháninka.
Hace menos de un mes, Buendía salió en la lista de los 100 grandes pensadores del mundo de la revista Foreign Policy. En el mismo listado -donde por cierto solo hay siete sudamericanos- se encuentra la canciller alemana Angela Merkel y el presidente uruguayo José Mujica, por mencionar dos ejemplos. Ella conserva la sencillez y le cuesta creer en tanto reconocimiento. Buendía trabaja duro y en silencio para gente que no es escuchada ni vista. Pero cuando ella levanta la voz logra cosas asombrosas. Lleva la vida de una heroína que no tiene otros superpoderes que los de una madre protectora, una hermana solidaria y una hija que quiere honrar la memoria de su padre. Esto nos contó.
¿Se siente importante? Las revistas me consideran importante, -dice riendo- pero yo nunca esperé salir en ellas. Yo estoy aquí en Satipo, tranquila, haciendo mi trabajo. Si me consideran, pues estoy feliz por eso, muy feliz. Además me sirve bastante para vincularme y coordinar con las instituciones públicas en favor de mis comunidades.
Algunas personas que reciben tantos premios pierden la humildad. ¿Qué opina?
Creo que yo vengo de la comunidad, sé de dónde soy y no tendría por qué ‘subirme’. Yo no podría ser ni un poco ‘creída’, no soy así. Sí, me alegra muchísimo como mujer, como madre y como lideresa, pero todo esto es a favor de mi comunidad y de mi pueblo, yo tengo que seguir trabajando para ellos. Tenemos que ser sinceros, yo trabajo para mi comunidad, y eso es lo que me permite salir en las revistas y que me reconozcan a nivel nacional e internacional. La verdad que es bonito, es lindo, pero también me cuesta creerlo.
¿Cuál es el origen de esa vocación de defensa al medio ambiente?
Yo soy del río Ene, soy asháninka, nací y crecí en la comunidad de Cutivireni. Actualmente vivo en la provincia de Satipo por el desplazamiento interno que se dio en la época del terrorismo, de Sendero Luminoso. Mataron a mi padre y mi madre nos trajo a Satipo y estoy aquí hace 24 años. Para mí ha sido muy difícil estar en la ciudad, hablar castellano es difícil y he tenido que aprenderlo a la fuerza para poder comunicarme y pedir lo que necesito y decir lo que siento. Yo veía que las personas se aprovechaban de mis hermanos, de mi pueblo que no habla bien castellano. Entonces como soy de la comunidad y corre en mis venas la sangre asháninka, tenía que defenderlos. Tengo que compartir mi conocimiento. Así nació en mí el hacer defensa.
El Perú es el cuarto país más peligroso para los defensores del medio ambiente ¿Siente miedo por su vida?
Sí, he sentido miedo y siento miedo. Pero yo trabajo con las leyes. Soy enemiga de cerrar las carreteras y esas cosas que afectan económicamente a la ciudad, no estoy de acuerdo. Con lo que sí estoy de acuerdo es con hacer las cosas con documentos, legalmente. En CARE queremos ir a través de las vías legales y administrativas. Con documentos podemos sustentar lo que el pueblo indígena pide.
Es la primera lideresa de su comunidad y la primera presidenta de CARE ¿Cómo hace para destacar en esta sociedad machista?
Es la primera vez en la historia de mi organización y de las comunidades que se da este modelo, el de elegir a una mujer (como líder). Pasa porque los comuneros y las comuneras, los hermanos y las hermanas asháninkas están cansados de que los líderes varones negocien tan fácilmente con las empresas. Yo como mujer he roto con eso, sí, pero todavía hay machismo en la comunidad y por eso muchas veces es un reto confrontar las opiniones de varones y mujeres.
¿Cree que si hubiera sido hombre habría sido más fácil?
Es difícil, pero es un reto. Son dificultades, pero esas dificultades me dan fortaleza para conversar y negociar con los hombres, con esos grupos que están en contra de mí ¿Por qué? porque no se trata de decir «no está conmigo, ah bueno voy a pelearme», no es así. Estas dificultades las convierto en fortalezas para poder coordinar y consensuar con los gobiernos locales, para saber qué podemos hacer. Los grupos que están en contra de mí… allá ellos, que pierdan el tiempo para hacer sus cosas. La justicia de Dios tarda, pero llega y eso siempre lo tengo presente en mi camino, cada vez que las cosas me salen o no me sale bien. Aquí estamos, gracias a Dios, trabajando con mi equipo, con muchísimo esfuerzo.
Hablando de familia ¿cómo concilia su vida personal con su trabajo una madre de cinco niños?
Gracias a Dios mi esposo, mi pareja, me ayuda bastante en la crianza de mis hijos. También mi mamá y mis hermanos me ayudan a ver a los bebes cuando no estoy. Mi esposo y yo compartimos la responsabilidad de nuestros hijos.
¿Qué piensan sus hijos de lo que hace? ¿Les ha explicado?
Sí, saben lo que hago. Ellos escuchan lo que nosotros (su esposo y ella) hablamos en la casa o también los traigo a la oficina y me ven. Si preguntan «¿qué haces?» Yo les digo que trato de ayudar a los niños y a las niñas de las comunidades que no tienen posibilidades de tener alimentos o educación. Y entienden bastante. Una de mis hijas, la mayorcita, me dice «ah bueno, yo también voy a ser como tú, mamá, ayudaré a los niños pobres, a mis hermanos asháninkas».
¿Y el resto de su familia?
Saben lo que hago y están contentos. Pero a veces cuando me ‘desaparezco’ en los viajes, mi mamá me dice que tengo que estar con mis hijos. Ella se preocupa porque sabe que ayudar a las comunidades no es fácil, lograr que te escuchen los gobiernos y las instituciones y las empresas y que, a veces...hasta te pueden matar si chocas con los grandes empresarios.
¿Ha experimentado esa culpabilidad que algunas madres sienten cuando no están con sus niños?
¿Culpable por qué? No estoy haciendo nada malo. Al contrario, con lo que hago puedo crecer como persona, aprendo de otras mujeres que no tienen hijos, escojo entre lo bueno y lo malo de otros grupos.
Me comentaba que su esposo la apoya mucho. Cuénteme de él.
No termino de agradecer lo que él me da. Él siempre me ha dado espacio para trabajar. Mi trabajo es un compromiso social, espiritual y moral. Lo aprecio mucho porque en los peores momentos en los que he estado, durante la violencia social, nadie me apoyó, nadie me dijo «toma esta lampa para que trabajes, para que puedas educarte».
Lamentablemente, aún hay hombres que le reclaman a las mujeres el no estar en sus casas incluso si es por trabajo...
No, mi esposo tampoco se pone en el plan de los celos, al contrario. Él confía en mí, yo confío en él. Él conoce y sabe lo que hago y me apoya bastante. Si hay hombres que celan a sus mujeres e incluso van a las reuniones o a los talleres en los que están preparándose es por sus conciencias. Quizá ellos cuando salen, por débiles, son infieles. Yo tengo mi tiempo para hacer algo por mi pueblo. Soy una mujer con cinco hijos, que tiene un esposo profesional, lo tengo todo. No podría desperdiciarlo y perderlo. Esta familia que tengo es un eje y eso me da fortaleza para poder trabajar.
¿Hace algo especial en casa por el cuidado del medio ambiente?
Trato de hacer algo de reciclaje de basura orgánica e inorgánica y también participo en la CAM que es la Comisión Ambiental Municipal, en el Comité de Gestión Unificado del Parque Nacional Otishi y la Reserva Comunal Asháninka. Además lo que hago se lo enseño a mis hijos. En los mercados siempre dan bolsas de plástico, pero yo llevo mi bolsita de otro material. Trato de ahorrar algunas cosas, desenchufo los artefactos eléctricos que consumen mucha electricidad, utilizo focos que no jalan mucha luz.
¿Qué tipo de atentados contra el medio ambiente le indignan más?
Lo que me indigna es que el Gobierno concesione las empresas petroleras dentro del bosque, de nuestros territorios. Me indigna que no haga nada cuando las represas maltratan el medio ambiente. Me indigna que declaren áreas naturales protegidas, patrimonios de la humanidad, reservas y, sin embargo, no los vigilen bien, no los dirijan, no los promocionen, que no le interese. Me indigna que camuflen algunas reservas o un parque para que ingresen las empresas y que los ministerios no digan nada, que los que deban fiscalizar se queden callados. Eso me indigna bastante, que ni siquiera mi gobierno nos defienda.
¿Qué le gusta hacer, cómo se divierte?
Me gusta estar en mi casa con mi familia para hacer mis cosas. Cocinar y tomar masato (ríe), compartir con la comunidad. Yo sé hacer masato (licor de yuca). A veces voy a la comunidad y tomo masato con mis hermanos asháninkas. Allí, por ejemplo, ves la tranquilidad que hay, la tranquilidad que te da esa vida, que no hay presión como en la ciudad, como en Satipo o en Lima.
La suya es una lucha que continúa, al parecer de manera indefinida. ¿Nunca se desanima?
A veces. A veces me canso cuando hay contradicciones entre las comunidades, entre las familias, entre las organizaciones. A veces me desanima, pero también me da fortaleza. No todo es color de rosa en el trabajo de los líderes y las lideresas. Es difícil luchar contra la corriente, contra los varones, contra el machismo, con ese machismo que quiere negociar con las empresas a las espaldas de las comunidades. Eso me hace sentir impotente a veces.
En su discurso al recibir el Premio Goldman, parecía fuerte, decidida, luchadora pero ¿cómo se describiría usted?
Es cierto, soy muy fuerte, tengo una voz como si te estuviera gritando, pero es porque sale de mi corazón. Yo siento la impotencia y la injusticia que tienen con nosotros. Soy muy fuerte, pero también soy humana y puedo llorar por la incomprensión o las contradicciones en mi pueblo. Soy un ser humano y tengo debilidades sentimentales, no todo se trata de ser fuerte.