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Sheila Alvarado: «A Lima la horrible tenemos que cambiarla» - 2
Redacción EC

Por María Inés Ching

Se sobrepuso con obstinación a la dislexia y al bullying. Desafió la voluntad paterna para ser artista. Cuando su salud le impidió seguir haciendo grabados se propuso ganar premios de fotografía y aprendió a ilustrar. Dibujó hasta que sus brazos dijeron ‘basta’ y entonces se puso a cantar. A los 35 años esta sexy se ha teñido el pelo de azul, publicó un poemario en quechua, perdió el miedo a romperse un brazo, y aprendió sola a andar en patineta. Una mujer que con alegría se reinventa ante la adversidad, igual que Lima que hoy cumple 480 años.

Se escribe Sheila pero se pronuncia Shila. «Para los demás soy Cheiy, Shirley, Cheeila, Chyrly, Shiley y cuando digo mi nombre por teléfono siempre soy Gilda». Una confusión que a la artista en lugar de molestarla le divierte: tal vez porque le permite ser muchas mujeres distintas sin dejar de ser ella. Igual que disfrazarse de otras y al mismo tiempo firmar todos sus cuadros con su nombre: Sheila. Visitar a la creadora del personaje “Limeña Girl”. En su taller tiene el mismo efecto encantador que el que experimenta quien abre una gran caja de la que salen mariposas, pajaritos azules y conejas saltarinas. Conversar con ella, sin embargo, es una invitación a la reflexión, a la admiración por lo nuestro y su trabajo.

¿Cómo empezó tu vocación?

Siempre dibujé. Mi mamá dice que a los 3 años me preguntaron qué quería ser y respondí «voy a ser artista o cocinera en grandes hoteles». Mi mamá es químicofarmacéutica y mi papá es ingeniero mecánico-electricista. Estudié Cocina y para ‘barmaid’. Me contrataron al toque. Pero el horario no me permitía estudiar. La Escuela de Bellas Artes era muy demandante, así que solamente pude trabajar en eso un tiempo, pero me gusta mucho cocinar. Creo que me gusta tanto como comer. Puedo cocinar para 10, pero no me pidas que cocine para mí sola porque creo que no puedo. Me voy a comer a cualquier lado, no puedo comer sola. De repente escogí hacer grabado porque se parece a la cocina: te la pasas haciendo mezclas, con productos, trabajas con la brea, tienes tiempos, es como en un horno, tienes que lijar las planchas, las pones en un líquido y luego la tamizas y luego vas al ácido...

¿Cómo eras en el colegio?

Era una ‘nerd’. Paraba en la biblioteca. Con el tiempo, me he dado cuenta que he leído un montón de libros que no debí leer a esa edad [ríe]. [...] pasaba mucho tiempo en la biblioteca tratando de que no me ‘bulearan’.

¿Cómo te iba?

Me iba fatal, era terrible. Gracias a Dios mi grupo de amigas eran las mejores de la promoción y yo les voy a agradecer infinitamente la vida entera, porque ellas fueron como mis profesoras de verdad. Jamás me voy a olvidar. Me iba mal, remal.

¿No entendías o no te concentrabas?

Nunca entendí. Tengo mi primera libreta del colegio y la última y en las dos estoy jalada en Matemática. Estaba postulando en Bellas Artes y al mismo tiempo llevaba el curso de vacaciones, lo que le llamaban ‘la quinta nota’. O sea, ni siquiera podía terminar el colegio porque tenía que dar Matemática, Química y Física: llevaba tres cursos en paralelo mientras me preparaba para entrar a la Escuela de Bellas Artes y un profesor que teníamos te hacía gritar el porqué habías llegado tarde:

 - Alvarado, ¿por qué llegó tarde?

- [Recita con voz militar] Vengo del vacacional de Matemática, Química y Física.

Y era todos los días. Y yo entraba así, todos seguían dibujando y se morían de risa. La gente ya había hecho la pre u otras carreras, y yo era la menor de mi promoción. Solamente había otro chico que tenía 16 años cuando ingresamos. ¡Ay qué vergüenza!. Pero también era un mate de la risa. Pasé el cole a las justas e ingresé a la Escuela también a las justas. Mi papá le dijo a mi mamá que si no ingresaba me iba a Derecho a la Católica y se acabó. Me habían dado esa oportunidad. Pero nunca había llevado pre ni cursos, nada. Tenía oportunidades nulas, me la habían dado como para que me saque la espina y se acabó.

¿Se opusieron?

Claro que sí, fue un pequeño drama y me dejaron inscribirme y postular, pero si no ingresaba, tenía que ir a Católica a estudiar Derecho. ¡Me iba a secar como una flor en un escritorio! ¡Iba a morir a los 16 años! –dice con dramatismo– ni siquiera iba a llegar a los 20. Para mí iba a ser imposible postular, dar un examen de admisión. Mi mamá siempre supo que yo tenía problemas. He tenido profesores de Literatura y de Matemática desde primer grado... Pero en ese tiempo no se trataba la dislexia como ahora. Yo tenía problemas de aprendizaje. Ahora me burlo. He aprendido a burlarme de mis defectos.

Pero antes no.

Aprendí a leer llorando porque no podía, me desesperaba. Me gustaba y no entendía por qué, qué pasaba. Yo repetía «¿por qué a mí?»... ya asumí que esto pasa y no puedes preguntarte más eso.

¿Qué problemas tenías?

Para mí, leer es difícil: «la ‘l’ no es una ‘e’ alta, la ‘h’ no es una ‘i’ volteada, tampoco un ‘4’». Yo misma me tenía que decir eso. Cuando nos mudábamos de un lugar a otro, mi papá me enseñó a ponerle mi nombre a mi cama, a mis cosas. Y he encontrado mi nombre escrito con números. No escribía con ‘S’, para mí era un ‘5’. No es porque «ay te quieres hacer la creativa del diseño». No. Lo hacía porque me salía. Y ahora escribo. Y si me preguntan cómo, tengo que dárselo a varias personas para que lo lean porque a veces lo leo y...por alguna razón, leo otra palabra. Pero eso no implica que vaya a dejar de hacerlo, porque me gusta escribir.

¿Igual con el dibujo?

Yo dibujaba muy mal... Ingresé a la Escuela y lo hice por ampliación, porque me quedé fuera. Tenía que ingresar o ingresar, no tenía otra oportunidad. Así que hice la ampliación con mi nombre, no tenía ni DNI. Ingresé, pero en el último año tuve una infección a la vejiga. Me costó dos o tres meses caminar. Estuve mal también porque los productos que utilizábamos eran derivados del petróleo... No utilizábamos productos que eran específicamente para grabado, sino de las imprentas. Me enfermé y ya no pude acercarme a los ácidos. Me estaba especializando en trabajo con ácido nítrico, cloruro y lo que yo hacía en alto y bajo relieve con el ácido empecé a hacerlo con cartón...De ahí me fue bien en fotografía, empecé a ganar concursos, con lo que gané compré mi computadora, mi escáner, las cosas para hacer ilustración. Pero cuando empecé a ilustrar demasiado, esto empezó a dañarme los músculos, y volví al calado, a hacer las acuarelas y en los últimos años me he pasado componiendo y cantando. Y en realidad es porque no podía hacer otra cosa [ríe a carcajadas]. Mi hermana decía eso, que estaba cantando porque ya no podía hacer más.

¿Cómo se hace para vivir del arte?

Se puede vivir de todo. Es como cualquier profesión siempre y cuando tú tengas la responsabilidad de trabajar así. Cuando me preguntan qué hago yo no digo “soy artista”, sino que hago dibujos porque creo que me toman más en serio. Si tú dices que eres artista creen que estás en Barranco hasta las diez mil, tomando. Los artistas que conozco, que viven de serlo, son gente que está en su taller viernes, sábado, domingo.

Como tú.

¡Como yo! Siempre les digo a la gente de Bellas Artes, a mis amigos, que ese mito del ‘artista bohemio’ que sale y que el fin de semana está tomando a morir, lo creó un artista muy inteligente porque mientras el resto de su generación o sus competidores estaban gastándose el dinero que tenían, despertando el domingo sin pulso, sin dinero y sin lienzos; él estaba en casa despierto, trabajando con todos sus materiales o listo para vender, presentarse o exponer en algún lugar de Londres.

¿Cómo lo manejas?

No te voy a decir que no salgo. A mí me encanta bailar, pero tomo mi trabajo con seriedad. Tengo recibos por honorarios, por derechos de autor, como escritora hago facturas, llevo la contabilidad, tenemos un registro. Bien o mal tratamos de llevar un registro de mi obra, de las cosas que hago, de las que voy a hacer, de cumplir con las galerías que me dan un espacio para exponer mi trabajo, de mover los cuadros, de entregarles cosas nuevas, no puedes ponerte a trabajar y esperar que la gente venga a descubrirte, nadie va a tocar tu puerta.

Tal vez el atentado al semanario “Charlie Hebdo”, nos recuerda que es un trabajo serio y peligroso...

Me da mucha tristeza, no porque sean ilustradores, sino porque son personas. Me da la misma tristeza cuando me entero de asesinatos a gente por su orientación sexual o religiosa. La libertad de expresión es para todos, para dibujar, amar o vivir.

¿Y las comparaciones con el trabajo de Alberto Vargas?

Hay que tomar las cosas con humor. Lo que hacía Vargas es una mirada bastante masculina y ‘voyeur’ y ‘Limeña Girl’ es un personaje que te mira de frente y que te dice dentro de su postura «sí, esta soy yo, esta es mi sexualidad y me importa un pito lo que dices»... lo que han hecho otros ilustradores es siempre agarrar a la chica desprevenida mirando a la nada, con espuma...

Es que esa es la mirada del otro, como mirarla en contra de su voluntad..

Desde la mirilla, de ser ‘voyeur’, en cambio mis imágenes están mirándote diciéndote «sí, yo sé que estás ahí, pero esta soy yo y no voy a dejar de serlo». Hasta cuando mis pinups cierran los ojos no es una equivocación, ellas están sintiendo algo o placer o están pensando en algo... Deciden cerrar los ojos y sentir. Eso creo que es una gran diferencia [...] Siendo Vargas uno de los mejores exponentes que ha habido de ‘pin up’, su estructura era americana y europea y su trabajo está lleno de rubias y pelirrojas. Yo trato de jugar con todos los trigueños, las morenas, hay algunas con los pómulos mucho más alzados, de que sean más gorditas, no trato de que sean perfectas, siempre trato de que esté el rollito, que se vea natural… No se puede, no se debe limar todo lo que está ahí porque acostumbras a la gente a que se mire de otra manera. Nosotras mismas creo que ya estamos acostumbradas a mirarnos de otra manera.

¿Qué piensas del acoso?

No tiene que ver con lo que tú uses o vistas, tiene que ver con lo que ellos necesitan o quieren idealizar. La mitad de la gente que acosa, son supercobardes, no lo hace enfrente de tu cara, lo hace por detrás, silbando a una cuadra, entonces no tiene gracia... No están acostumbrados a que alguien les pare o les diga, «no quiero escucharte, no me interesa. La falda me la puse para mí porque es mi color favorito, no porque pensaba mostrarte las piernas, no tengo idea de quién eres ni que ibas a estar cuando yo pasaba». Ahora, hay acoso y acoso. Un hombre educado lanzará un piropo, dirá «buenos días», te hará un cumplido, no una grosería en la que te vuelvas un objeto al cual canibalizar. Si alguien me va a meter la mano, me va a encontrar. De repente lo que me dicen a mí no me importa tanto, no me va a herir tanto como a otra persona. De pronto para ella todo el día puede sentirse mal y no volvería a pasar por esa calle para evitarlo y no me parece justo que ella tenga que recortar su ciudad para que no la acosen.

¿No te irías de Lima?

No, a mí me gusta. Con su cielo blanco, con la humedad que me hace doler los huesos y el frío que me mata. A mí me gusta porque es como uno la quiera ver. A mí me parece un lugar mágico en donde están por suceder 10 mil cosas, otras tantas por hacer, no sé por qué la gente piensa tanto en irse... Hay un montón de espacios en todos los sentidos. Creo que la gente tiene que sacarle el jugo y reconocerse un poco más en su ciudad. Cuando eso ocurra se van a apreciar ellos mismos.

¿Qué no te gusta de Lima?

Creo que no ha habido políticas para reestructurar cosas que nos faltan, porque esta ciudad ha crecido a pasos muy grandes y la gente no ha podido seguir el paso.

Tenemos un problema con el tránsito que se ha ido tratando de solucionar, el desorden y la educación vial. Es importante porque no solamente es una cuestión que tiene que ver con el tiempo sino con el ánimo. Llegas a tu casa, renegando, de mal humor, pierdes horas que normalmente te sirven para comer, descansar, invertir en lo que tú quieras. Creo que necesitamos educación vial como conductores y como peatones.

¿Qué le falta a Lima?

Yo, por ejemplo, pondría a «Los Chistosos» en toda la hora punta para bajar el estrés, porque la gente respira y piensa mejor. Creo que el Metropolitano debería estar abierto los fines de semana hasta las 3 a.m. porque un montón de gente va a estar feliz gastando sus S/.2.50 en vez de quedarse hasta las 5 o 6 a.m. para tomar un carro y la gente estaría mucho más tranquila regresando a sus casas y no manejarían tomados. Si los locales cierran a esa hora no habría accidentes, ni robos. Las cuestiones de transporte nos afectan a todos. Acá a las 7 u 8 p.m. no se puede ni cruzar. Esto es así –se oyen los pájaros desde su ventana– hasta las 5 p.m. Después, por la bulla, no se puede pensar dentro de tu misma casa.

¿Por qué cambiaste tu color de pelo?

Siempre me lo quise pintar, pero siempre ha sido muy largo y hago cosas con él, me sirve para disfrazarme, entonces no lo hacía. Pero hace poco vi que había una chica que hace unos tintes con colores superlindos, y dije «Ok. Ya, es ella». Fui y lo hice.

¿Cuidas mucho tu cabello?

He tenido suerte de que me crezcan mucho las uñas y el cabello. Ha venido gente queriendo comprarme el cabello pero no, para mí siempre el cabello largo, más allá de si me queda bien o no, es una materia prima, hasta una cuestión casi política. Para trenzarme. Cuando la gente me ve con las trenzas en el interior del país, con el cabello largo me tratan como si tuviéramos algo realmente físico en común y me gusta ese nexo. A veces sueño que me corto el cabello. Cuando estuve mal, sentía el peso de mi cabello, pensé de verdad en cortármelo pero me daba pena perderlo, esto que me identifica, que me une a diferentes cosas. Entonces aguanté hasta que me dejó de doler. Usaba una capucha y lo ponía dentro, pero creo que si no hubiera sido por el cabello, nunca me hubieran llamado para trenzarme y a tener tanta información de las trenzas.

¿Qué has aprendido de las trenzas?

Que es un lenguaje. Por ejemplo si una mujer usa las trenzas una adelante y otra atrás es una soltera, con cintas está buscando novio, si usa las trenzas hacia adelante es una mujer casada, con las puntas dobladas es una casada con hijos, recogidas hacia atrás son viudas. Es igual que las pinturas faciales o los sombreros cuando llevan la flor a la derecha o a la izquierda o cuando no lleva flores... Es un lenguaje que está vivo y en Lima y que no nos damos por enterados de la información que tenemos por la ropa, los sombreros o las trenzas que han venido del interior.

Como el quechua…

Lima es la ciudad con más quechuahablantes, ¡es una locura! Deberíamos tener letreros bilingües. Antes era una tara, los papás y los abuelos no querían que los hijos aprendieran para que no tuvieran el acento... ahora hay un montón de gente estudiando quechua...y qué bonito que se esté recuperando. Pero esta ciudad es tan grande que es una locura. Muchos mundos juntos [...] Este rollo de que «Lima la horrible»... tenemos que cambiarlo nosotros.

¿Te preocupa la identidad peruana?

Sí, a veces siento que no avanzo porque tomo un poquito de todo, pero es que en realidad somos así acá. No tendría sentido que me dedique solo a estudiar comida cuando en realidad todo tiene que ver: belleza, comida, estética, es parte de la cultura y una cosa me hace entender otra […] Realmente me interesa la Historia.

¿Cómo es tu día a día?

En verano es una locura porque siempre quiero escapar. O hacer skate o hacer picnic al malecón o a llamar a mis amigas. Ahora estoy saliendo en las tardes y en las noches estoy saliendo a hacer skate por Barranco.

¿Quién te enseñó a hacer skate?

Yo sola, me subí al skate y dije «¿sabes qué? no me estoy haciendo más joven». Siempre quise hacerlo. Mi hermana se moría de miedo de que me cayera, que me rompiera algo, mis papás, nadie me daba un skate y hace dos años estuve en terapia física entonces dije: «todo lo que me pasó, lo que ustedes temían: que no pudiera trabajar, levantarme, ya me pasó y me pasó de gratis, me pasó trabajando. Entonces si me voy a romper algo, que sea haciendo algo que yo quiera».

Hubo un punto de quiebre.

Sí, porque ya no daba más. La recuperación de la fibromialgia, o sea, dos años en terapia, fue una locura, porque la mitad de tiempo que iba a la terapia se me iba en dormir, en recuperarme de la terapia porque me dejaba exhausta. Y hacer ejercicios: yoga, pilates, natación, bicicleta…

Y bajaste de peso también.

Estuve dos años en terapia para recuperarme del estrés y la fibromialgia. Después que se acabaron las contracturas me dijeron: ahora tienes que eliminar el sobrepeso porque tu cuerpo -las articulaciones- no lo resiste. No me quedó de otra. Pero te diré que cuando estoy más gordita me siento mejor. En los dibujos me pongo más tobillos y muñecas, un poquito, porque siento que es muy flaquito. Pienso que las mujeres de verdad tienen curvas. Estar muy flaca para mí no tiene gracia, además yo me resfrío y puedo bajar dos kilos en un fin de semana. Con un nutricionista aprendí a comer mejor.

¿Cómo te ves en unos años?

En unos cinco años me gustaría mejorar en skate, en acuarela, escribir lo que no haya escrito y publicar todos los machotes de libros que tengo, debería estar planeando algo, sacando algo, estudiando algo. Siempre he querido volver a estudiar porque me he mantenido trabajando, pero hay diez mil cosas que quiero estudiar. En 10 años creo que tendré el cabello más largo –reímos– eso es lo más seguro. Cuando uno es chico sueña con exponer en galerías, afuera, quieres ser parte de una bienal.

Cosas que ya hiciste…

Algunas cosas las he hecho, otras no sé si las llegaré a hacer. Creo que se trata de que ya no me importan. Si pudiera elegir entre todas esas cosas, una sola, a mí me gustaría, anhelo estar algún día en el imaginario colectivo de mi país. Ya no es un lugar, es un sueño más grande. Pero sí puedo asegurarte algo, es que voy a trabajar por ello. No sé si lo logre pero voy a seguir trabajando para llegar. No es una cosa que uno pueda medir, no sé si yo lo pueda ver algún día, pero tengo que hacerlo.

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