Audrey Kathleen Ruston, más conocida como Audrey Hepburn sigue brillando en el firmamento cinematográfico pese a su temprano deceso en 1993 por un cáncer al colón. Sin lugar a dudas, dueña de una belleza angelical, la cual supo transmitir a la gran pantalla con un aura de heroína romántica y frágil, ya que era una mujer extremadamente sensible y vulnerable, con una contagiosa alegría hacia la vida.
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En definitiva, no hay quien no haya oído hablar sobre Hepburn, puesto que consiguió convertirse en una leyenda de Hollywood, razón por la cual es considera como uno de los máximos íconos del cine y el estilo. Cabe recordar que, gracias a su primer papel logró ganar un premio Oscar en la categoría de mejor actriz por su gran interpretación como la princesa Anna en “Roman Holiday” (1953).
“Nunca pienso en mí como un ícono. Eso está en las mentes de la gente, no está en mi mente. Apenas hago mi trabajo”, afirmó en una entrevista.
Su filmografía está llena de títulos inolvidables como “War and Peace” (1956), “Breakfast at Tiffany’s” (1961), “My fair Lady” (1964) o “Two for the road” (1967). Hepburn es considerada por la American Film Institute como la tercera mejor estrella femenina de todos los tiempos. Además de su faceta como actriz, fue una mujer que se volcó en las causas humanitarias en sus últimos años de vida ejerciendo de embajadora de UNICEF.
-UNA VIDA DE DESAMOR, ÉXITO Y ENTREGA-
Nacida el 4 de mayo de 1929, en Bruselas e hija única del inglés Joseph Victor Anthony Ruston y de su segunda esposa, la baronesa Ella Van Heemstra, una aristócrata neerlandesa. Sin embargo, su infancia quedó marcada por el temprano abandono de su padre, y por vivir en primera persona los horrores de la Segunda Guerra Mundial. “Me convertí en una criatura melancólica, reservada y callada. Me gustaba mucho estar sola”, afirmó Hepburn.
Audrey estudió piano y ballet, por lo que su amor por la danza la llevó a querer dedicarse a ello, pero su profesora en Amsterdam creía que jamás tendría éxito como bailarina debido a su altura (medía 1,70) y a la malnutrición que había sufrido durante la guerra, así que le aconsejó dedicarse a la interpretación. Finalmente, Audrey siguió sus consejos y se trasladó a Londres, donde estudió teatro. En una de sus actuaciones en el West End fue descubierta por un cazatalentos de la Paramount. Su oportunidad de oro llegó al fin con “Roman Holiday” y desde entonces no hizo nada más que brillar.
Durante los años posteriores, Hepburn se convirtió en el rostro que todo director quería en su película. Si bien disfrutaba de la actuación; no obstante, ella deseaba ser madre. Durante los dos matrimonios que tuvo, (el primero con Mel Ferrer y el segundo con Andrea Dotti) sufrió numerosos abortos que la sumieron en una profunda depresión alejándola del cine. Tras muchos intentos, al fin pudo cumplir su sueño y se convirtió en madre de Sean y Luca.
Tras triunfar en las películas en la época de oro de Hollywood, ganar premios y tener una carrera única e inigualable, decidió dedicar la mayor parte de su tiempo en la atención de los niños en situación de pobreza.
Por tal motivo, empezó una misión humanitaria con UNICEF, visitando lugares como Sudán, El Salvador, Guatemala, Honduras, Vietnam, África, entre otros, con la finalidad de ayudar a los más necesitados. Igualmente, se reunió con autoridades de diversos países para hablar sobre los problemas de la infancia. “Nací con una enorme necesidad de recibir afecto y una terrible necesidad de darlo”, mencionó.
En 1989 fue nombrada como embajadora de buena voluntad por UNICEF, de quien dijo sentirse muy agradecida y confiada por la labor que hacían a favor de los pequeños. “Sé perfectamente lo que UNICEF puede significar para los niños, porque yo estuve entre los que recibieron alimentos y ayuda médica de emergencia al final de la Segunda Guerra Mundial”, mencionó en su nombramiento aquel año.
De hecho, la Academia le concedió un Oscar humanitario. Y es que como dijo Elizabeth Taylor: “Dios estará contento de tener un ángel como Audrey con él”.
-UN ÍCONO DE LA MODA Y EL ESTILO -
Audrey Hepburn marcó un antes y un después en la moda cuando apareció en la primera escena de la película “Breakfast at Tiffany’s" con su vestido negro, gafas oscuras y largos collares de perlas como la irreverente joven Holly Golightly.
La imagen que conocemos de Hepburn fue obra del diseñador parisino Hubert de Givenchy, quien supo descubrir y realzar el estilo de la joven actriz. Desde el momento en que se conocieron en 1954, para colaborar en el vestuario de la película “Sabrina”, Hepburn se convirtió en su musa y mejor amiga. Le inspiraba su delgadez, su forma elegante y casi felina de moverse, su figura erguida y, muy importante, “su estilo natural y diferente”.
Hepburn y Givenchy trabajaron juntos para amplificar la imagen de la actriz, que, según el diseñador, “nunca fue extravagante sino la de una moda sencilla que ella prefería. Aquello fue en sí algo muy nuevo, porque en aquellos años la moda recargada era favorita de las estrellas de cine”.
En 1957, Givenchy creó, solo para ella, el perfume L’Interdit que la actriz usó “en secreto" durante años. Pero era tan rico, y le preguntaban tan a menudo sobre el aroma que usaba, por lo que Hepburn le dio permiso para que su “perfume secreto” fuera comercializado y otras mujeres lo disfrutaran. Ahora, el reinventado L’Interdit de Givenchy ha sido lanzado de nuevo, 25 años después de la muerte de Hepburn, teniendo como imagen a una actriz, Rooney Mara.
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