María Andrea Ganoza, psicoterapeuta
El verano pasado estaba tomando sol en un club y vi una escena que me llamó la atención. Un niño de unos siete años estaba en la piscina haciendo el berrinche universal porque quería que su mamá le pase una pelota de plástico. Era la típica escena en la que la gente mayor murmura: «¡Pero por qué no callan a ese niño!». Llanto, mocos, gritos y demás. A los segundos el papá entró al agua y celular en mano dijo: «Ya, pónganse para la foto». De un momento a otro, todos se convirtieron en la familia Ingalls. A los pocos minutos, cuando el niño estaba ‘off line’ otra vez me despertó un berrinche y la indiferencia de aquellos padres.
No tengo la seguridad de que esa foto terminó en Facebook, pero no es descabellado pensar que el papá entró a la piscina solo para retratar un momento fugaz y artificial. Quizá nunca te haya pasado. Pero es preocupante que vivamos nuestra vida en función a nuestra «identidad virtual».
¿Nuestra vida online afecta nuestra identidad?
Hace poco leí una investigación hecha en Harvard que concluyó que compartir información personal a través de redes sociales activa las mismas zonas del cerebro asociadas a la sensación de placer, como cuando comemos, recibimos dinero o tenemos relaciones sexuales. A partir de estos resultados, algunos psicólogos se preguntan: ¿somos adictos al like? Considero que el problema no está en una supuesta adicción, sino en que:
1. Hemos perdido la capacidad de disfrutar el momento. Según las últimas investigaciones, en promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla. Muchas veces vemos y experimentamos la realidad a través de nuestro celular. Twitteamos, publicamos, grabamos inmediatamente lo que nos pasa, sin darnos tiempo de estar en el momento y realmente experimentarlo.
2. Vivimos comparándonos con otros. Resulta obvio que nadie comenta su último ataque de pánico en twitter o sube una foto de la visita al terapeuta de parejas, sin embargo, tendemos a c omparar nuestra vida con lo que los demás deciden mostrar de las suyas.
3. Nos estamos acostumbrando a vivir en función de la aprobación de los demás. Gracias a las redes sociales podemos ir construyendo nuestra fachada hacia el mundo, mostrando nuestro mejor ángulo o eligiendo la frase más graciosa o ingeniosa. No hay silencios incómodos online. Hemos creado un «superyó» virtual que es siempre chistoso y original, que sabe de actualidad y sale guapo en las fotos. Esa «versión mejorada» de nosotros mismos es estimulante, pero conlleva el riesgo de que postear signifique: ¿te gusto?, ¿soy lo suficientemente gracioso o interesante para ti?
Hagamos y un alto y desenchufemos
¿No sería mejor que la primera luz que veamos sea natural y no la de la pantalla del teléfono? Vivamos cada momento presente con todos nuestro sentidos, volvamos a valorar y hacer una cosa a la vez con atención plena, disfrutándolo. Dejemos de reemplazar el contacto directo por el virtual (volver a visitar a los amigos más especiales en su cumpleaños o al menos llamarlos en vez de solo dejarles un mensaje en Facebook). En conclusión, permitirnos estar desconectados para poder conectarnos con nosotros mismos y los demás de una manera más plena.