Natalia Parodi: "Los demás somos nosotros"
Natalia Parodi: "Los demás somos nosotros"
Redacción EC

Vamos manejando y de pronto un carro nos cierra. El semáforo está en rojo, pero el de atrás hace sonar el claxon. Y cuando el semáforo cambia a verde avanzamos un poco para darnos cuenta de que más adelante, hay un carril cerrado porque otra constructora más tiene un permiso municipal para adueñarse por unos meses de la mitad de la pista.

Lo mismo sucede cada vez que nos hacen esperar demasiado en una cita médica, cuando los vecinos hacen más bulla de la tolerable en un horario inconveniente, o si una amiga nuestra habla demasiado, sin detenerse siquiera a preguntarnos cómo estamos. ¡Qué falta de solidaridad, cortesía y consideración! La gente no cede el paso, no piensa en no incomodar a los demás ni en cómo su egoísmo nos va a afectar al resto.

Pero ¿quién es ‘la gente’ que tanto nos fastidia? ¿Quiénes son ‘los demás’? ¿Quiénes somos ‘nosotros’? Casi siempre nosotros somos ‘los demás’. Es decir, para el resto del mundo lo somos al vivir en sociedad. Aunque nos cueste, quizá sea justo admitir que a veces somos nosotros los desconsiderados. ¿Yo? Sí, tal vez yo. Tal vez a veces sin darme cuenta he cerrado a algún auto mientras manejo, tal vez a veces me he atarantado al pagar y he detenido a quienes esperan en la fila detrás de mí. También he llegado tarde y he hecho perder tiempo a quien me esperaba y tal vez a veces, sí dándome cuenta, he hablado demasiado de mí sin interesarme por mis amigas.

No sé en otras sociedades, pero esta en la que crecimos y vivimos tiene el estilo de relativizar los límites, de intentar siempre aprovechar un poquito más. Vivimos en una cultura que aprecia siempre estar por encima de lo que es justo, aceptable, permitido. ¿No hemos regateado al taxista o a la casera del mercado? Y al mismo tiempo, ¿no nos molesta cuando sentimos que nuestra labor es insuficientemente reconocida e injustamente remunerada? Hay una frase del poeta Walt Whitman que ilustra muy bien esta incoherencia humana: «¿Me contradigo? Bien que me contradigo. Soy inmenso. Contengo multitudes». Somos contradictorios. Y además nos cuesta ponernos en los zapatos del otro: a veces le hacemos a los demás lo que nos molesta que ellos nos hagan; y otras veces suponemos que a ellos no les va a afectar lo que a nosotros no nos afecta.

Es mejor que cada quien comience por revisarse a sí mismo y empiece por cambiar lo que está a su alcance. Entonces al manejar en pleno tráfico en lugar de todos intentar pasar por el estrecho lugar que ha quedado -porque se formaron cinco filas donde caben tres-, varios intentaremos ceder el paso, y habrá espacio para fluir mejor. O si tenemos mayor consideración con nuestra familia o amigos, mostrando que nos importan con una llamada o una visita, inspiremos mayor interés de su parte y reciprocidad.

En la pareja se presenta a modo de reproche: ¿Por qué no piensas en mí? Pero si tomamos conciencia de que en momentos tensos nosotros también somos menos dulces, entenderemos cuando él o ella se vea preocupado y silencioso al llegar del trabajo, y no lo tomaremos como un ataque personal ni como falta de cariño. Sino que reconoceremos que efectivamente quizá nosotros también estuvimos ariscos la semana pasada.

Es decir, en vez de ver la paja en el ojo ajeno, empecemos por encontrar la viga en el propio. ¡Pero no para descubrir culpables! Sino para detectar soluciones. Tomar conciencia de que nosotros mismos hacemos las cosas que nos molestan de otros requiere de coraje y humildad. Pero es un ejercicio importante, si queremos comenzar a generar un cambio a nuestro alrededor. En la gente. Esa gente que al final del día somos nosotros.

Puedes leer la columna de Natalia Parodi y más notas interesantes todos tus domingos con Semana VIÚ! 

Contenido Sugerido

Contenido GEC