Natalia Parodi: "No hemos venido a comprar zapatos ni carteras"
Natalia Parodi: "No hemos venido a comprar zapatos ni carteras"
Redacción EC

Llamas al traumatólogo con un dolor de espalda que te hace doler hasta la pierna. Te dan cita para dentro de 10 días. Tú dices ‘pero me duele hoy’. Solo pueden ofrecerte un entreturno. Pagas lo mismo, pero tal vez esperes tres horas y pareciera que debes agradecer la amabilidad de recibirte el mismo día.

Tu mejor amiga siente un repentino y terrible dolor de cabeza, escalofríos y náuseas. Se asusta. Llama un taxi y va a emergencia. La sala está saturada de pacientes todos con urgencias. Un enfermero estresado le informa al vuelo que tiene que esperar. No hay espacio ni asiento. Y la deja sola.

Tu papá tiene cita con el oncólogo a causa de una mancha extraña en la piel. Sale un experto que lee su ficha a la ligera, observa la mancha y parece sentenciar: “Esa mancha está fea, señor. A ver si hay solución”. A él le comienzan a sudar las manos, aprieta los labios y no dice nada.

Tu hermana embarazada debe hacerse un chequeo para ver si hay problemas en la gestación. Está nerviosa. La recepcionista le dice que por ser mayor de 35 se la considera biológicamente vieja para gestar y que eso aumenta la probabilidad de un hijo enfermo. Tu hermana se angustia. La recepcionista, acostumbrada a ver estos casos todos los días, alza los hombros y dice “es así”.

Es delicado el trabajo en el área de la salud. Un oficio sacrificado, de años de preparación, de estudio, de competir por destacar, de horas de guardia, de tantos casos vistos. Sin embargo a veces hay demasiada diferencia en la forma en que unos y otros atienden a las personas. Cuando elijo un médico me importa por supuesto que sea una persona preparada y hábil en su tema. Pero los que he seguido frecuentando son aquellos que no solo son profesionales de primera, sino seres humanos atentos a la vulnerabilidad emocional con la que los pacientes, -personas como tú y como yo-, podemos llegar a su consulta. Capaces de entender y contener la angustia que pueden generar las enfermedades o el miedo de padecerlas.

Lidiar con enfermos todo el día no es fácil. Los médicos tienen una cuota de perestrés que los satura y necesitan sentirse mejor. Algunos logran un equilibrio y son los más queridos por sus pacientes. Otros lo sobreviven adquiriendo cierta indiferencia frente al sufrimiento ajeno y ejercen de manera práctica, eficiente y mecánica su labor. Pero no tranquilizan al paciente preocupado. Otros médicos tienen poco cuidado con las palabras y sus pacientes terminan más asustados de lo que llegaron, a veces innecesariamente. Hay otros más empáticos pero con tanto trabajo que el cansancio los desgasta y los vuelve irritables, y pierden la paciencia y el cariño con que cuidaban de sus pacientes. Y otros se preocupan demasiado y todo les afecta.

Es difícil ser médico. Y es invalorable todo lo que hacen por los demás. Por eso es importante que ellos estén bien. Son cuidadores. Y el cuidador merece cuidado. Pero no puede ser al costo de restar al paciente los cuidados que este necesita. Atender pacientes requiere vocación de servicio.

Y cuando no se tiene o se pierde en el camino, el resultado es triste. Si bien es un trabajo y bien merecidamente remunerado, pareciera que olvidan que no venden zapatos o carteras. No se trata de mejorar el ‘servicio al cliente’, sino de no deshumanizar el trabajo de la salud. Casi nadie visita al médico cuando se siente bien: son pacientes quizá decaídos o asustados por su enfermedad o de algún ser querido. O tal vez están por recibir la peor noticia de su vida. Y todo el equipo de doctores, enfermeras y asistentes, tienen no solo la salud de sus pacientes en sus manos, sino también su tranquilidad y la posibilidad de hacerlos sentir mejor. Ser cálidos y acogedores no es mucho pedir, pero sí puede hacer una gran diferencia a quien lo reciba.

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