Natalia Parodi: "Nadie como tú"
Natalia Parodi: "Nadie como tú"
Redacción EC

Estuve pensando en estos días sobre lo frecuente que es querer siempre ‘lo mejor’: tomar el mejor viaje, cenar en el mejor restaurant, organizar la boda más espectacular, trabajar para la marca de mayor reconocimiento mundial, en fin. Pero ¿Por qué necesitamos sentir que le hemos ganado a todo el mundo? ¿Cuál es el costo de vivir intentando ser el mejor?

Imagina un salón de clases donde todos los niños han recibido de sus mamás la indicación de ser los mejores. Por definición, ¡solo uno lo va a lograr! Y a los demás no les quedará otra que sentirse un poquito menos que él. Quizá, incluso, que han fallado.

Una vez vi a una señora recibir el examen de su hijo con un 16 de nota, y decirle con dureza «Ya te he dicho que las cosas se hacen bien o no se hacen». La autoexigencia que desarrolló hizo que con el tiempo él solo emprendiera las cosas en las que estaba seguro de que triunfaría. Se privó de explorar. No se atrevió a arriesgar. El miedo a equivocarse lo inhibió de disfrutar más su vida.

El problema con la filosofía de ser el mejor es que implica ganarle a los demás. Y significa dejar de poner el foco en su propia pasión por demostrar superioridad frente a los otros. Ganarle al otro pesa más que crecer, que una vocación que satisfaga.

Otra de las consecuencias negativas de vivir pendiente de los logros de los demás como medida de los propios es que se estimula la envidia. Porque, si el mejor es otro y uno quiere ese puesto, lo más probable es que genere inseguridad y cólera y se deposite la frustración en la persona que sí lo ha logrado. Sobre todo si no ser el mejor parece estar desprestigiado.

¿Vivir comparándose puede realmente hacer sentir bien? ¿Qué pasa si un día dejan de ser el mejor? ¿Y qué pasa con todos los demás, que no pueden ser el primero?

Hace años un chico me dijo «Quiero tener mucho dinero porque así la gente me va a querer más». Yo exclamé: ¡Pero entonces, cuando no tengas dinero ya no te van a querer! Y él me respondió «Por eso debo tener mucho dinero, para que eso no suceda». Cuando recuerdo esa absurda conversación siento compasión. Hoy me pregunto ¿Cuánta gente considera que el cariño que reciben depende de sus logros o posesiones?

El amor que recibimos y nuestra autoestima se derivan de lo que somos, no de lo que conseguimos. Si un día soy exitoso y estoy rodeado de gente que me quiere, no puedo dudar de perderlos si me voy a la bancarrota.

Vivimos en un mundo competitivo y no pretendo desmerecer el compromiso y entrega que cada uno tiene con lo que hace. Estoy convencida de que la mediocridad es enemiga del desarrollo personal y social. Pero una cosa es dar lo mejor de uno y otra, tener en la cabeza la idea de que si no somos los mejores, no valemos nada.

La carrera es con uno mismo. Hay que cultivar la motivación que impulsa a dar lo mejor de sí cada vez. Incluir en la receta generosidad y solidaridad. Disfrutar de la vida también es fundamental.  Recordemos que somos millones en el planeta, y que para estar todos bien no es necesario sentirnos superiores a los demás. Basta con estar felices y motivados con lo que hacemos. Ahí seremos muy buenos. Porque cada quien tendrá eso especial que lo distinga. Pero no por ser mejores que otros, sino por ser únicos. Ahí, no nos gana nadie.

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