Natalia Parodi: "¿Piropos o acoso?"
Natalia Parodi: "¿Piropos o acoso?"
Redacción EC

Los piropos masculinos a menudo son motivo de discusión, porque a veces algunas mujeres se sienten halagadas, otras veces insultadas, y muchas otras intimidadas o incluso atemorizadas.

Aclaremos entonces algo fundamental: un halago es muy distinto a una ofensa. Y un comentario subido de tono dirigido a una extraña, sin importar la intención, es siempre inadecuado.

Entrar en un juego de seducción mutuo es distinto a intimidar, forzar y arrinconar a una mujer. Un hombre un día me reclamó: «¿Acaso los hombres ya no podemos piropear? ¿No podemos acercarnos a una dama? ¿Tenemos que ir con guantes en el Tren Eléctrico o en el Metropolitano?» Y yo me pregunto, ¿qué tienen que ver los piropos con las manos? Es distinto expresar un cumplido y acercarse a una chica respetuosamente para preguntarle su nombre y conocerla, que decirle palabras desubicadas con contenido sexual, que aludan a su cuerpo o a lo que harían con él, o tocarla sin su consentimiento. Uno es piropear, y el otro es acosar. La seducción es un juego presexual, pero para ser disfrutado tiene que ser de mutuo acuerdo. Si no, se trata de acoso y en casos extremos –que lamentablemente son demasiado frecuentes-, de abuso.

Algunos acusan a las mujeres de causar este tipo de conductas en los hombres. Sostienen que si muestran mucho de su cuerpo, con escotes, transparencias, minifaldas o con un lenguaje corporal erotizado, los empujan a cruzar la línea del autocontrol. Este es un absurdo. Las personas no somos débiles víctimas de nuestros impulsos más primarios. No somos animales incontrolables.

Hombres y mujeres podemos ser respetuosos y considerados con el otro. Cuando los hombres transgreden esos límites, no es por un impulso inmanejable. Es porque no consideran importante contenerse y eligen decir lo que no deben, y en peores casos, hacer lo que no deben.

Los piropos en la calle, además, no solo tienen que ver con las palabras elegidas, sino con el tono con el que se dicen. Porque en él se refleja la intención. Y las palabras más inocuas pueden asustar si un extraño las usa como un juego de doble sentido. Porque no es un juego mutuo y bienvenido, sino una imposición.

Si un hombre busca formas de estimular a una mujer, debe tener siempre el consentimiento de ella. Para jugar se necesitan dos. Por ejemplo, con su pareja o con una chica con la que está saliendo. O si quiere acercarse a alguien que no conoce pero le interesa, debe hacerlo con respeto, poco a poco, viendo si ella se está sintiendo cómoda con la cercanía. Pero si intenta erotizar a una mujer que no conoce, corre el riesgo de ofenderla y asustarla.

El argumento de que las mujeres ‘cuando dicen que no, quieren decir sí’, es otro absurdo del siglo pasado y una excusa para atropellar. Para no respetar un límite explícito. Cuando las mujeres queremos decir sí, decimos sí. Cuando decimos no, es no. Y si como hombre dudas y piensas que recibes señales ambiguas, igual frénate. Porque es más probable que te equivoques a que aciertes.

En Lima, 7 de cada 10 mujeres sufren de acoso sexual callejero, según una reciente campaña. Y el transporte público de Lima es el tercero más peligroso del mundo para las mujeres, donde 6 de cada 10 pasajeras son acosadas físicamente, según un reporte recogido por “Perú21”.

En ningún caso se justifican la falta de respeto y el acoso. Ni siquiera en el caso extremo de que haya una mujer, como dicen por ahí, rozando el trasero contra los hombres en el bus, o exhibiéndose de forma grotesca. Se debe respetar a todo el mundo. Nuestra actitud habla de nuestra integridad. No de la del otro.

Esa chica podría ser tu esposa, tu hermana, tu mamá o tu hija. Comienza tú mismo cambiando de actitud. En nuestro país, más allá de lo que dice el papel, en la realidad las mujeres y los hombres no estamos en igualdad de condiciones. Eso es todavía un sueño lejano, un proyecto por el que debemos seguir luchando sin pausa. ¿Cuánto falta para estar todos del mismo lado?

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