Natalia Parodi: ¿Todo lo mío es tuyo?
Natalia Parodi: ¿Todo lo mío es tuyo?
Redacción EC

Las chicas que quieren casarse fantasean con el día de la boda, el vestido, las flores, y el novio. Pero al imaginarse el matrimonio nunca imaginan que enfrentarán una pregunta más burocrática que romántica: ¿sociedad de gananciales o régimen de separación de patrimonios? Resulta que un requisito financiero se coló en las historias de amor. 

¡Qué pregunta amarga e incómoda! De alguna manera todas preferimos evadirla, a pesar de que a veces ronda en nuestras cabezas. Es un tema tabú que tiene un estigma: ponerle precio a la relación amorosa, con la sensación de que elegir el régimen de separación de bienes es escatimar en el amor. O ponerle cláusulas y condiciones.

Ambas opciones tienen ventajas y un lado difícil. El régimen de separación de bienes es estratégico y prudente. Apuesta por una independencia financiera donde, según la ley, cada uno tiene absoluta disposición sobre lo que produce.

Un arreglo donde lo mío es mío y lo tuyo es tuyo. No significa que no puedan compartir todo lo que quieran. Eso dependerá de lo que le nazca a cada parte y de las decisiones compartidas (pueden comprar juntos bienes y registrarlos como co-propiedad). Lo que quiere decir es que acuerdan que sus decisiones financieras sea un asunto privado que quede al margen de la ley. Y en caso de posibles desenlaces complicados o dolorosos, como un divorcio (sobre todo esos horribles de los que hemos oído tanto), este acuerdo evita peleas por la repartición de las cosas.

Por otro lado, el régimen de sociedad de gananciales sigue siendo interesante. Es lo tradicional, donde la unión matrimonial implica que tanto los bienes como las deudas, serán de ambos. Es decir, el riesgo completo. Tal como se lo juran en la ceremonia: en las buenas y en las malas. Son dos personas que se casan para compartir y construir todo juntos: familia, hogar y bienes. Y lo que ganen será considerado patrimonio conjunto, producto del esfuerzo, amor y apoyo de los dos. Emocionalmente hablando, firmar una sociedad de gananciales es un acto de optimismo y confianza en que pueden lograr que la relación dure para siempre. Y económicamente hablando, ambos se aseguran de tener derecho a repartirse los bienes y no quedar ninguno con las manos vacías.

Tengo una amiga que se casó con régimen de separación de bienes porque su esposo se lo propuso. Él viene de una familia adinerada y ésta se lo exigió. Siguen juntos. Pero a ella eso siempre le dolió. Y si se separaran, ella no obtendría nada. Aunque haya dedicado su tiempo a criar a los niños, en lugar de fabricarse un patrimonio individual para asegurar su propio futuro, ella está en clara desventaja. Como también conocemos todos parejas divorciadas con el régimen de sociedad de gananciales donde efectivamente, ha sido un suplicio repartir las cosas, un jaloneo doloroso que hubieran preferido evitar.

Al parecer, no hay apuesta segura. Con separación de bienes, tu patrimonio y tus deudas son tuyos. Con sociedad de gananciales, los bienes y las deudas son de ambos. No hay fórmula perfecta. Cada pareja debe elegir. Es importante contemplar las dos alternativas para tomar una decisión acertada.

Creo que es sano hablarlo abiertamente con la pareja y decidir juntos, con delicadeza, respeto y cariño, quién es dueño de qué cosa. Escuchando y entendiendo los motivos de cada uno.

La charla no parece digna de una escena de película romántica pero sí es responsable. Lo que las parejas elijan dependerá de su personalidad, de su historia y de lo que les dé más tranquilidad. Y deben elegir lo que honestamente prefieran, no con temor sino con libertad.

Yo preferiría empezar una historia de amor sin anticipar su final. Sin calculadoras ni abogados de por medio. No sé si a los cincuenta piense diferente, pero por ahora insisto en meterme a la piscina con zapatos y todo, sin distinguir qué es mío de qué es tuyo, confiando en que el ‘nosotros’ nos puede sostener a ambos.

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