Mujer anuncia que la engañaron: víctima. Mujer ampayada con un chico que no era su pareja: Candy. Así es el asunto de las mujeres y la infidelidad, ¿no? Para nosotras no existen los intermedios, las escalas de grises, los matices ni las explicaciones. No importa si tenía miedo de aceptar que ya habíamos terminado. No interesa si él llegaba oliendo a chicle con lápiz de labios. O si me apresuré en pensar que era el amor de mi vida. Tampoco toman en cuenta que tal vez no entendí que nuestras discusiones revelaban que lo nuestro nunca funcionó. Solo interesa clasificarnos y un veredicto: buena o mala mujer.
Hay gente que se burla de lo estereotipadas que son algunas telenovelas cuando la vida real es aún más absurda. Lo que más molesta no es que algunos hombres se llenen la boca señalándonos, ni que otras mujeres gocen insultándose, sino que nosotras seamos las más preocupadas por saber en qué grupo estamos.
Hagamos un ejercicio y cuéntenme ¿en dónde quisieran ser ubicadas? Ojo, no he preguntado ‘¿en qué grupo quisieran estar?’ sino, ¿cómo te gustaría que los otros digan que eres?
Se supone que en el equipo de las víctimas están las ‘damas’, las enamoradas y sacrificadas esposas. En una palabra, las decentes. Al otro lado se encuentran las tramposas, las bombacha floja o cualquier otra chapa que se ponga de moda. Las Candies. Es increíble que un dibujo animado de los años 80 siga vigente. El siglo XXI es solo un número.
La inocente Candy nunca fue de mi agrado. No entendía si eso que tenía en la nariz eran pecas o una mancha. Era todo un misterio por qué no se desataba sus dos colas esponjosas, ni para dormir. Todos los personajes morían por ella y yo no hallaba una explicación. A mí me parecía chinchosa, solo sufriendo. Además me estresaba que no hubiera continuidad en sus capítulos, por lo menos en nuestro país daba la impresión que andaba en todo y nada. Solo veía la tele esperando a Terry. Me encantaba su voz ronca y su pelo al viento en esas tomas interminables cuando aparecía en la pantalla.
Si no, cambiaba de canal. Candy parecía sin rumbo. A pesar del cariño de todos, nunca dejó de ser la pobre niña huérfana que no alcanzaba la felicidad. ¡Qué flojera llorar tanto! Bueno, esta inestabilidad emocional sumada al éxito con los chicos, para algunos la convertía en loba jugando a ser oveja.
Sin embargo, ahora el calificativo ya excedió a lo que comúnmente conocíamos como ‘mosquitas muertas’ porque hasta la Municipalidad de Lima denominó ‘Candy’ a un operativo contra la prostitución callejera. O sea, el hogar de Pony terminó convirtiéndose en zona rosa.
Que una autoridad le siga el juego a un calificativo peyorativo contra la mujer porque es divertido es inaceptable. Recuerdo mi fastidio al escuchar al funcionario que informaba sobre la cantidad de detenidos y con una sonrisa diciendo: «Por si acaso el operativo se llama Candy». Lo repitió dos veces porque los reporteros no lo podían creer. Obviamente reían.
No me interesa pertenecer a ninguno de los dos grupos, ni me preocupa que la gente crea que soy la víctima o no. Si me dejaron o no, a nadie le importa. Si me enamoré de otro o no, tampoco. A veces veo a algunas mujeres desesperarse en alzar la voz para decir que son la esposa o una madre y por eso merecen respeto. Esas condiciones caen por su propio peso. Sin necesidad de exigirlas. No entiendo los aspavientos por esos títulos como si pasáramos de ranas a princesas. ¿Acaso antes de casarte o ser anunciada como ‘la novia’ no eras respetable? De repente crees que no. Eso se llama falta de autoestima y no se cura con un título ni un documento. Así que si te gusta Terry y no le haces daño a nadie, corre a sus brazos.
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