Imágenes que muestran la destrucción de la Biblioteca Nacional debido al incendio producido en mayo de 1943.
Imágenes que muestran la destrucción de la Biblioteca Nacional debido al incendio producido en mayo de 1943.
/ Archivo El Comercio
Redacción EC

El incendio de la Biblioteca nacional del que alcanzamos a informar en nuestra primera edición, ha producido justificadamente hondo sentimiento de pesar en la población que desde el primer momento ha podido apreciar lo que esta irreparable pérdida significa para el acervo cultural del país. En nuestras esferas intelectuales, la noticia del siniestro ha producido verdadera consternación que se ha puesto de evidencia en las expresiones de pesar vertidas por todos cuantos estuvieron presentes en el lugar del suceso.

La desaparición de todo el contenido de la Biblioteca Nacional cuando precisamente los esfuerzos de su director habían llevado a ella nuevo y valioso material es una desgracia irremediable para nuestra cultura. Las colecciones invalorables que allí se guardaban eran fuente constante de consulta para nuestros hombres de estudio y constituían la médula de nuestra cultura. Su pérdida definitiva constituye, sin hipérbole, una desgracia nacional pues priva al país de una de sus fuentes principales de cultura y estudio.

El hecho que desde los primeros momentos de informados del luctuoso suceso se hallaban constituidos en el lugar del hecho las altas autoridades del Gobierno y de nuestros centros culturales pone en evidencia el sentimiento que en todas nuestras esferas ha producido esta desgracia.

El primero en dar la voz de alarma y en abrir las puertas de la Biblioteca Nacional en compañía de los primeros bomberos que llegaron, fue el guardia de servicio en aquel lugar. Valeriano Grados, de la segunda jurisdicción, quien, al darse cuenta de la magnitud y gravedad del siniestro, dio inmediato aviso a sus superiores, acudiendo en seguida el comisario, capitán Collantes, el jefe de investigaciones y el jefe del servicio de calle.

Avisadas en el acto las compañías de bomberos, se presentaron en el lugar del suceso con su respectivo material, dispuestos sus miembros a combatir el incendio, que a cada momento adquiría mayores proporciones, prestando, asimismo, sus servicios la policía y las personas que se encontraban presentes, actuando a órdenes del señor Fernando Lund, comandante de la Bomba “France N.° 2”, por ser el más antiguo, hasta la llegada del comandante general del Cuerpo de Bomberos, señor Gustavo Michaels, quien inmediatamente se hizo cargo del comando de las bombas entre las que estaban la “Grau” de Barranco, “Olaya” de Chorrillos y el personal auxiliar de “Miraflores N.° 1” que actuó a órdenes del comandante de la bomba “Rímac N.° 8”, señor Tirado.

LA ACCIÓN DE LOS BOMBEROS

Instaladas las autobombas en forma conveniente, a la zona vecina a la manzana afectada por el fuego, o sea en las esquinas de las calles Estudios y Beytia, Zavala y Estudios, Cascarilla y Botica de San Pedro, Gato y Botica de San Pedro, comenzaron a combatir en forma enérgica y tenaz el fuego que se hacía a cada instante más amenazante: primeramente, procedieron a aislar de las llamas el local del Archivo Nacional, la Iglesia de San Pedro y el Instituto Pedagógico Nacional de Mujeres, cuyas alumnas, presas de pánico, abandonaron sus lechos y salieron en compañía de sus maestras a la plazuela de San Pedro.

Después de ardua labor, los bomberos lograron circunscribir el fuego, reduciéndolo a tres cuartos de manzana, es decir, aislando el Archivo Nacional, que es lo único del local que se ha salvado íntegramente, pues la Biblioteca Nacional, el Instituto Histórico, que funcionaba en los altos, y la Sociedad Geográfica, han quedado virtualmente destruidos.

Las principales mangas fueron ubicadas en el patio de la Biblioteca Nacional, donde el fuego era intensísimo. Después en la Iglesia de San pedro y en el Instituto Pedagógico de Mujeres, para aislar estos locales, y defender el del Archivo Nacional.

En esta labor se ocuparon los bomberos hasta las ocho y media de la mañana, hora en que un monaguillo de la iglesia de San Pedro, avisó al señor Pedro H. Merino, comandante de la “Salvadora Lima N.° 5”, que por un tabique que colinda con el altar mayor de dicho templo, se veía mucho humo. El comandante Merino y el de la “Internacional N.° 7”, señor Nicanor Masayeu, se constituyeron en el sitio indicado, y comprobaron que, efectivamente, el altar de la iglesia estaba amenazado por el fuego, procediendo a colocar dos mangas dentro del templo: una hacia el altar mayor y la otra al riquísimo y valioso altar de San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita.

Se derrumba parte del edificio

Mientras una parte de los bomberos defendían los locales indicados, otros, a órdenes del comandante de la “Roma N.° 1”, señor Vestri, seguían combatiendo el fuego dentro de la Biblioteca, que estaba en ruinas, pues han desaparecido los salones América, el más valioso, por los libros y documentos que se guardaba en sus anaqueles, el Europa y casi todo el local, pues lo único que no sufrió con el fuego fue la sala de la dirección, de donde se logró salvar algunos volúmenes y documentos de valor. Cuando entramos a dicha sala se veía intacto un retrato al óleo del restaurador de nuestra destruida Biblioteca Nacional don Ricardo Palma y otro de don Francisco de Paula Vigil, primer director de nuestro primer centro de cultura nacional.

No obstante, la tenaz y eficiente labor de los bomberos, que como siempre han puesto al servicio de la ciudad su esfuerzo y abnegación fue imposible salvar del voraz elemento los salones de lectura y los libros de la Biblioteca Nacional. En cambio, se pudo lograr que escapara de las llamas parte de la biblioteca de la Sociedad geográfica, que funcionaba en la parte alta del local, con frente a la calle Estudios, así como algo de los libros y colecciones del Instituto Histórico Nacional.

A las diez y quince de la mañana, cuando continuaba en parte la labor de los bomberos, se derrumbó, sobre la calle Estudios, parte del frente del local de la Sociedad Geográfica, sin que, por suerte, se produjera ninguna desgracia, pues los bomberos, entre ellos el señor César Castillo, comandante de la bomba “Lima N.° 3”, ya habían previsto el derrumbe, por lo cual impedían el paso de los periodistas y demás personas.

Las pérdidas

Como es lógico suponer las pérdidas son incalculables, ya que una biblioteca como la nuestra es imposible reemplazarla por los libros y manuscritos que guardaba.

Según nos informara el director de la Biblioteca Nacional, doctor Carlos A. Romero, que en setiembre del presente año cumple sesenta años al servicio de nuestra Biblioteca, han sido destruidos por el fuego más de cien mil volúmenes empastados, cuatro mil sin empaste y cuarenta mil manuscritos, entre ellos la colección íntegra del famoso Mercurio Peruano, la Geografía de Juan Glave, una de las pocas que existían en las bibliotecas del mundo, avaluada en muchos miles de soles.

Se han salvado, entre otros libros y documentos, algunos incunables; los Papeles Varios de Zegarra; el Archivo de Paz Soldán, las Enciclopedias Británica, Francesa, Italiana y Española, algunas de las cuales acababa de adquirir la Biblioteca. Todo esto se guardaba en la sala de la dirección. Las colecciones de periódicos se han perdido en su totalidad.

Con el doctor Carlos A. Romero

Puestos al habla con el director de la Biblioteca Nacional, doctor Carlos A. Romero, nos manifestó que ayer domingo, como de costumbre, estuvo trabajando en su oficina hasta la una de la tarde, hora en que se retiró a su domicilio, quedando el portero José Jara, hombre que presta sus servicios en la Biblioteca hace cuarenta y cuatro años, y persona de absoluta confianza, tanto para él como para sus antecesores, quien se retiró a las dos de la tarde.

Agregó el doctor Romero que a las dos y media de la madrugada fue avisado telefónicamente a su domicilio de la irreparable desgracia, dirigiéndose inmediatamente al lugar del siniestro, teniendo el hondo pesar de encontrar la biblioteca en llamas.


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