Vamos más allá del nombre, que para algunos puede sonar irreverente o achorado, para otros divertido y hasta ‘coolazo’. Se presta al juego de palabras, encaja en lo urbano y en la jerga de barrio que, en este caso (y felizmente) amarra con el concepto porque no estamos en un centro comercial ni financiero, sino en un vecindario con historia y tradición, en un Surquillo sabroso, donde la gente sabe comer bien y busca calidad-precio. S’Concha ha sabido cómo armar una propuesta interesante y ponerle ganas a la carta. No es inmensa, es corta y definida. Con un diseño entretenido que salta al ambiente. La atención amable (a veces en demasía, no es necesario) y el servicio correcto y a su tiempo.
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La despensa se apaña de insumos frescos, pero, para mi gusto, con un plato de conchas negras basta, que ya no hay tantas o casi nada, pero sí quedan muchos de aquellos que las quieren a toda costa y, bueno, cuando no están en veda se pueden comer (sería bueno, eso sí, que el personal sepa de dónde vienen: las veces que fuimos no había veda, pero no la tenían clara). Su cebiche clásico no entra en recutecus, se plantea sobrio y con chicharrón de pota. Como me gusta. El pescado firme, jugoso y la porción justa. Solo un par de recomendaciones que pueden elevar la experiencia: mezclen bien el menjunje antes de servir que los bocados de los bordes estuvieron en su punto, pero el concentrado del centro revelaba que se atolondraron y no le tuvieron paciencia a la revuelta. Y a la pota, bájenle un poco el enharinado que si bien la fritura está buena, se siente demasiada masa y se pierde lo que importa.
Estos pequeños descuidos no ocurrieron una sola vez, cosa que hay que vigilar porque la sazón y las cocciones andan buenas. Es cuando no se presta atención a los pequeños detalles que se puede arruinar un almuerzo feliz.
La leche de tigre no tiene la contundencia que se le reclama, la que levanta muertos; al caldo del sudado de pescado le falta un punche y creo que hasta podrían poner un pescadito más grande sin exagerar, que el que sirvieron llegó casi ahogado por las yucas; y las causas, de masa correcta y equilibrada, se perdieron entre salsas que distraían la delicadeza del cangrejo. Si se va a usar un insumo costoso, pues se le luce, no se le tapa. Sí, ya sé que en el Perú somos cremosos, pero a veces hay que bajarle el tono para disfrutar mejor.
Me gustó la alternativa de la ‘salchi fish’, una salchipapa de papas y pescado por la que me entusiasmé. Una versión limeña del ‘fish and chips’ inglés, pero más nuestra y más querendona. Y el arroz con mariscos, de punto perfecto, generoso, de buena humedad. El traspiés aquí: la concha les metió cabe (oh, ironía) y se rompió en el ajetreo: encontrar pedacitos del caparazón entre los arroces no es chévere (y rompe muelas). Pero bueno, es algo enmendable, nuevamente, si se tiene cuidado y se aplaca la intensidad en la cocina. Que esa pasión, en lugar de jugarles en contra, se aproveche para mantener una calidad constante, una hechura perfecta. La fórmula la han encontrado: destacar en un distrito donde abundan hoy los conceptos de cebichería relajada y pequeña no es fácil. Son recomendados, queridos, hacen que la gente pase un buen rato y se siente que fluye el encanto. No pierdan la brújula, no se dejen llevar por la fama, sino que esta los motive a ser cada día más piolas. Se puede.
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Puntaje: 13/20. Tipo de restaurante: pescados y mariscos. Dirección: Jr. Leoncio Prado 645, Surquillo. Horario: de martes a jueves, de 12 m. a 5 p.m.; de viernes a domingo, de 12 a 5:30 p.m. Cierra los lunes. Estacionamiento: puerta calle. Carta de bebidas: cervezas (hay empeño por las artesanales) y cocteles. Precio promedio por persona (sin bebidas): S/50.
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