Al nacer, un bebe debe adaptarse de inmediato a la vida extrauterina. Cortado el cordón umbilical, ya nada lo une a su madre, excepto el amamantamiento. Pero si el recién nacido presenta diversos grados de inmadurez en el sistema nervioso central, el sistema inmunitario, el sistema digestivo, el riñón, entre otras complicaciones, se presenta un desafío para su propia supervivencia. Y es mucho más serio aún en el caso de los bebes prematuros.
Para afrontarlo, la naturaleza nos ha dotado de un órgano que permite sustituir la función nutricional que cumplía la placenta durante la gestación: la glándula mamaria. Por ello, la producción de leche materna está orientada a garantizar el bienestar del recién nacido durante su desarrollo postnatal.
Esto se logra de varias formas. Primero, adecúa su composición a las particularidades de cada etapa de la vida extrauterina. Así, el calostro o la primera leche es especial para las necesidades de las primeras horas y días de vida, como la leche madura lo es para las sucesivas etapas del crecimiento y desarrollo del lactante. La leche contiene todos los nutrientes que necesita y en las concentraciones adecuadas.
Segundo, aporta una importante cantidad de inmunoglobulinas capaces de evitar la colonización de gérmenes patógenos en el intestino y en las vías respiratorias del bebe, además de una impresionante dotación de glóbulos blancos. La leche materna puede contener de 2.000 a 4.000 linfocitos por mm3.
Asimismo, provee ácidos grasos esenciales, fundamentales para el desarrollo del sistema nervioso. Sobre todo, de la función ejecutiva del cerebro, aquella que permite a las personas obrar con autonomía, determinación y con control de su impulsividad.
Celebremos que la naturaleza nos ha dotado de un alimento físico y emocional inimitable, y ayudemos a las madres a realizar su derecho a la lactancia materna.