"En el bosque": un musical con gran estilo
"En el bosque": un musical con gran estilo
Redacción EC

Hasta el momento, los intentos de Hollywood por devolverle grandeza al cine musical no pasan de esfuerzos aislados de algunos cineastas. Pese a todo no se ha logrado conseguir una producción sostenida de musicales. El público ha cambiado mucho desde los tiempos de Fred Astaire y Gene Kelly, y los esfuerzos de los grandes estudios se han limitado a la adaptación de éxitos teatrales y no a la búsqueda de un lenguaje propio o más diverso, capaz de interesar a un público más amplio.

Felizmente llega “”, una película que finalmente aterriza en el género con gran estilo, equilibrando el material original con las exigencias que el cine necesita.

No es que “En el bosque” se inscriba en el panteón de las obras maestras del cine musical. No es eso. El director Rob Marshall acierta porque ha respetado la narrativa y estructura del musical original, sin alterar su argumento y pasando de las tablas a la pantalla con buen pie. A diferencia de sus filmes previos, en esta oportunidad no siente la necesidad de explicar por qué los personajes cantan para expresar sus emociones. En “Chicago”, Óscar a la Mejor Película del 2002, las secuencias musicales ocurrían en la imaginación de sus personajes. Y en “Nine” (2009) era peor: los números musicales se desarrollaban dentro de una estructura teatral improbable. En esta oportunidad la apuesta es otra. Marshall se introduce de lleno en el terreno de la fantasía y asume un lenguaje único: la música y la imagen como un todo. Sin la necesidad de crear efectos especiales más allá de los necesarios o de una dirección de arte que termina siendo la única atracción de la producción. El efecto es mucho más contundente y “En el bosque” puede ser considerada su mejor película hasta el momento.

El guion cinematográfico, escrito por James Lapine, uno de los autores de la obra de teatro, no altera la línea del argumento. Se concentra en los tres cuentos que componen el eje y los nutre con elementos de otras historias infantiles. A Cenicienta, Jack y las habichuelas y El panadero y su esposa, se unen Rapunzel y Caperucita Roja, creando un laberinto de situaciones y personajes que componen finalmente un universo muy logrado. Trascendiendo el mundo real en beneficio de un escenario fantástico.

Es a partir del segundo acto que la genialidad del libreto toca a la puerta. Es entonces que la obra adquiere una dimensión más inquietante. Será después de la boda de Cenicienta, del nacimiento del hijo del panadero y de la fortuna de Jack, que el cuento toma un camino inesperado.

¿Qué fue de Cenicienta una vez convertida en princesa? ¿Y su príncipe azul? A partir de la segunda parte, “En el bosque” se encarga de responder a estas y otras interrogantes. Cenicienta, que no es una heroína común, se aburre tremendamente en la corte, donde nada tiene que hacer. Allí la vida le resulta decepcionante. Sobre todo porque el príncipe sigue buscando aventuras en los bosques. Como ellos, el resto de personajes no vivieron felices una vez terminados los cuentos que protagonizan. Y aquí es donde el relato de Lapine y Sondheim adquiere mayores dimensiones.

Esa visión de los cuentos infantiles compone una obra de ilusión y magia en la que la música se encarga de comunicar las emociones. Es en esa partitura donde los actores, especialmente las inspiradas Meryl Streep y Emily Blunt, encuentran la mejor manera de expresar la alegría, el dolor e incluso el amor que sus personajes experimentan.

A Stephen Sondheim le debemos algunas de las mejores partituras del teatro musical de finales del siglo XX. Ya era un compositor conocido cuando estrenó “En el bosque” (1987) en Broadway. Algunas de sus obras previas como “Company”, “Follies” y “Sunday in the Park with George” no solo habían sido ampliamente celebradas por la crítica, sino que resultaron desconcertantes para muchos debido al enfoque del argumento y a las composiciones musicales, poco habituales en aquella época.

En un estilo que poco o nada tenía que ver con otros compositores contemporáneos, como Andrew Lloyd Webber, por ejemplo, Sondheim no solamente deconstruyó el musical en sí mismo, sino que creó una visión más crítica e irónica del propio género.

Y ese aspecto de su trabajo llega a la pantalla de manera impecable. Sin alteraciones que dañen el entendimiento de su obra. De manera que el espectador no solo encontrará una adaptación fiel al material original, sino perfectamente ensamblada de acuerdo con las necesidades cinematográficas.

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