Costa que te quiero verde, por Enrique Bonilla Di Tolla
Costa que te quiero verde, por Enrique Bonilla Di Tolla
Enrique Bonilla Di Tolla

El reciente anuncio de la edificación de un hotel cinco estrellas en los acantilados de Miraflores vecinos al centro comercial , así como la construcción de una pasarela aérea para peatones y ciclistas, ha vuelto a poner sobre el tapete el tema de la . Ambos asuntos han resultado tremendamente polémicos, porque en uno se utilizan los acantilados –declarados intangibles desde el 2010– y en el otro se implementa una solución parche para corregir aspectos no considerados en el proyecto vial recientemente ejecutado en esa zona de la ciudad. Pareciera que, como otras veces, seguimos actuando a partir de acciones puntuales que poco tienen que ver con una visión de conjunto y con un plan urbanístico.

La Costa Verde es uno de los proyectos urbanos más importantes de la metrópoli limeña. Tiene una autoridad propia y un plan especial, que hace más de cinco años debió ser actualizado y que es urgente definir dentro de un plan general de la ciudad. Los planes estratégicos hoy nos hablan de una visión y una misión de las cosas. En vista de que nadie lo ha aclarado satisfactoriamente, espero que la visión de la Costa Verde no sea únicamente especulativa y su misión no solo vial, convertida en una nueva vía expresa. 

Sin descartar lo anterior, es importante definir los roles que debe cumplir el nuevo plan. La Costa Verde es uno de nuestros principales recursos paisajísticos y mantenerlo como tal debe ser un componente fundamental de su visión. Asimismo, pensar en ella como el gran espacio recreativo de la ciudad –ese gran parque que la población limeña requiere– suena como una misión lógica.

Por ello, en el nuevo plan urbano de la Costa Verde (que reemplazará al actual Plan de la Costa Verde 1995-2010), debe plantearse como condición básica la preservación del entorno natural y la potenciación de su uso recreativo. Para esto, es necesario que este gran espacio se articule a la ciudad y no convertirlo solo en una vía de paso. Hoy se ha potenciado la vialidad –indudablemente necesaria– y generado desintegración al dejar aislados los espacios de ciudad y franja costera. 

Por otro lado, el nuevo plan debe también considerar la intangibilidad de los acantilados (cosa que el obsoleto plan actual no hace y que ha permitido que algunas edificaciones carcoman el acantilado cual minas de tajo abierto).

Es verdad que nuestra costa es todo menos verde. No es verde el mar ni tampoco los acantilados. Sus paredes de tonos grises terrosos tienen la textura pedregosa del depósito aluvional que las componen. Sin embargo, quienes vivimos en Lima hemos aprendido a valorar este paisaje que la brisa marina erosiona, horadando por partes y produciendo esos altos volúmenes que se alternan rítmicamente con pequeñas quebradas y le dan a la bahía esa imagen tan especial. Ojalá que algún día nuestro acantilado se cubra con esa higuerilla del cuento “Al pie del acantilado”, de , “esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados”.