Diálogo, por Rosario Fernández F.
Diálogo, por Rosario Fernández F.
Redacción EC

El diálogo es una antigua técnica de acercamiento entre las personas que supone la búsqueda de algún objetivo, lo que requiere conocer qué piensan aquellos que van a dialogar o conversar. 

Entonces, referirse al diálogo supone voluntad de aproximación de una persona a otra(s) para saber su opinión sobre alguna materia concreta.

Por tanto, no existe el diálogo “en vacío”, es decir, sin haber determinado previamente qué y para qué se quiere hablar. Asimismo, el diálogo requiere una sincera vocación de indagación sobre la opinión del otro; nadie busca hablar por hablar porque ello significaría incluso la burla o desprecio por la opinión del otro.

Este marco de referencia de lo que puede considerarse como diálogo en cualquier aspecto, políticamente tiene una especial relevancia. El caso que motiva la presente es una convocatoria formulada en el terreno político por quien detenta el poder, invitando a conversar a quienes, supuestamente, cumplen un papel en lo que se llama “la gobernabilidad”.

La ocasión también es importante: el gobierno –que hace la convocatoria– atraviesa duros momentos en su administración y, al parecer, ha decidido utilizar el recurso del diálogo como un mecanismo para superarlos.

Entonces, cabe preguntarse si dicha convocatoria configura una real voluntad de acercamiento cuando se usa como recurso para salir de una coyuntura; asimismo, si hay señales claras de existencia de un sincero interés por saber qué piensa o propone el convocado. Sobre todo si no existe una agenda determinada de manera previa. 

Entonces, hasta el momento pareciera que técnicamente no se verifican los aspectos esenciales de un diálogo y eso hace poco creíble su firmeza, valor o efectividad en este caso. No se sabe qué se busca porque no se ha dicho cuál es el objeto ni el tema específico que se quiere conversar. Las generalidades son propias de las indefiniciones y con ellas no se consigue nada; mucho menos para acercar a un gobierno con los actores políticos de la sociedad o para salir de una coyuntura compleja. 

No ayuda a la efectividad del mecanismo que tal convocatoria “generalizadora” no se formule con la precisión debida respecto de los convocados; no cabe duda de que este papel les corresponde prioritariamente a los partidos políticos que tienen un rol que está previsto en la ley y que no puede ser minimizado con una convocatoria “a las fuerzas vivas”. Desconocerlo, precisamente, atenta contra una sincera voluntad dialogante y hasta podría evidenciar un callado e indebido propósito excluyente.

La primera ministra ha efectuado la convocatoria, pero ha sido el propio presidente quien la ha hecho suya de manera pública. Entonces, los convocados entenderían que sería el presidente quien dialogaría con ellos; pero no parece estar así de claro porque nadie lo ha precisado. Es obvio que eso no contribuye a la claridad del escenario y debilita el recurso del diálogo en la solución de la problemática nacional.

Parece, por lo tanto, una difícil puesta en escena que no asegura un final satisfactorio. Eso obviamente no desacredita al diálogo como instrumento necesario para gobernar, pero en este caso no está siendo bien utilizado. Depende del convocante revertir esa situación.