"El raje", por Marco Aurelio Denegri
"El raje", por Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

Maledicencia es la acción y efecto de hablar mal de alguien y desacreditarlo. Equivale por lo general a raje y éste a murmuración, en la tercera acepción de murmurar, esto es, hablar de un ausente, censurando sus acciones.

El chisme, desde luego, se relaciona también con la murmuración, el raje y la maledicencia. ¿Qué es el chisme? Según la Academia: “Noticia, o comentario, verdadero o falso, con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras, o se murmura de alguna.”

La Academia dice que el chisme pretende indisponer a unas personas con otras, separarlas, enfrentarlas, desunirlas, desarmonizar su relación. Pero no siempre es ésa la intención del chisme, ni tampoco el chisme es exactamente lo mismo que el raje, ni el raje equivale precisamente a la murmuración. Pero claro está que todos estos conceptos se emparientan muy estrechamente. El concepto central es el de hablar mal de un ausente, censurándolo y desacreditándolo. Esta maledicencia alcanza en el raje una intensidad y violencia que la murmuración y el chisme no tienen. Nótese que rajar, en sentido recto, es dividir en rajas, y raja es cada una de las partes de un leño que resulta de abrirlo con un hacha. Rajar es, pues, hender, partir, abrir. El raje es por lo tanto hiriente y vulnerativo. La murmuración y el chisme pueden ser y de hecho son molestos e incomodantes, pero ni la una ni el otro tienen la violencia denigrativa y pulverizante del raje.

Sostengo –y en serio– que el raje nos es necesario. ¿Por qué? Porque nos permite expresar lo que las convenciones sociales normalmente no nos permiten. Por ejemplo, las convenciones sociales no permiten la absoluta franqueza en el trato con los demás, pues ello traería consigo mil y uno problemas y dificultades. Cuentan los biógrafos de Émile Zola que el haber sido este gran novelista tan franco y directo en sus relaciones con los demás, le ocasionó muchos contratiempos. Cuando le presentaban a alguien y él advertía que se trataba de un estúpido, interrumpía inmediatamente el diálogo y le decía a su interlocutor: “Señor, no puedo seguir hablando con usted, porque usted es un estúpido.” Nosotros, en la vida diaria, no podemos tener esa franqueza, porque estaríamos peleando todo el día. Pero en el raje nos desquitamos y decimos: “Ah, ¿fulanito? Bueno, ése es un estúpido.”

El raje es pues útil. Es un desahogo ante las restricciones e imposiciones de la vida social. Y a veces  no es ocasional, sino solencia. Tal el caso de Juan Ramón Jiménez, que era un rajón de primera.