(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Gonzalo Portocarrero

Tiempo que quería escribir sobre el uso del término ‘terrorista’ en la clase política y en muchos sectores de la sociedad peruana. Y, también, sobre los supuestos de este uso. Este deseo nació del rechazo a la manera como se utiliza entre políticos y periodistas.

El hecho es que, a través de la generalización de este término, se pretende instituir una descalificación absoluta de la persona a la que se le asigna una afiliación o simpatía con Sendero Luminoso. La idea central es que un terrorista siempre ha sido, y continuará siendo hasta su muerte, un terrorista.

Me parece que este uso de la palabra ‘terrorista’ simplifica demasiado e impide comprender los avatares de la izquierda en el Perú, especialmente de los sectores más radicales: el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y, sobre todo, el Partido Comunista Sendero Luminoso. Nos guste o no, estos movimientos son –o han sido– realidades muy complejas y aún poco comprendidas.

Peor todavía: no hay siquiera voluntad de entenderlas. Entonces, se simplifica al extremo cuando se dice que la causa de la insurgencia y el violentismo obedecen al carácter “terrorista” de las organizaciones.
Estamos en el campo de las seudoexplicaciones que tienen en común el pretender comprender una realidad a partir de una suerte de “esencia”. Así como se atribuye a los imanes una “naturaleza magnética” que explicaría su propiedad de atraer al hierro, de la misma manera se postula que el “carácter terrorista” es el que impulsa a las organizaciones violentistas a toda clase de atentados.

Pero así se explica muy poco. Incluso no falta quienes descartan con orgullo las posibilidades de explicar y que acusan de terroristas a la gente que no se satisface con razones tan elementales. Se perfila una actitud dogmática para la que ya no hay nada que entender, pues la palabra ‘terrorismo’ lo explica todo.

Se trata de una respuesta que es explicable quizá en los primeros momentos, cuando la acción destructiva de Sendero atrajo el odio de una gran mayoría de la población. Pero que esta misma actitud siga vigente 25 años después de la “implosión” –o descomposición– de Sendero Luminoso tiene que hacernos pensar que el conocimiento que tenemos los peruanos sobre nuestro país es insuficiente y peligroso, pues la ignorancia de las mayorías, sobre todo de jóvenes, significa que no hemos aprendido ni madurado como nación.

Eso último se corrobora en el recelo con que la mayoría de los políticos toman el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En lugar de profundizar en el conocimiento de nuestra realidad, lo que tenemos es el olvido y la ignorancia. Y quizá no debería extrañarnos tanto esta situación, pues si antes en las aulas escolares predominaba una visión crítica y dogmática del Perú, auspiciada por la izquierda, hoy en día está ocurriendo algo similar, salvo que esta vez la visión que predomina es el “emprendedurismo”.

En realidad, hoy Sendero Luminoso y sus organizaciones de fachada significan muy poco en la vida política y cultural del país. Y mucho por la propia y terca insensatez de su dirección, que se empeña en seguir reivindicando la violencia, aunque sea “teóricamente”, como instrumento de cambio social. No se entiende cómo así pretenden incorporarse al proceso político, pues sus integrantes no han hecho público un pedido de arrepentimiento y de perdón, de manera que empiecen a generar confianza en torno a la promesa de una ruptura definitiva con la violencia.

Lo más probable es que el dogmatismo y la soberbia de Abimael Guzmán impidan que la dirección de Sendero Luminoso pueda elaborar una autocrítica genuina. En todo caso, Sendero Luminoso sigue justificadamente proscrito de la escena política y el descomunal orgullo de Guzmán dificulta su evolución. Además, la supuesta membresía a Sendero se ha convertido en una acusación que apunta a desarmar cualquier protesta social.

El éxito del término ‘terrorista’ en el sentido definido más arriba pone de relieve la ausencia de un pensamiento mínimamente crítico en nuestro país, que estamos fijados en el odio y que nos es muy difícil cambiar. Ahora mismo, mucha gente tiene intenso miedo de la puesta en libertad de los senderistas que han cumplido sus condenas. Lamentan sus liberaciones e insinúan que habría que “desaparecerlos” para conjurar el peligro que significan.