Editorial: Las moneditas de oro
Editorial: Las moneditas de oro

Cuando el INEI anunció el lunes pasado que el PBI peruano había crecido a sorprendentes tasas de 3,26% en el 2015 y 6,39% en diciembre, no faltaron los comentarios celebratorios. El Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), por ejemplo, se apresuró a señalar que estos resultados iban en línea con las expectativas del ministerio de meses anteriores y que las cifras son señal de que la recuperación económica va viento en popa.

La satisfacción respecto al crecimiento del producto interno es positiva, pues no siempre ha sido así. Como indicaba en estas páginas en junio pasado Gianfranco Castagnola, presidente ejecutivo de Apoyo Consultoría, “de tanto repetir que el crecimiento no lo es todo, nos hemos olvidado de que sin crecimiento no hay nada”.

Pero quizá el entusiasmo resulta prematuro. Ni la golondrina hace el verano ni el crecimiento de un mes avala el desarrollo económico de los siguientes. Después de todo, detrás de la expansión económica del período en cuestión está el incremento de la producción minera, y si bien hoy el alto crecimiento del PBI es una “monedita de oro” que a todos gusta, el oro real que explica este crecimiento es curiosamente menos digno de apreciación.

En efecto, durante diciembre la minería superó las expectativas del mercado y creció más del 30% interanual. Toromocho y Cerro Verde duplicaron su producción con respecto al año anterior y el inicio del megaproyecto minero Las Bambas añadió decenas de miles de toneladas de cobre al mercado global. Analistas estiman que el efecto de la puesta en operación de nuevas minas y ampliaciones se sentirá con fuerza en la primera mitad del 2016.

Las buenas noticias, sin embargo, no van mucho más allá. Los grandes proyectos mineros que explican en buena cuenta el crecimiento del año pasado no son iniciativas que puedan materializarse de un momento a otro. Por el contrario, su implementación toma varios años –muchas veces más de un período gubernamental– y requiere de estabilidad política, predictibilidad jurídica y tributaria, y, en general, de un ambiente en el que las reglas de juego se respeten.

Es justamente en ese contexto que la cartera de proyectos mineros en el mediano plazo resulta preocupante. Según señaló el Banco Central de Reserva en setiembre del año pasado, la inversión minera paralizada supera los US$22.000 millones. Retrasos, postergaciones y suspensiones de proyectos como Conga (US$5.000 millones), Quellaveco (US$4.500 millones) y Tía María (US$1.400 millones) hacen que el panorama de inversión y producción minera del 2017 en adelante sea mucho menos auspicioso.

Parte de este escenario responde a la caída en el precio de los minerales, pero esa no es la única explicación. La conflictividad basada en supuestas preocupaciones medioambientales que suscitan los grandes proyectos mineros –al margen del verdadero impacto que estos puedan tener sobre el agua o el aire de la zona de influencia– es una importante causa de paralización de varias inversiones. El hecho de que el proyecto Tía María, por ejemplo, no fuera a usar el agua dulce del Valle de Tambo en sus operaciones sino agua desalinizada importó poco al momento de organizar violentas protestas para defender el derecho al agua limpia. Historias similares se repiten en Cajamarca, Cusco y otras regiones.

El marco tributario tampoco resulta particularmente atractivo. Según el Instituto Peruano de Economía (IPE), la minería pagaba 1,7 veces más tributos internos que el resto de la economía incluso antes de que la presente administración aumentase el nivel de sus contribuciones en el 2011. Por su parte, el equipo de destrabe de inversiones del MEF ha tenido una labor más bien discreta a pesar de su ambicioso encargo.

Así, no es extraño que el sector que hoy hace inflar el pecho al gobierno nacionalista por su buen desempeño económico enfrente un escenario complicado en los siguientes años. Con un flujo de inversiones reducido por malos manejos y displicencia, es poco lo que se puede esperar. 

Frente a las nuevas cifras del INEI, es bueno reconocer el papel fundamental del crecimiento económico en el desarrollo del país, pero quizá más importante aún sea empezar a tratar como monedita de oro aquel oro y cobre reales que nos ayudan a alcanzarlo.