(Foto: Giancarlo Avila / GEC)
(Foto: Giancarlo Avila / GEC)
Editorial El Comercio

Las imágenes que propalaba la televisión el domingo por la noche eran sobrecogedoras, pero al mismo tiempo resultaban turbadoramente familiares. Un bus de la empresa se incendiaba en un ‘garaje’ aledaño al clausurado terminal con un número indeterminado de pasajeros atrapados en su interior y, por la velocidad a la que el fuego y el humo tóxico se expandían, era obvio que los esfuerzos de la gente que se acercaba con extintores no podrían evitar la tragedia.

El saldo, como se sabe, fue de 17 personas muertas (entre ellas, 4 menores) y 7 heridos (dos en estado crítico al momento de escribirse estas líneas). Y al horror y el dolor por las víctimas, los sucedieron las preguntas de siempre. ¿Cómo pudo producirse algo así? ¿Qué precauciones no se tomaron? ¿Por qué no había a la mano lo necesario para mitigar la emergencia? ¿Estaba o no clausurado el lugar como punto de partida para buses que hacen viajes interprovinciales? ¿Quién es responsable de tanta incuria?

Y decimos que las imágenes del drama resultaban familiares y que las preguntas que suscita son conocidas porque evocan, por citar solo un ejemplo, lo ocurrido en el 2017 en : un incendio en un lugar que se suponía clausurado, pero que seguía funcionando ilegalmente y en el que dos jóvenes murieron encerrados en un contenedor, con la previsible secuela de una inculpación cruzada entre quienes ostentaban algún grado de responsabilidad en el hecho.

A menos de 48 horas de producido el pavoroso evento que ahora nos ocupa, algunos detalles no están claros. Se sospecha que fue una chispa en el motor del vehículo lo que desencadenó el fuego y un olor a combustible mencionado por algunos de los sobrevivientes hace pensar que, junto con los pasajeros, la empresa estaba transportando líquidos inflamables. Esos y otros elementos determinantes para las sanciones que se deriven del luctuoso suceso serán seguramente establecidos por las investigaciones en marcha, pero mientras tanto hay datos que tienen que hacer sonar todas las alarmas. O que, mejor dicho, tendrían que haberlas hecho sonar mucho antes de que se produjera este siniestro.

La Superintendencia de Transporte Terrestre de Personas, Carga y Mercancía (Sutrán) ha señalado hace tiempo que en Lima operan al menos 26 terminales informales, cuya ubicación es perfectamente conocida. ‘Informales’, por cierto, quiere decir en este contexto que son terminales usados por empresas que ignoran o evaden cualquier legislación vigente sobre garantías para los pasajeros. Hablamos, pues, de lugares en los que, pasado el afán de fiscalización que provoca una tragedia como la del domingo, podrían darse pronto episodios similares. Es decir, de auténticos terminales de la muerte.

Declararlos clausurados e incluso demoler algunas de sus estructuras no es suficiente. Si sigue existiendo una demanda de transporte a los precios y en las condiciones que esas empresas brindan, es evidente que la oferta del servicio seguirá disponible; sobre todo si quienes persisten en ello no se arriesgan a sanciones severas por hacerlo.

En ese sentido, declaraciones como las del alcalde de San Martín de Porres –distrito en el que funcionaba el ‘garaje’ donde se incendió el bus– dejan el sabor de ser un intento de alejar las responsabilidades de su gestión frente a lo ocurrido y nada más.

“Habíamos procedido a intervenir ese establecimiento, toda vez que se había detectado que se estaba suministrando combustible en forma ilícita” y “lamentablemente los empresarios desacataron la medida […] y siguieron trabajando en forma clandestina” fueron algunas de las cosas que dijo el burgomaestre Julio Chávez. Pero es obvio que, si los pasajeros que querían ir a Chiclayo pudieron encontrar el punto de donde partiría el bus ‘clandestino’, los encargados de hacer cumplir la ley también podrían haberlo hecho.

La responsabilidad de la empresa Sajy Bus en el mortal incendio del domingo es clara. La desidia de las autoridades a las que les habría correspondido prevenir la catástrofe, sin embargo, no debe pasar inadvertida, pues de lo contrario, dentro de poco volveremos a ver escenas tan terribles como aquellas y a encontrarlas desoladoramente familiares.