Maternidad forzada, por Patricia del Río
Maternidad forzada, por Patricia del Río
Editorial El Comercio

Por tradición, cada segundo domingo de mayo el Perú celebra a quienes se embarcan en una de las labores más difíciles y demandantes que existen: ser madre. La satisfacción personal que trae el cuidado y atención a los hijos es –para muchas mujeres– incomparable, pero conviene recordar, en este día, que ello viene a veces con un alto costo.

A propósito, es relevante apuntar que –al margen de la maternidad– el punto de partida entre hombres y mujeres aún no es equitativo en el país. Las segundas no solo están expuestas a indicadores alarmantes de –sobre todo en el ámbito doméstico–, sino que enfrentan barreras adicionales a cada paso de su camino hacia la realización personal y laboral, desde el acceso a la escuela hasta la invitación a grandes directorios empresariales. En el Perú, según el INEI, las mujeres con estudios universitarios y posgrado perciben un salario inferior en 25% al de los hombres, pese a tener el mismo nivel educativo.

Otro aspecto no menor por considerar es la distribución de labores dentro del hogar tradicional. Según Hugo Ñopo, especialista de la OIT, en el Perú un hogar necesita en promedio 30 horas por semana para funcionar, “de las cuales 24 las ponen las mujeres, mientras que las seis restantes las asumen los hombres”. Esta inequidad no se resuelve con gestos como hacer las tareas del hogar solo en el –como una suerte de agasajo especial por hoy–, sino que requiere un cambio estructural y sostenido en patrones culturales firmemente arraigados.

La situación laboral concreta de aquellas que deciden ser madres merece especial atención. La OIT informa que una mujer que tiene hijos recibe un salario 12,9% menos, en promedio, que una mujer que no es madre, en tanto el hombre que es padre gana 5,9% más que aquel que no lo es. Discriminaciones en el centro de trabajo por condición de embarazo también han sido ampliamente documentadas.

Así, el panorama general para las madres trabajadoras y no trabajadoras no es fácil. Exponer estas barreras en su día es un modo de respetar el arduo trabajo de millones de mamás y poner el foco de la conversación en cómo enfrentarlas de manera justa y práctica.

Para atajar algunas de estas dificultades, sin embargo, se han puesto en marcha algunas iniciativas que –aunque bien intencionadas– pueden traer más problemas que soluciones. Las leyes que impiden el despido de una mujer embarazada, por ejemplo, pueden reducir la probabilidad de contratar a mujeres en edad de gestación y contribuir a situaciones de subempleo o empleo informal para ellas. Una propuesta de ley presentada esta misma semana por el congresista Carlos Alberto Domínguez () exige, incluso, extender esta política a los cónyuges o convivientes de la mujer embarazada no trabajadora.

Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya espacio para políticas públicas que mejoren la situación de vulnerabilidad de muchas madres –trabajadoras o no–. En primer lugar, es un acierto del gobierno mantener firme la intención de impartir una educación con énfasis en la equidad entre hombres y mujeres. Las nuevas generaciones tienen el deber de superar las taras machistas que quedan en el Perú. En segundo lugar, se pueden promover políticas laborales compatibles con la vida familiar. En este rubro entran el teletrabajo, la contratación a tiempo parcial, entre otras medidas que permitirían a más madres sumarse a la fuerza laboral, así como repartir roles en el hogar con su cónyuge. La tarea es compleja, pero hoy es el día para hablar de ella.