"El espíritu no responde a este tipo de edades y no soy solo el cuerpo físico que habito". Lee la columna de Lorena Salmón. (Ilustración: Verónica Calderón)
"El espíritu no responde a este tipo de edades y no soy solo el cuerpo físico que habito". Lee la columna de Lorena Salmón. (Ilustración: Verónica Calderón)
Lorena Salmón

Todo comenzó con retención de líquidos, bolsas debajo de los ojos, hinchazón en el cuerpo. Cambié de talla, seguro porque mi ropa, la habitual, me ajustaba y, bueno, todos sabemos que el ajuste incomoda. También me comenzó a fastidiar la grasita en el bajo vientre, que por más que hiciera lo que hiciera, no se iba más.

Ya no era la niña que podía comer en abundancia sin problemas. Ahora tenía que preocuparme de mi ingesta.

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Luego, las canas que afloraron al unísono, orquestadas, y los comentarios de los familiares, que no faltan: “Uy, ya estás canooooosaaaaa” o “¿Cómo? ¿Sí puedes irte de viaje a Miami, pero no usar tu plata en teñirte las canas?”.

Luego las manos, y aquí voy a detenerme porque las mías literalmente me están acomplejando, a tal punto que aprovecho el frío para taparme hasta mitad de la palma. También me echo aceite de aguaje mañana y noche.

A los 40 años pierdes masa muscular, ganas grasa, cambias tu metabolismo, te preparas para comenzar o experimentar la menopausia. Tu cuerpo cambia, estás más vieja.

A los 40 inviertes dinero en vitaminas, te pones sueros de ácido hialurónico en la cara y nunca más te olvidas del cuello. Levantas pesas para que no se caigan tus músculos, fantaseas con la idea de hacerte algún procedimiento estético para que tus cachetes se levanten y las líneas en el entrecejo se difuminen mágicamente. Luego te arrepientes cuando ves cómo quedan todos aquellos que se niegan a envejecer.

A los 40 te aterra que te llamen señora, pero cuando eras más pequeña pensabas que los 30 era el comienzo de la vejez.

Sin embargo, yo me siento joven, y no me refiero a la juventud impetuosa que me arrastraba a vivir plenamente sin importar el por qué. Me siento joven porque el espíritu no responde a este tipo de edades y no soy solo el cuerpo físico que habito.

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Me siento joven en cuanto a las ganas de seguir creando y expandiendo, por ejemplo. Me he matriculado en clases de cerámica para probar, para dar forma, para aprender a conectarme; y soy pésima en cuestiones estéticas. No me importa porque lo que importa, como en todo, es el proceso, el camino, lo que está en el medio.

Si miro atrás, he intentado darme la oportunidad de escuchar cada latido y seguir mi intuición. No me he prohibido probar lo que he querido: surf, kung fu, tarot, box, danza moderna, afro, fotografía, marinera, nombre usted. Me interesa seguir llenando esa lista.

Si miro atrás, soy otra y soy la misma. He intentado limar todas esas características mías que no me permitían vivir responsablemente (ser víctima constante, sentir culpa, dejarme llevar por mis emociones y no controlarlas). Y aunque fallo, trato de tener la conciencia de ponerme ese objetivo: intentar darme cuenta en qué fallo, remediarlo si está en mis manos, ser mejor.

Recién he comenzado a hablarle directamente a Dios. Recién me gusta poder sentarme con los ojos cerrados para sentir e ir de afuera a adentro.

Todavía me falta mucho: ser empática, aprender a servir por servir, aceptarme y quererme por encima de todo, todos los días; aprender a no darle importancia a todo aquello que realmente no la tiene, no hacer promesas que no estoy segura de poder cumplir.

40 años.

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Durante ellos, he tenido la infinita suerte de estar acompañada de personas que me hacen, me salvan, me conforman, me guían y básicamente esa es la gran fortuna acumulada en mi vida.

Gracias, familia y amigos, por aceptarme y quererme; los quiero profundamente.

Que comience la fiesta. //

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