(Ilustración: revista Somos)
(Ilustración: revista Somos)
Luciana Olivares

Quien diga o sienta que aquí no ha pasado nada, probablemente viva en Narnia o en una realidad paralela. Nuestro país está muy golpeado política, económica y sobre todo moralmente. Nuestra sociedad está herida y dividida, tirándose todos los días granadas de guerra en las redes sociales. Nuestra estabilidad emocional está muy afectada. El encierro, que ya de por sí afecta a la salud mental, se ha convertido en el menor de nuestros problemas. Muchos vivimos asustados, en constante estado de zozobra y con la incertidumbre en su máxima expresión. Y sin duda, muchos nos sentimos aún en duelo, cargando en nuestros corazones las muertes de dos jóvenes.

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Inti y Jack no tenían que ser héroes a tan corta edad y defendiendo lo que a estas alturas de nuestra historia debería ser un derecho inviolable. Aún recuerdo las palabras de Salvador Sotelo, padre de Inti, declarando para los medios en esa noche negra, destrozado por dentro pero orgulloso de su hijo. Según él, como su nombre lo dice en quechua, será el sol que continuará brillando, solo que no en este mundo. No pude evitar pensar en cómo este señor entregaba, a pesar del dolor, un discurso tan lúcido y hasta esperanzador. Fue sin duda una influencia muy importante en su hijo. De hecho, el señor Salvador cuenta que ese día Inti, quien era estudiante de Turismo, le dijo que iba a tener mucho cuidado y que iba a regresar y hasta en broma le dijo que si no regresaba, sería un héroe nacional. Salvador Sotelo nunca más vio a su hijo con vida, pero está convencido de que dio la vida por la democracia y eso no creo que lo consuele jamás, pero asumo que lo ayuda a contener su dolor.

En estos días he pensado mucho en estos dos conceptos: quiénes representan la principal influencia de nuestros actos y qué o quiénes nos contienen en nuestras crisis y heridas emocionales. En ambos casos, estoy convencida de que la respuesta es la familia. Nunca como ahora he entendido más mis clases de cívica en el colegio, cuando la profesora nos enseñaba que la familia es la célula vital de la sociedad. Nunca he sentido y reflexionado tanto sobre esa frase que se quedó en mi mente –por aprendérmela de paporreta y que consideraba tan compleja por sus palabras cuando era chica– como en estos días.

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Nuestras familias, con sus aciertos y desaciertos, con sus valores y creencias, con sus costumbres, pasiones, hinchadas, forman mucho de lo que somos o, en algunos casos, de lo que no queremos ser. Son nuestro punto de referencia frente a las cosas, el punto de partida para luego poder formar nuestro propio criterio. Pero así como la familia es un punto de partida, también es un punto de aterrizaje, el lugar a donde puedes llegar a lamer tus heridas sin cuestionamientos, a sentir calor luego de tiritar de frío y de miedo, a hacerte bolita y permitirte que te hagan cariño.

En estas semanas he pensado mucho en mi familia, sobre todo en mis padres y mi hermano. Conversaba hace poco con mi papá. Le contaba al buen Federico sobre un problema que yo tenía. El hombre que es capaz de sacarte del subsuelo de la tristeza con un buen chiste o de enseñarte desde chica el verdadero significado de compartir (invitándote a escoger tu muñeca favorita para regalarla por Navidad a quienes menos tienen), me decía: “Hija, después del derrame no hablo bien porque tengo media cara paralizada, no puedo coger las cosas con la mano izquierda porque los dedos no me responden, no veo bien porque sabes que nací con 24 de miopía, pero la vida es linda, mi amor, no te ahogues en un vaso de agua”.

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Mi mamá, María Teresa, la mujer que hasta le quiere pagar la yapa al casero, la que nunca dejó de trabajar y hasta reinventó su profesión para ayudar a sacar adelante a su familia en los peores años de recesión del país, me mandaba hace unos días un video de un comentarista político cuya opinión no comparte pero a quien sigue todos los días porque dice que es importante escuchar todas las opiniones y ser tolerantes. Pensé en mi hermano, el chico que se molestaba cuando alguien no dejaba más propina al mesero y ponía de la suya, el que emprendió de chibolo su agencia de publicidad con fines sociales, cuando ninguna marca o agencia hablaban del propósito, el que renunció a todo ello para seguir su sueño de ayudar a construir un Perú mejor. Mi familia es mi mayor influencia, mi soporte, mi contenedor emocional. En estos días de incertidumbre abraza muy fuerte a tu familia, permítete acurrucarte con ellos todo el tiempo que necesites para calmar, sanar y recomenzar. //

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