Te quiero yo, y tú a mí: es posible amar a quien no conoces, por Lorena Salmón
Te quiero yo, y tú a mí: es posible amar a quien no conoces, por Lorena Salmón
Lorena Salmón

Sole Simond coincidió conmigo en un viaje a Venecia gracias a una invitación de Benetton para el lanzamiento de un nuevo perfume. Era 2013.

Ella es la actual editora de Oh Lalá, la revista femenina del diario argentino La Nación. Ella es una mujer inspiradora, instructora del arte de vivir, a quien admiro y procuro seguir.

Nos hicimos amigas rápidamente. Una noche del viaje, en un restaurante, tuve un ataque de pánico. No lo reconocí inmediatamente y dejé que el miedo me invadiera.

Temblaba, lloraba sin poder controlarlo, sentía mi cuerpo entumeciéndose. Sole inmediatamente tomó mis manos, me llevó a un lado, me sentó y se sentó a mi costado y comenzó a guiarme: presta atención a tu respiración, respira, respira hondo con calma… hasta que logró que realmente trajera mi atención a la respiración y poco a poco fuera controlando los síntomas de la ansiedad.

Ajá.

Sole hablaba de respiración, mente, calma, gratitud y le brillaban sus ojitos.

Era instructora del Arte de Vivir, fundación creada por Ravi Shankar, gurú hindú, maestro espiritual, hipermediático. Su fin es ayudarnos a encontrar el equilibrio, la paz interna y la anhelada felicidad.

Llegué a Lima después del viaje a averiguar sobre esta organización, que está también en Perú. Aunque encontré información sobre sus cursos y talleres, también hallé mil excusas para no ir.

No fui nunca.

Pero había decidido que este 2019 sería el año del aprendizaje. Cuando vi que se daría un taller y que finalmente los horarios no eran tan complicados, decidí matricularme.

Mi intención era aprender nuevas técnicas de respiración y meditación. El curso está basado en tres sesiones de tres horas en las que, además de hacer yoga básico, ejercicios de respiración y meditación, también juegas un poquito, interactúas, sueltas, miras, escuchas, compartes. Pero sobre todo aprendes más herramientas útiles para vivir en calma.

La primera dinámica nos invitaba a presentarnos entre todos, uno a uno, pronunciando las siguientes palabras: “Hola soy… y te pertenezco”.

Así, literalmente.

Todo mi ser entró en absoluta resistencia. ¿Qué hago aquí? No me gustan estas dinámicas. Me siento una tonta. Todos estos pensamientos y más.

Quería salir y no volver.

Pero me quedé y saludé a cada uno de los asistentes (creo que fuimos 20).

Durante el resto del primer día renegué mentalmente, no estaba segura de haber tomado una buena decisión. Estaba superlejos del lugar, horas de tráfico, mi papá en la clínica, etc.

Pero seguí yendo mientras me repetía: lo que comenzaste, lo acabas.

Al siguiente día, la dinámica consistió en escuchar la historia de vida de dos compañeros de curso. Sin hablar, sin preguntarles nada, sin responder, sin consolar. Cada uno tenía siete minutos para contar acerca de uno mismo. La historia personal se contaba, se escuchaba y aquí quedaba todo.

Me costó tremendamente mantener la boca cerrada, quería intervenir. De hecho lo hice, rompiendo las reglas.

Pero la actividad más complicada y que me generó aún mayor incomodidad fue que nos pidieron mirarnos fijamente a los ojos los unos con los otros. Sin hablar.

No puede ser, pensé inmediatamente.

Teníamos que mirarnos a los ojos y, si queríamos, tomarnos las manos o abrazarnos.

Aunque no lo podía creer, me resultó muy cómodo hacerlo.
Mirar a los ojos más allá de los ojos. A muchos nos dieron ganas de abrazarnos. De reír. A otros, de llorar.

La primera vez que llevé un curso de ese corte, muchos años atrás, el maestro dijo algo que se me quedó grabado: es posible amar a quien no conoces. En ese entonces lo dudé seriamente.

Pero después de tres días de respirar y aprender, aquella frase regresó a mí, ahí parada frente al par de ojos con los que conecté. Porque lo que sentí fue armonía, naturalidad, comodidad, empatía y simpatía. Pura cosa linda. //

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