Llevamos semanas hablando de la nutrición y los diferentes componentes de una dieta sana. El valor de una buena alimentación se conoce desde hace miles de años, y siglos de estudios científicos nos han brindado conocimientos más amplios.
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Vale aclarar que aun la mejor alimentación no puede ser aprovechada sin la microbiota intestinal, comúnmente llamada flora intestinal. Esta recién se ha comenzado a descifrar en este milenio. Su importancia e impacto sobre nuestra salud aún no son del todo conocidos.
—Nuevo paradigma—
Desde el siglo XVII, gracias al trabajo del holandés Anton van Leeuwenhoek, padre de la microbiología, conocemos de la existencia de las bacterias, los hongos y los protozoarios. Robert Koch, microbiólogo alemán, mostró cómo estos microbios estaban asociados con las infecciones y enfermedades.
A principios del siglo XX, los microbiólogos Martinus Beijerinck (Holanda) y Serguéi Vinogradski (Rusia) describieron los efectos benéficos de algunos microorganismos. Así crearon un nuevo paradigma: el concepto de una ecología microbiana que no considera a los microorganismos como patógenos invasores, sino como parte de una relación simbiótica que beneficia al organismo huésped, humano o animal.
—Microbiota—
A través del Proyecto Microbioma Humano, del Instituto Nacional de Salud de EE.UU. (NIH), se han identificado las comunidades de microorganismos asociadas al ser humano: los microbiomas humanos.
La palabra ‘microbioma’ viene del griego ‘micro’, que significa pequeño, y de ‘bio’, vida. Resulta que cada persona, cuyo cuerpo tiene alrededor de 30 billones de células, hospeda alrededor de 39 billones de microbios. A pesar de ser muchos, estos virus, bacterias y hongos microscópicos constituyen solo entre el 1% y 3% de nuestra masa. Sin embargo, son determinantes para nuestra salud, especialmente los que habitan en el intestino, conocidos como microbiota intestinal.
El microbioma del intestino es el ecosistema de especies y el entorno en esa parte del cuerpo; comprende la microbiota intestinal, los metabolitos, los elementos estructurales, y las condiciones ambientales de ese intestino en particular. Nuestro cuerpo tiene otros microbiomas; es decir, ecosistemas que albergan comunidades de microorganismos estables en un entorno definido.
—De dónde vienen —
Heredamos un 75% de la microbiota de nuestras madres –actualmente, se piensa que esto ocurre al pasar por el canal del parto–. Otro 25% lo ingerimos de alimentos y lo recogemos del medio ambiente. Con cada gramo de comida, alrededor de un millón de microbios ingresan al cuerpo. Al viajar o cambiar de dieta recogemos nuevos integrantes para este ecosistema.
Contrario a lo que podría pensarse, vivir en un ambiente antiséptico no es bueno porque una microbiota débil y poco diversa es mala para la salud. Cada vez que uno se expone a ciertos microorganismos, el cuerpo aprende a defenderse de enfermedades que podrían causar; así se informa y fortalece nuestro sistema inmunológico. Por ejemplo, está demostrado que niños que crecen con animales tienen microbiomas más diversos y padecen de menos alergias.
—Microbiomas—
Como las huellas digitales, cada persona tiene una combinación única de microorganismos, metabolitos, elementos estructurales y condiciones ambientales en sus microbiomas, los cuales están adaptados a una parte específica del cuerpo.
Las axilas, por ejemplo, proveen un ambiente húmedo, caliente y oscuro, ideal para bacterias como el ‘Staphylococcus hominis’, que usa nuestro sudor para producir olorosos compuestos sulfurados. Los pies proveen otro ecosistema; con 600 glándulas por centímetro cuadrado, producen secreciones de sales, glucosa, vitaminas y aminoácidos capaces de nutrir millones de bacterias. Pero ni las axilas ni los pies pueden competir con el intestino.
“Nuestras bacterias intestinales convierten carbohidratos complejos en azúcares simples”.
—Ecosistema esencial—
Algunos animales dependen totalmente de su microbiota intestinal para poder digerir alimentos que caracterizan sus dietas, como las termitas –que digieren madera– y las vacas –que digieren celulosa del pasto–. El ser humano no tiene una microbiota así de especializada, pero también depende de la microbiota intestinal para digerir y aprovechar los alimentos.
Nuestras bacterias intestinales convierten carbohidratos complejos en azúcares simples, y son esenciales para sintetizar la vitamina K y algunas vitaminas del complejo B.
Nuestra microbiota intestinal también activa las células que se encargan de absorber nutrientes, descomponer toxinas y crear vasos sanguíneos. También compiten con microbios invasores, alertando a nuestro sistema inmunológico cuando hay bacterias o virus peligrosos.
—Nuevos descubrimientos—
En un estudio recién publicado, investigadores finlandeses examinaron las bacterias excretadas en las heces de más de 7.000 personas y monitorearon la salud de los participantes durante 20 años (hasta el 2017). Entre otros descubrimientos importantes, encontraron que los tipos de bacterias tienen una relación estrecha con la salud de los participantes. Por ejemplo, ciertos tipos de enterobacterias dañinas, aun tomando en cuenta otros factores de riesgo, auguraban problemas de salud en años venideros, desde gastroenteritis y pulmonía, hasta problemas de salud mental.
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—Alimentación—
Los microbiólogos que estudian la microbiota intestinal nos urgen a ver su microbioma íntegramente, como un órgano vital para nuestra salud, ya que no podríamos sobrevivir sin él.
Una dieta variada es crucial para apoyar la variedad de microorganismos que forman un microbioma intestinal idóneo. Necesitamos, especialmente, vegetales con fibra, como alcachofas, cebollas y ajo, que contienen inulina, una fibra prebiótica. También son importantes alimentos con altos niveles de polifenoles, antioxidantes que proveen combustible para los microbios buenos, como nueces, aceite de oliva, café, té (en particular el té verde), y frutas como arándanos y fresas.
Otras comidas beneficiosas son aquellas que tienen variedad de microbios buenos, como el yogur, el chucrut y los productos con soya, como el sillao y el tempeh.
Es importante evitar productos que interfieren con el metabolismo de la microbiota, como los edulcorantes artificiales (sacarina, aspartamo y sucralosa). Los antibióticos, como su nombre lo indica, destruyen microbios sin distinguir entre buenos y malos; por esto se deben tomar solo cuando son indispensables, ya que la microbiota puede tomar semanas en recuperarse tras una dosis. Aun los medicamentos comunes, como el paracetamol, o los antiácidos pueden dañar la microbiota.
Por último, aunque resulte difícil en la era del COVID-19, no hay que abusar de los productos antibacteriales. Recordemos que la mayoría de los microbios que llevamos encima (y adentro) son nuestros huéspedes permanentes y beneficiosos.
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