“Los bosques tropicales son la fuente más grande de biodiversidad. Plantas, mamíferos, insectos, hongos, etc. tienen más presencia aquí que en cualquier otro ecosistema continental en el mundo”, dice Varun Swamy, ecólogo indio que lleva más de 15 años trabajando en la selva tropical peruana.
La importancia de estos bosques es destacada constantemente, sin embargo, día tras día también se habla de las grandes amenazas que enfrentan. Según datos del último reporte de la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), publicado el año pasado, entre 1980 y 2000 se devastaron 100 millones de hectáreas de bosques tropicales en todo el mundo, y 42 millones de ellas desaparecieron en América Latina.
La pandemia del COVID-19 también hizo que durante los primeros meses del año se hablara cada vez más de la relación del humano con los bosques y cómo las presiones a estos ecosistemas tienen un vínculo con la llegada de nuevos virus que antes permanecían en equilibrio en las selvas.
Con los inicios de las cuarentenas en cada país se pensaba que la naturaleza podría descansar. Sin embargo, en muchos casos ha ocurrido todo lo contrario. “Las presiones se han incrementado por la falta de control. Por ejemplo, en la Amazonía se disminuyó la capacidad de reacción estatal con la llegada de la pandemia. Los ilegales de la madera y la minería tienen más facilidades para destruir”, comenta Candido Pastor, director regional de Pueblos Indígenas y Comunidades Locales de Conservación Internacional.
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Peligro en los bosques húmedos y secos de Colombia
El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) reportó que la deforestación en 2018 se ubicó en 197 159 hectáreas, un 10 % menos que la reportada en 2017 (219 973 hectáreas). El 70 % de la pérdida de bosque de 2018 se concentró en la Amazonía (aproximadamente 138 000 hectáreas) y aunque todavía no se tiene la cifra oficial para 2019, con base en los informes trimestrales emitidos por la entidad, esta podría alcanzar unas 73 000.
Las cifras positivas de 2019 contrastan con los resultados preliminares del monitoreo de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) que muestran un cambio abrupto en 2020 con 75 000 hectáreas deforestadas en la Amazonía solo entre enero y el 15 de abril de 2020. En otras palabras, en menos de cuatro meses ya se superó el bosque perdido durante todo 2019 en la región amazónica colombiana.
“Hay una deforestación a gran escala, sobre todo en la parte alta de la cuenca amazónica y no se ven acciones contundentes del Estado para controlarla”, indica Juan Manuel Posada, profesor e investigador de la Universidad del Rosario. Posada menciona que entre los principales motores de esa pérdida de bosque están el narcotráfico, bandas criminales y grupos guerrilleros no desmovilizados que han dicho abiertamente que los campesinos tienen derecho a deforestar, e intereses de acaparamiento y especulación de tierras.
Miguel Pacheco, coordinador de Recursos Naturales y Medios de Vida de WWF Colombia, asegura que la pandemia ha influido en la acelerada deforestación colombiana aunque resalta que no es la principal causa. “Uno de los datos que teníamos era que se había reducido el presupuesto para los sobrevuelos de control sobre la Amazonía, destinándolos a la atención de la emergencia sanitaria. Los ilegales aprovechan esta situación para avanzar con sus procesos de deforestación”, asegura.
Pero los bosques amazónicos no son los únicos en riesgo, los bosques secos tropicales en Colombia han sido destruidos a tasas alarmantes durante siglos, al punto que hoy solo queda un 8 % de este ecosistema en el país, distribuido principalmente en los valles de los ríos Cauca y Magdalena, la costa Caribe y los llanos orientales.
Roy González, investigador del Instituto Alexander von Humboldt que lleva varios años estudiando los bosques secos, asegura que cada hectárea tiene un valor único para su conservación pues en Colombia solo se preservan aproximadamente 220 000 hectáreas de bosque maduro y cerca de 800 000 “en estados sucesionales tempranos y secundarios”. Para el investigador, las problemáticas que más preocupan, y sobre las que hay que actuar ya, son: el incremento y propagación en los regímenes de incendios, la prolongación de la sequía y la falta de iniciativas para restauración.
Además de su dramática reducción, conservar lo que queda implica grandes retos. “Como son fragmentos tan reducidos y dispersos por todo el territorio, detectar sus cambios o procesos deforestación se hace aún más complicado. Tenemos que profundizar en el monitoreo y la implementación de acciones para la gestión de este ecosistema, no solo como respuesta a la deforestación, sino también frente a la intensificación de los fenómenos de sequía e incremento en los regímenes de fuego, que son importantes impulsores de cambio”, comenta González.
El investigador del Instituto Humboldt destaca que es importante que el país camine con pasos firmes hacia la conservación de áreas actuales y restauración de áreas degradadas, no solo de este ecosistema sino de todos los contenidos en el territorio nacional. “Solo así podemos conservar la invaluable biodiversidad que tenemos”, destaca.
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Queda muy poco del Chocó ecuatoriano
Walter Palacios es un científico ecuatoriano, investigador asociado al Instituto Nacional de Biodiversidad (Inabio) y ha trabajado durante más de 30 años con bosques tropicales en su país. Para él, como para muchos investigadores de América Latina, la situación de estos ecosistemas es complicada. “La deforestación hoy es el problema ambiental más importante que tiene Ecuador”, dice.
Desde hace casi una década el Ministerio del Ambiente se responsabilizó de la cuantificación de pérdida de bosques en el país, pero no se publican reportes periódicos sobre cómo avanza el tema. Aún así, con base en investigaciones académicas, Palacios estima que la pérdida de bosques naturales en Ecuador está en alrededor de 90 000 hectáreas por año. “Para el país es una cifra muy alta porque ya hemos perdido cerca del 50 % de nuestros bosques naturales. Es bastante preocupante”, resalta.
De acuerdo con Palacios, una sola hectárea de bosque tiene alrededor de 500 árboles mayores con diámetro mayor a 10 cm y al multiplicar por 90 000 hectáreas da como resultado 45 millones de árboles que desaparecen cada año. Los bosques que más se pierden en Ecuador son los del Chocó biogeográfico, donde se dan muchas actividades extractivas, entre ellas la minería de oro.
En el caso de Esmeraldas, la provincia norteña que limita con Colombia y donde se encuentra la mayoría del Chocó que tiene Ecuador, ha sido sometida a una conversión intensiva de bosques, “a cultivos de subsistencia y monocultivos, principalmente palma. Por 60 años ha sido la provincia que ha proveído la mayor cantidad de madera en Ecuador y hoy sigue siendo la número uno”, dice Palacios.
Para el investigador ecuatoriano, el término deforestación ha perdido validez pues la gente no es consciente que significa destrucción total del bosque, “es borrarlo y convertirlo a cualquier otra cosa”, enfatiza Palacios. A esto se suma que, según el experto, no se ha sabido socializar adecuadamente este problema.
Actualmente, se ha conocido de una nueva carretera en el Parque Yasuní, al parecer construida por la industria petrolera. “El problema es lo que viene después. En esas carreteras entran las madereras, los colonos y luego terminan por convertir el bosque”, dice y agrega que todo esto es preocupante pues “el mayor patrimonio de nuestros países andinos es la biodiversidad y al perder esos bosques perdemos nuestra mayor riqueza y potencial de desarrollo”. La situación se vuelve más alarmante pues hace pocos días se conoció que el Ministerio del Ambiente cesó el contrato de cerca de 600 guardaparques y técnicos en medio de la crisis sanitaria y económica debido al COVID-19. Aunque el Ministerio dijo que no fueron despedidos, habla de una forma de contratación que genera una fuerte inestabilidad laboral.
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Analizando la salud de los bosques peruanos
“Una cancha de fútbol en la Amazonía peruana puede contener más especies de árboles que todo Norteamérica. Cada hectárea de bosque amazónico perdido resulta en una pérdida de biodiversidad mucho más alta que la de cualquier otro ecosistema terrestre”, dice Varun Swamy, ecólogo indio que trabaja en la selva tropical de Perú.
Swamy menciona que los bosques tropicales son grandes captadores de dióxido de carbono y si se pierde esa función, la concentración de este gas en la atmósfera aumentará y acelerará más el calentamiento global y el cambio climático. También recuerda que los bosques tienen una función muy importante en la lluvia pues encima del dosel amazónico corre un “río aéreo” creado por la transpiración de los árboles.
Si esos motivos no son suficientes, el ecólogo considera otro tipo de beneficios que pueden parecer más cercanos a las personas como el uso de las plantas domesticadas que vienen de estos bosques y su contribución a la elaboración de medicinas.
Para el científico, si se compara a la Amazonía peruana con la brasileña, la primera está mejor. Aún así, tiene amenazas muy serias que han resultado en altas tasas de deforestación en los últimos 20 años. La principal es la minería de oro ilegal, aunque también hay que considerar la legal, que está destruyendo la selva, convirtiéndola en desiertos y pozos en el sur del país, principalmente en la región de Madre de Dios. También hay otros problemas como la construcción de carreteras que abren el bosque a otras actividades como la agricultura y la extracción de madera.
Miguel Pacheco es el coordinador de Recursos Naturales y Medios de Vida de WWF Colombia pero es peruano. Asegura que ambos países tienen similitudes en cuanto a los motores de deforestación, pero que en Perú no está la variable de conflicto armado. “En Perú se registran aproximadamente 150 000 hectáreas de pérdida de bosque al año, un poco menos que en Colombia pero con procesos muy similares como la ganadería. Por otro lado se está dando un incremento en los cultivos agroindustriales de palma”, comenta y coincide con Swamy al citar el caso de Madre de Dios con el oro ilegal y el “lavado de dinero para grupos narcotraficantes”.
Otro tema que llama la atención del investigador Varun Swamy es que con un sobrevuelo o una imagen satelital se puede pasar por un bosque que parece totalmente intacto, que tiene su dosel y no ha sido talado; pero podría no tener fauna nativa, en especial animales grandes que tienen funciones ecológicas muy importantes por su interacción con la vegetación.
La principal interacción es la dispersión de semillas, “los animales llevan las semillas de un árbol reproductivo lejos de allí porque hay enemigos naturales: insectos, roedores, hongos, microorganismos que depredan todo de esa especie. Para mantener la diversidad se necesita la dispersión y existen pocos animales que la hacen de manera efectiva”, comenta Swamy. Según el investigador, algunos de los animales más eficientes son los primates grandes como el mono araña, que es casi 100 % frugívoro y está constantemente comiendo y defecando. También está el tapir, el dispersador terrestre más importante de frutos carnosos en la región.
El problema es que la cacería está disminuyendo las poblaciones de estos mamíferos, el trabajo actual del investigador y de otros colegas en regiones tropicales es tratar de entender cuál es el efecto de la ausencia de este servicio de dispersión, cuáles son los efectos de perder la fauna nativa de los bosques (defaunación).
Si la composición de los bosques cambia, a pesar de que no se vean zonas transformadas es posible que, por ejemplo, la capacidad de captura de carbono disminuya o que permanezca pero sea más lenta, lo que finalmente trae consecuencias en fenómenos globales como el cambio climático. Swamy aún no tiene conclusiones al respecto, pero varios de sus resultados preliminares sugieren que hay cambios representativos.
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¿Qué se puede hacer?
En medio de un panorama que sigue siendo preocupante para los bosques tropicales hay varias iniciativas en Latinoamérica que buscan formas más rápidas y eficientes de restaurar las zonas deforestadas y conservar las que aún están intactas.
Trabajar con las comunidades que habitan en los bosques es una alternativa. Por ejemplo, WWF Colombia trabaja desde 2016 con campesinos en los departamentos de Guaviare y Caquetá, cercanos al arco de deforestación del parque nacional Chiribiquete, donde están demostrando que a partir de procesos de concientización se puede reducir la deforestación.
Otro llamado es a ser mejores consumidores. “Todos de alguna forma estamos afectando los bosques con nuestras decisiones. Por ejemplo, se puede estar incentivando la pérdida de bosque cuando no exploramos de dónde viene la madera que compramos. Lo mismo con el consumo de carne y otros productos agrícolas”, afirma Varun Swamy e insiste en que “es muy importante educarse”.
Candido Pastor, director regional de Pueblos Indígenas y Comunidades Locales de Conservación Internacional, destaca que las mejores estrategias para cuidar de territorios como la Amazonía son las áreas protegidas y las tierras indígenas, que juntas representan el 40 % de ese bioma. “Ellos [los indígenas] están pagando el costo de la conservación y la humanidad no lo está reconociendo”, asegura Pastor.
Finalmente, el directivo de Conservación Internacional reconoce que el COVID-19 está tocando la conciencia de la gente debido a la relación que hay entre los bosques, las actividades no sostenibles y el paso del virus a los humanos, “pero la sensibilidad de las personas puede cambiar fácilmente. Si el próximo mes tenemos algún otro incidente, posiblemente se olviden de la relación medio ambiente – humanidad cuando estamos acercándonos a un punto de no retorno”.
El artículo original de Antonio José Paz Cardona fue publicado en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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