A María Célsida Biguidima se le entristece el rostro cuando habla de su territorio. La deforestación ocasionada a lo largo de los años por actividades agropecuarias, extractivas e ilícitas le preocupan enormemente, igual que a todo su pueblo: el murui-muina. “Hemos perdido una gran variedad de árboles”, afirma la lideresa indígena colombiana. “Mi comunidad, La Samaritana, está como en 20 hectáreas: nosotros estamos en un globito de tierra y lo que está al lado está contaminado, deforestado. Eso es lo que queremos volver a rescatar y restaurar”.
Por eso, Biguidima trabajó en conformar un equipo y buscar ayuda. Junto a 22 mujeres y con el respaldo de su comunidad —ubicada en el municipio de Puerto Leguízamo, en el departamento del Putumayo— trabaja en recuperar y conservar una de esas especies afectadas, pero que además es vital para su cultura: la palma de canangucha (Mauritia flexuosa), que ahora siembran en áreas degradadas.
“Hemos perdido una gran parte de la canangucha por la deforestación, por la ganadería y aún más por el uso ilícito”, afirma Biguidima. “Por eso es una ventaja de nosotras hacer un vivero, investigar y fortalecer a esta palma, porque está en los humedales, porque es de ahí, porque mantiene el agua, porque alimenta a los animales y porque muchos ríos o lagos nacen en las canangucheras”, añade.
Esta especie coronada con hojas grandes, como sombrillas rasgadas, prolifera en grandes grupos dentro de los terrenos inundables de la Amazonía, donde puede alcanzar los 35 metros de altura y un diámetro de entre dos y tres metros.
Sus frutos de color rojizo, cubiertos por cientos de pequeñas escamas, se encuentran en grandes racimos y son un alimento base en la dieta de este pueblo indígena amazónico —que empezó a recorrer distancias cada vez más largas para acceder a ellos por causa de la deforestación—, mientras que las fibras y las semillas que obtienen de la misma planta se transforman en materia prima para la elaboración de sus trajes típicos y sus producciones artesanales.
Además, la canangucha forma parte de su cosmovisión y su tradición oral, pues existe en las historias de los abuelos que hablan sobre el origen del pueblo murui-muina, narraciones que María Célsida Biguidima trabaja en recuperar para que no queden en el olvido.
“Esta palma es muy importante. Nosotros le decimos ‘nuestro oro’. Es el oro de los humedales”, dice Biguidima y agrega: “nos ofrece todo: desde lo espiritual, la alimentación y la conservación… y nos sentimos muy agradecidos porque es nuestra esencia, porque de ella hemos partido”.
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Un trabajo comunitario liderado por mujeres
En su búsqueda para fortalecer el proyecto de recuperación de la palma canangucha, María Célsida Biguidima intentó obtener recursos de los gobiernos municipal y departamental, sin embargo, fue a través de una convocatoria de la organización Conservación Internacional donde logró obtener, a partir de julio de 2021, financiamiento para reforestar y para que las mujeres se capacitaran en materia de conservación.
“Conservación Internacional nos acompaña con capacitaciones, pero también está la parte nuestra, con las personas de la comunidad: la abuela, el abuelo, los esposos de las señoras… porque también tienen conocimientos por ser parte de la zona. Las 22 mujeres representan el proyecto, pero detrás de ellas está toda la comunidad”, afirma Biguidima.
Luz Adriana Zúñiga, gerente de comunicaciones del proyecto Nuestros Futuros Bosques-Amazonia Verde, de Conservación Internacional, explica que la organización, apoyada por el gobierno de Francia, está trabajando en conservar el 12 % de la Amazonía —que equivale a unas 73 millones de hectáreas— con miras al 2025, y por eso tiene interés en incentivar proyectos liderados por comunidades locales e indígenas, como el de las mujeres murui-muina en Colombia, pero también en otros países como Bolivia, Brasil, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam.
“Vimos que el proyecto de la canangucha daba solución a dos temas muy importantes: lo cultural y lo ambiental. Es un proyecto de reforestación con esa planta nativa que ya está en algunas hectáreas y que resulta muy importante cuando te das cuenta de lo que significa para su cultura, lo que les define a ellos en esa comunidad. Además de que por un lado da solución al tema de la deforestación, también se está generando economía sostenible”, cuenta Zuñiga.
La experimentación con el fruto de la palma ha llevado a la mujeres murui-muina a transformarlo en distintos productos, entre los que se encuentran jabones, dulces, helados, además de chicha y caguana —sus bebidas tradicionales—. Incluso, obtienen aceite de la larva del escarabajo mojojoy (Rhynchophorus palmarum), que habita en la planta.
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El conocimiento indígena para la restauración
Previo a la creación del semillero, o vivero comunitario, las mujeres se organizaron para hacer la colecta de semillas de canangucha y seleccionar las áreas para el proceso de reforestación. Privilegiaron las zonas donde la canangucha había sido deforestada. Luego trabajaron en el desarrollo de las plántulas, hasta el momento de considerarlas resistentes para la siembra y así iniciar el proceso de monitoreo para garantizar su éxito. Este es un punto crítico, sobre todo porque Conservación Internacional tiene identificada una tasa de muerte de plantas de entre el 30 y 40 %.
Precisamente, de las primeras 1000 plántulas de palma que lograron crecer en ocho meses de trabajo, se logró la supervivencia de la mitad, pues a pesar de los esfuerzos de las mujeres, el calor intenso del verano secó muchas de ellas, explica Biguidima.
“En el semillero sembramos desde lo propio, desde el conocimiento indígena”, continúa la lideresa sobre el lugar del que se pretende sacar 1500 palmas saludables más —que ya están en crecimiento actualmente— para sembrar en el próximo mes de julio. “Miramos cómo es el nacimiento de la palma, cuál es la altura y su dimensión para llevarla a las áreas estratégicas a sembrar. Ha sido una muy buena experiencia en comunidad, además, queremos llevar esto a más mujeres”.
La intención del grupo es ser cada día más, no solo en La Samaritana, sino ampliar el proyecto a otras cuatro comunidades cercanas. “Son zonas muy deforestadas y los caños que pasan por las comunidades tienen el agua muy estancada y contaminada; queremos rescatar la microcuenca de nuestras comunidades porque, donde hay canangucha, hay agua, vida y conservación”, explica.
Al respecto, Erwin Palacios, director de Estrategias Participativas para la Conservación de la Biodiversidad, en Conservación Internacional, explica que las fuentes hídricas cercanas a las comunidades que viven en este fragmento de la Amazonía —inmersas en matrices de deforestación por el cambio de uso de suelo— son contaminadas por el establecimiento de ranchos para ganadería y por la minería ilegal que ha vertido mercurio en el agua, principalmente, en la quebrada La Raicita, donde el agua ya no es apta para el consumo.
“Se ha demostrado que las áreas donde hay asociaciones o grupos gigantescos de cananguchas, como en las turberas de la Amazonía, se concentra una mayor cantidad de carbono en el suelo, mucho más que en los bosques en tierra firme. Entonces, ahí hay un tema crítico sobre la deforestación”, dice el experto.
Por eso, ahora las mujeres se sienten felices de estar construyendo el futuro de la especie. “Nos sentimos muy contentas de que esa planta esté dentro de la comunidad; es de la selva, pero ahora la traemos cerca de nuestra casa. Estamos dejando la herencia para nuestros hijos, porque esto no se va a dar en tres meses, sino en cinco o seis años y va a estar ahí por décadas”, explica.
Biguidima reitera que la palma canangucha es la esencia misma del pueblo murui-muina, pues está presente incluso en sus danzas y rituales para la abundancia. Además, la encuentran particular y estrechamente ligada a la vida de las mujeres. Por ejemplo, la caguana, bebida obtenida de la plama, es lo que toman las madres lactantes para obtener mucha más leche y el color amarillo del agua que rodea a las agrupaciones de cananguchas representa el tono del líquido amniótico de un embarazo.
“Hay muchas cosas muy profundas sobre nuestra relación con las cananguchas; eso lo manejan los abuelos, los sabedores”, dice la lideresa. “Nos hemos dado cuenta de que somos una sola, que la naturaleza, las mujeres y los hombres tenemos un solo propósito en este planeta: cuidarnos, amarnos y respetarnos. Así como la Madre Tierra nos da, nosotros también tenemos que darle. Eso hemos aprendido”.
*Imagen principal: María Célsida Biguidima y el fruto de la canangucha. Foto: César David Martínez
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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