La palabra de Quiterio Ramírez suena angustiada al otro lado del teléfono: “Cuando le vi colgado a este tigrecito la verdad es que lloré, pero, ¿qué le vamos a hacer? Ya lo perdimos”. La voz se le quiebra y se puede adivinar que las lágrimas vuelven a humedecerle los ojos. Un yaguareté fue cazado en los alrededores de Estanislao del Campo, departamento de Patiño, en el centro de la provincia de Formosa. Ramírez exhibe sentimientos que hasta hace algunos años eran impensables hacia el jaguar (Panthera onca): tristeza y dolor, y ahora indignación por la pérdida de un ejemplar macho del depredador tope del Gran Chaco; un animal al que ya consideraba parte de su paisaje, de su mundo.
A “el tipo”, como llamaban los lugareños a este gran félido, no le dio tiempo ni siquiera a recibir un nombre adecuado. Había sido registrado por las cámaras trampa en febrero de 2024 y nuevamente en abril, pero en una fecha incierta de hace algunas semanas fue abatido y desollado por un grupo de cazadores que más tarde subió las fotos de su “trofeo” a las redes sociales.
Los científicos del Proyecto Yaguareté, programa de conservación de la especie que desde hace varios años trabaja en el Chaco argentino, identificaban a “el tipo” como M7, porque se trataba del séptimo ejemplar de jaguar detectado en la región, una cifra dramáticamente baja que indica, por sí sola, el estado crítico de supervivencia del “tigre americano” en la región.
Como para no dejar dudas de lo que significa la pérdida de un jaguar en el Chaco, Agustín Paviolo, doctor en Biología, investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y socio fundador del Centro de Investigaciones del Bosque Atlántico (CeIBA) y el Proyecto Yaguareté, señala: “El impacto es tremendo porque tenemos muy poquitos individuos. Ni siquiera estamos seguros de que el resto de los que conocemos estén vivos”. Entonces enumera a los individuos: “Un par que hace unos cinco años registramos en Formosa y no sabemos si estarán vivos; otro que fue captado hace dos años y no lo volvimos a ver más. Teóricamente serían siete machos (ahora seis) y una única hembra que la Fundación Rewilding liberó hace poco tiempo en el Parque Nacional El Impenetrable. Esto reduce mucho las posibilidades de crecimiento de la población, son demasiado pocos”.
El yaguareté se encuentra En Peligro de extinción en Argentina, pero su estado avanza a Peligro Crítico en la región chaqueña, uno de los cuatro puntos del país donde todavía pervive la especie. Cifras oficiales del gobierno argentino destacan que entre las Yungas, las selvas de montaña en las provincias de Jujuy y Salta, al noroeste, y el bosque atlántico de Misiones, en el noreste, habría alrededor de 300 individuos de jaguar; más una veintena de ejemplares en los esteros del Iberá, entre los individuos que fueron reintroducidos desde 2022 y sus sucesivas camadas.
“Hasta hace un par de años, cuando sólo podíamos armar mapas de presencia en función de los rastros que iban apareciendo, estimábamos que habría unos 20 individuos en el Chaco. Hoy, con la presencia de un equipo de trabajo permanente y la instalación de muchas más cámaras trampa, creo que la población está más cerca de los 10, o incluso menos”, afirma Paviolo.
Con unos 600 000 kilómetros cuadrados de superficie total, el Chaco argentino alberga el 60 % del segundo pulmón más importante del continente después de la Amazonía, y si bien se trata de una de las áreas que ha sufrido mayores índices de deforestación en las últimas décadas, aún conserva amplias superficies de bosque nativo. “El desmonte es otra de las grandes amenazas para el yaguareté, pero estamos perdiendo la especie antes de que se nos acabe el bosque, porque en las condiciones actuales todavía podrían vivir algunos cientos de individuos”, sentencia Paviolo, para poner a la cacería en el centro del problema.
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Una mezcla de cultura e impunidad
“La caza está arraigada a la cultura de la gente del monte. Estamos hablando de personas que viven en lugares sumamente remotos, en condiciones vulnerables y con sus derechos mínimos insatisfechos: no tienen albergues seguros ni acceso al sistema de salud, no están bien alimentados y, además, la lejanía les hace sentir una gran impunidad”, explica Lucero Corrales, coordinadora del Grupo de Colaboradores para la Conservación del Yaguareté en el CeIBA, y agrega: “Aunque les cueste aceptarlo, el tigre (jaguar) les genera mucho miedo, y como tienen perros y un arma, es probable que si se encuentran con uno, dispararle sea el camino más fácil para elegir. No se debe olvidar que, entre cierta población masculina, matarlo aún se considera un símbolo de prestigio. Por eso, es allí donde más estamos trabajando, para cambiar la percepción que la gente del monte tiene del animal”.
En el caso del ejemplar cazado hace un par de semanas en Estanislao del Campo, fueron los propios autores del crimen quienes se encargaron de subir a las redes sociales las fotos del cuerpo del jaguar desollado, y de la piel colgada entre dos árboles. Esto, junto a los datos registrados por el Proyecto Yaguareté, permitieron identificar de qué ejemplar se trataba, facilitó la localización del lugar para realizar la operación policial y esclarecer el caso en pocos días. Un hombre de apellido Cisneros quedó detenido como principal responsable del hecho, y otros tres se encuentran imputados como testigos y presuntos cómplices.
“Conozco bien esa zona. Hay un sector que es bosque cerrado y otra parte algo más abierta, lo que nosotros llamamos pampa, que está rodeada de fincas que fueron quemadas y deforestadas en los últimos años para convertirse en grandes establecimientos de más de 10 000 o 20 000 hectáreas”, indica Ernesto Luberriaga, habitante de la localidad de Pozo del Tigre, a unos 30 kilómetros de donde ocurrió el suceso. Él se arriesga y menciona la procedencia de los responsables: “No los tengo identificados, pero deben ser pobladores de las cercanías y seguramente criollos: los indígenas tobas del lugar no matarían un tigre (jaguar), y mucho menos para sacarse fotos con el animal muerto”.
Durante 24 años de trabajo como técnico en la Secretaría de Agricultura Familiar Campesina e Indígena, Luberriaga recorrió todos los caminos de Formosa y sabe de casos semejantes que anteriormente han pasado desapercibidos: “La gente que lo hizo esta vez se delató sola. Si no subían las fotos a Facebook, quizás nadie se hubiese enterado”, dice.
El yaguareté ha sido declarado Monumento Natural, tanto a nivel nacional como provincial en Formosa, su caza está prohibida y castigada con cárcel, por lo que se espera que la sentencia resulte ejemplificadora (la ley prevé entre cuatro meses y tres años de prisión, además de una multa económica). Pero, aunque así ocurra, científicos y técnicos comprometidos con la conservación entienden que las claves para ampliar las opciones de supervivencia de la especie en el Chaco argentino requieren de otro tipo de acciones y medidas.
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Se necesitan más áreas protegidas
Una de las medidas, mencionada de manera unánime por quienes trabajan en el tema, es la creación e implementación de nuevas áreas protegidas en toda la región chaqueña, pero en Formosa de manera particular. El listado oficial que proporciona el Ministerio de Producción y Ambiente local da cuenta de la existencia de 14 espacios con algún nivel de protección, pero una mirada más fina descubre que cinco de ellas no superan las 300 hectáreas y dos pertenecen en realidad a la Administración de Parques Nacionales. Los niveles de implementación de dichos espacios de protección son muy dispares y, en total, apenas cubren 6113 kilómetros cuadrados (el 8,5 % de la superficie provincial).
“En el Bañado de la Estrella, por ejemplo, donde creemos que todavía quedan algunos yaguaretés, cada vez hay más alambrados y movimiento de gente, no puede considerarse un área protegida”, subraya Luberriaga. Sin embargo, esta área concentra más de la mitad de lo que la provincia de Formosa señala como “zona cuidada para la conservación del ecosistema” y corresponde a 381 661 hectáreas situadas en el noroeste de la provincia, junto al río Pilcomayo, en la frontera con Paraguay.
El Proyecto Yaguareté publicó meses atrás un trabajo de zonificación donde estableció cómo debería ser el paisaje chaqueño ideal para mantener una población creciente de la especie. En él hace especial hincapié en la apertura y mantenimiento de corredores que procuren mejorar la conectividad entre las áreas núcleo, aquellas en las que el bosque nativo se encuentra en mejor estado. “Pero si los corredores no son funcionales con respecto a la seguridad para los animales, y sólo lo son como continuidad de una estructura de vegetación, no tienen mucho sentido. El yaguareté que cazaron estaba moviéndose en un corredor y lo mataron igual”, enfatiza Paviolo.
Es por eso que la organización CeIBA ha enfocado la mayor parte de su tarea fuera de los sitios identificados como zonas núcleo en los mapas. “Podemos tener más áreas protegidas, más guardaparques, reglamentaciones y leyes que condenen actos como el que acaba de ocurrir, pero si no trabajamos directamente con la gente para que cambie su percepción y su modo de relacionarse con las especies de fauna silvestre, en especial con el yaguareté, no vamos a garantizar su supervivencia”, resume Lucero Corrales.
Al menos 400 colaboradores voluntarios
Desde 2021 hasta la fecha, la minuciosa tarea de Corrales le ha servido para tejer una red de más de 400 colaboradores, todos ellos voluntarios en las provincias de Chaco y Formosa, con los que lleva a cabo un monitoreo participativo que, entre otros logros, ha servido para que las cámaras trampa instaladas este 2024 pudieran registrar al ejemplar cazado y otros en la región chaqueña. “Toda esa gente aporta datos y brinda información en el territorio sobre la presencia de la especie, ya sea la observación de una huella, la posible depredación de un animal silvestre o doméstico realizada por un yaguareté, o cualquier indicio que pueda sugerir la presencia de un individuo cerca de sus casas”. A partir de esa primera llamada, y una vez corroborada la certeza del dato, su equipo acude a la zona, instala cámaras trampa y comienza una serie de visitas a toda la población de los alrededores.
Las continuas charlas de Corrales con los habitantes del monte —las visitas de ella y su equipo a los colaboradores para sostener su motivación y mantener vivo los vínculos se repiten cada dos o tres meses— le permiten apreciar los cambios de actitud respecto al yaguareté, estimados como imprescindibles en la lucha por evitar su extinción en la región.
“El trabajo que estamos haciendo sólo en el departamento Patiño de la provincia de Formosa cubre unas 100 000 hectáreas y, al principio, la gente que íbamos a visitar hablaba de que su primera opción en caso de encontrarse con un tigre (jaguar) sería matarlo. Hoy eso ha cambiado. Los chicos de la escuela aman al yaguareté y eligieron la especie como eje de su feria de las ciencias. Y muchos mayores me llamaron llorando cuando se enteraron de la noticia de la muerte de uno de los animales que habíamos registrado en su zona”, comenta Corrales.
El instinto natural condujo a M7 hacia su destino. Como todos los jaguares, las largas caminatas en busca de comida o de una hembra con la cual aparearse forman parte de su rutina. En su caso, se alejó más de 40 kilómetros de la zona donde Corrales y su equipo vienen realizando las tareas de sensibilización. Los cazadores que lo descubrieron nunca habían conversado con ellos sobre la necesidad de conservar los escasos individuos que recorren el Chaco, no tuvieron la ocasión de modificar su mirada sobre el rey de los bosques sudamericanos, y actuaron de acuerdo con sus hábitos ancestrales.
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Transformar la mirada de la gente hacia el jaguar
El asesinto del jaguar en Formosa revela el flanco más débil del proyecto de conservación: la falta de recursos para abarcar áreas geográficas más extensas. “Hoy, cada salida al campo supone un gasto de unos 500 000 pesos argentinos (unos 500 dólares), más una camioneta bien mantenida, las cámaras, las pilas, los seguros, las tarjetas y folletos que llevamos para dejarle a la gente. Y hacemos al menos una al mes”, informa Corrales.
“Deberíamos tener dos o tres equipos más en la región para poder multiplicar el esfuerzo y ser más eficaces”, señala Paviolo.
Pero los apoyos económicos que se reciben del gobierno de la provincia del Chaco, raramente del gobierno de Formosa, y del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), a través de la Fundación Vida Silvestre, apenas resultan suficientes para sostener el ritmo de un único equipo de trabajo.
Desde el Ministerio de Producción y Ambiente de Formosa aseguran que se realizan tareas de educación ambiental en las escuelas, con programas que involucran a alumnos, productores y al resto de la comunidad.
Ernesto Luberriaga no opina lo mismo: “La provincia debería hacer un mayor esfuerzo de concientización, armar grupos de seguimiento y búsqueda de ejemplares para poder controlarlos con collares GPS, pero no lo hace”, afirma.
“Tenemos que convertir toda la indignación y la desesperanza de estos días en motores para que todas las instituciones que quieran participar, redoblen los esfuerzos para salvar a los últimos animales que nos quedan”, se ilusiona Lucero Corrales.
El ejemplo de transformación de Jaime, dueño de una finca relativamente pequeña cerca de Estanislao del Campo, demuestra que se trata de una tarea que rinde frutos. La coordinadora del Grupo de Colaboradores para la Conservación del Yaguareté en el CeIBAd lo visitó porque sabía de la aparición de huellas de jaguar en su campo, pero cuando le pidió el permiso para colocar las cámaras se encontró con una respuesta hosca: “¿Cuánto me vas a pagar por este tigre (jaguar)? Llévate de aquí esa porquería”. Corrales insistió hasta conseguir su consentimiento. Las primeras imágenes captadas en la finca entusiasmaron a todos. Primero al hijo y a la nuera del dueño, después a los empleados y, por fin, al propio Jaime, que cuando apareció el segundo jaguar le pidió a Corrales entre lágrimas: “No te lleves mis yaguaretés, porque son los últimos que me están quedando”. El anciano falleció hace un mes. Para su suerte, no llegó a enterarse de lo que le ocurrió a uno de sus tigres.
*Imagen principal: Tañhi Wuk, “dueño del monte” en idioma wichí, es el nombre elegido para el ejemplar que esta cámara trampa registró en la Reserva Natural Formosa, área dirigida por la Administración de Parques Nacionales en el oeste de la provincia. Foto: Proyecto Yaguareté.
El artículo original fue publicado por Rodolfo Chisleanschi en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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