Cuando se trabaja en el mar, el peor enemigo de los científicos es el viento. A bordo de la embarcación Seahorse, el día empieza a las cuatro de la mañana para aprovechar las horas de mayor calma. Cada momento cuenta para el propósito de la expedición: ver una pequeña aleta dorsal de vaquita marina (Phocoena sinus) asomarse en medio de las olas. Una tarea casi imposible puesto que este mamífero marino, que sólo habita en México, es el más amenazado del mundo.
El Crucero de Observación 2024 para rastrearlas se realizó del 5 al 26 de mayo del 2024, en una pequeña región del Alto Golfo de California, cerca de la comunidad pesquera de San Felipe, en el estado de Baja California. La colaboración entre la organización Sea Shepherd, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas de México (Conanp) y un grupo de científicos liderados por la doctora Barbara Taylor, logró el avistamiento de entre 6 y 8 vaquitas en la Zona de Tolerancia Cero (ZTC), el área que conforma el refugio considerado un bastión para las vaquitas que luchan por sobrevivir. Sin embargo, debido a que las vaquitas pueden moverse libremente fuera de esta zona, el número observado durante el estudio debe considerarse un mínimo.
“Si bien estos resultados son preocupantes”, dice Taylor, “se debe tener precaución sobre el menor número visto dentro de la ZTC este año”. La experta en la investigación de la vaquita marina desde hace más de 30 años, retirada de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), agrega: “No puede ser interpretado como una disminución en la especie, porque no podemos descartar que las vaquitas hayan salido de esta pequeña parte de su distribución normal”.
En el 2023, las estimaciones de los científicos fueron de entre 8 y 13 individuos. A diferencia del año pasado, no se avistaron crías recién nacidas, pero sí se pudo observar a un juvenil sano, de alrededor de un año de edad, según reportaron los expertos el 11 de junio en las conclusiones del crucero.
Las dificultades de encontrar a la vaquita
A pesar de que el mes de mayo fue seleccionado como el mes ideal para la realización del crucero, por tratarse de un mes con vientos tranquilos, los científicos pasaron varios días luchando contra el mal tiempo. Durante algunas jornadas —que se extendían desde la madrugada y hasta que se ocultaba el sol— debieron armarse de paciencia y esperar a que las ráfagas se calmaran, para luego acercarse nuevamente a los Big Eyes —”Ojos Grandes”, en español—, unos binoculares especializados y montados en el barco, con un alcance de hasta 10 kilómetros de visión.
En la jornada del 20 de mayo, la tripulación del Seahorse tuvo que resguardarse en el interior de la embarcación, debido al riesgo que representaba permanecer en cubierta. Una embarcación auxiliar más pequeña, a cargo de la Conanp, incluso estuvo a punto de volcarse en el mar. Después del susto, los científicos debieron volver a puerto y regresar al día siguiente.
“Aquí hay vientos locales que son muy traicioneros. Tuvimos un ejemplo brutal: de repente, el viento del oeste nos pegó tupido. No es que esos vientos sean raros, pero duran una hora o algo así, y este duró cuatro horas con vientos de 90 nudos —más de 160 kilómetros por hora—. Siempre estamos con la esperanza de encontrar las condiciones ideales para buscar vaquitas, que es cuando el mar está prácticamente como plato o con muy pocas olas”, narra Lorenzo Rojas Bracho, co-coordinador de la Operación Esperanza para la vaquita, con la National Marine Mammal Foundation (NMMF), en San Diego, California.
Para el 21 de mayo, el panorama no parecía muy distinto. Durante el día, los científicos se rotaban por turnos de treinta minutos, una y otra vez, para observar a través de los Big Eyes mientras otros descansaban la vista para conservar su precisión. En estas rondas también participaron observadores comunitarios: 17 jóvenes entrenados para observar y proteger a la vaquita en San Felipe, que se rotaban por jornadas.
“Esta experiencia, para mí, es extraordinaria. Estás todo el día buscando, pero lograr captarla una o dos veces, si acaso te toca la suerte, es súper emocionante. Es impresionante poder llevarse esta experiencia, poder estar ahí cuando llegue a lograrse el avistamiento”, dice Jesús Soto, joven integrante del equipo de monitoreo comunitario.
Mongabay Latam acompañó esta jornada de monitoreo en la que también debió hacerse una pausa, de unas cuatro horas, para esperar mejores condiciones de viento. Durante la espera y también al momento de retomar actividades, se pudieron ver grupos de rayas, tortugas marinas, un tiburón martillo, numerosos delfines e incluso una ballena a la que el equipo siguió con un dron. Pero de la vaquita, no había rastros. Parecía que esa tarde sería igual que la anterior. Sin embargo, cuando el sol empezó a caer, a eso de las seis de la tarde y con el sol poniéndose frente al Seahorse, allí estaban.
La tripulación tomó todos los binoculares disponibles para apreciar esos pocos segundos en los que las aletas dorsales se asomaban en el mar calmo. “Up! Up! Up!”, anunciaba uno de los científicos cada vez que un par de vaquitas se dejaban ver al salir a respirar a la superficie. La tripulación estalló en aplausos y gritos, hasta que los científicos pidieron silencio para poder concentrarse y no perderlas de vista. Estuvieron así cerca de una hora, hasta que oscureció.
“Cada vez que vemos vaquitas es una señal de esperanza”, celebra tras el avistamiento Robert Pitman, científico independiente y retirado después de 40 años trabajando con la NOAA.
Los resultados de la expedición
El Crucero de Observación 2024 consistió de un monitoreo con dos componentes: visual y acústico. El visual tiene que ver con la observación directa de la especie desde la embarcación Seahorse y una más pequeña, Sirena de la Noche. Mientras tanto, para el monitoreo acústico, se utilizaron 34 detectores F-POD distribuidos dentro de la ZTC. Su función es captar los pulsos sonoros que emite la vaquita marina y con ello orientar la dirección de las embarcaciones que van en su búsqueda.
“Lo que no se puede hacer con la acústica es observar a los animales y saber si están saludables. Es por eso que se ha hecho una colaboración importante: la acústica nos indica dónde buscar, y allá vamos y observamos”, explica Barbara Taylor.
De acuerdo con los resultados del estudio realizado en la Zona de Tolerancia Cero (ZTC), así como en la nueva Zona de Extensión (ZE) y algunas otras zonas cercanas a la ZTC—, los científicos determinaron que, aunque los ejemplares localizados son entre 6 y 8, el número de veces totales que vieron a las vaquitas, fue de nueve, en comparación con los 16 avistamientos registrados en 2023.
De los nueve avistamientos, cuatro fueron muy breves y no se logró obtener fotografías. Otros tres o cuatro de los avistamientos del total fueron largos y del mismo par de vaquitas. Mientras que “el último avistamiento fue de cuatro vaquitas diferentes, que incluyó un individuo de un año, que definitivamente no eran el par de vaquitas que se habían observado anteriormente”, señala el reporte de los científicos.
Además, se registraron 70 encuentros acústicos de vaquita —es decir, escucharon en ese número de veces sus pulsos de ecolocalización, los únicos sonidos que la especie puede producir—, mientras que en el 2023 fueron 61. Estos datos acústicos son convertidos en mapas utilizados para determinar la localización de las vaquitas y así guiar los esfuerzos del equipo visual hacia esos sitios.
La búsqueda de las marsopas fue realizada por científicos mexicanos expertos en acústica, liderada por el doctor Gustavo Cárdenas-Hinojosa, apoyados por un grupo de pescadores locales durante los procesos. Desafortunadamente —dijeron los expertos— perdieron catorce detectores en la zona noroeste de la ZTC, justo en donde la actividad acústica de vaquitas es alta. Después de búsquedas intensivas, finalmente pudieron recuperar cinco de estos.
“A veces se roban el equipo, ese es uno de los problemas que tenemos aquí”, sostiene Lorenzo Rojas Bracho. “También pasan las pangas muy rápido y, con la propela, les cortan los cabos a las boyas de los detectores y se pierden”.
Por ello, en esta edición del crucero, se realizó una primera prueba con dispositivos distintos. Se trata de detectores de sonido emergentes —llamados pop-up—, para evitar señalizar los dispositivos en la superficie y que sean robados o hundidos. Estos nuevos dispositivos permanecen sumergidos y cuentan con una boya que se puede activar a través de un teléfono celular en el momento deseado.
Además de estos aparatos, este último crucero ha implementado otras nuevas herramientas para trabajar y reunir mayor información sobre el estado de conservación de la vaquita marina: drones, distintas cámaras con telefotos y análisis de ADN ambiental a través de la colecta de muestras de agua en donde se han realizado avistamientos.
Tania Valdivia Carrillo, investigadora adscrita al Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR), está a cargo de esa última tarea. Para ello, sale a prisa del Seahorse a bordo de una panga —embarcación menor— cada vez que los científicos dan el aviso de avistamiento de una vaquita marina. Su objetivo es acercarse lo más posible al sitio señalado y tomar muestras de agua con una bomba de vacío.
“Monto un sistema con una manguera, unos tubos y unos filtros muy finos. Es como una aspiradora que me ayuda a pasar el agua a través de unos poros de cinco micras de diámetro, que capturan todo lo que está suspendido en el agua de mar, incluyendo el ADN de la vaquita y de todos los organismos que allí habitan”, dice la experta.
Esos filtros, posteriormente, son llevados al laboratorio para analizarlos con métodos moleculares que aún están en diseño y validación. La utilidad de esta metodología será crear modelos que permitan, por ejemplo, conocer la vida promedio del ADN y cuánto se movió en el agua, para monitorear a la vaquita en lugares de difícil acceso.
La urgencia de una pesca responsable
La vaquita marina es una víctima colateral de la pesca ilegal de totoaba (Totoaba macdonaldi), porque ambas especies nadan juntas. El uso de las redes agalleras de pesca ilegal para extraer a este pez —que son de una longitud mayor a los 1000 metros y que suelen permanecer ocultas en el fondo marino—, desde hace décadas han ocasionado la captura incidental de la vaquita llevándola al borde de la extinción.
La totoaba es el pez más grande del Alto Golfo de California y su captura, al igual que la vaquita, también la mantiene en peligro de desaparecer. De acuerdo con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), el origen de la problemática radica en que esta especie es capturada ilegalmente para obtener su vejiga natatoria —también llamado buche— para ser vendida en el continente asiático a precios exorbitantes.
En el 2022, la Secretaría de Marina (Semar) sumergió bloques de cemento con ganchos para atrapar redes agalleras dentro de la ZTC, ubicada dentro del área de refugio para la protección de la vaquita marina. El proyecto consiste en el “sembrado “de 193 bloques de concreto adaptados con ganchos de acero —con un recubrimiento anticorrosivo y antivegetativo— que atrapan y desgarran las redes.
Desde entonces, la Semarnat y Sea Shepherd trabajan en la vigilancia ambiental para la detección y recuperación de las redes. Retirarlas no es una tarea sencilla. Justo en la mañana de la jornada del 20 de mayo, una hora antes de que el viento azotara al Seahorse, el equipo detectó una red de pesca flotando a través del sonar, dispositivo para encontrar objetos bajo el agua mediante ondas sonoras. Tenía apariencia de estar abandonada o haberse soltado. Cuando la Semar llegó para iniciar el protocolo de extracción, el mal tiempo frenó la actividad.
“A veces nos tiramos tres o cuatro horas para sacar una red y muchas veces es muy, muy pesada, porque ha resultado muy grande. Necesitamos ayudarnos con la grúa que tenemos en el Seahorse. Pero siempre las quitamos, nunca las dejamos”, explica Ramón Belver, jefe de operaciones de Sea Shepherd.
Aún con las dificultades, Belver asegura que la existencia de los bloques ha resultado una estrategia exitosa. “Entre los años 2020 y 2021, teníamos aquí 150 pangas pescando dentro de la ZTC. En estos tres años, el trabajo conjunto de la Marina y Sea Shepherd ha hecho que, al día de hoy, esté la ZTC como tú la ves, todo el año: completamente vacía, no hay pesca”, afirma.
Jesús Zatarain, biólogo y director de la Reserva de la Biosfera Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado, de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), admite que hubo tensión con los pescadores. No obstante, “el proyecto ayudó a desincentivar la presencia de las redes ya que cualquier red que pudiera llegar por deriva o si alguien la quería poner quedaría atorada en los ganchos”. Según el experto, los pescadores de la región ahora conocen la delimitación de la zona y evitan dejar las redes para evitar su pérdida, pues es costosa para el pescador.
Uno de los mayores desafíos que persisten en la región, es socializar el uso de artes de pesca alternativos a las redes agalleras, coinciden los especialistas. “Hasta que desarrollemos alternativas a las redes de enmalle, constantemente estaremos librando una batalla que será perpetua”, dice Nina Young, bióloga de conservación de mamíferos marinos y directora de Asuntos Internacionales en Sea Shepherd.
Actualmente, no existen apoyos para incentivar la transición a estas alternativas, pues no son una prioridad para la autoridad pesquera, la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca), afirman los científicos.
“Todas esas cosas parecen buenas en papel, pero son soluciones perfectas que se implementan imperfectamente”, agrega Young. “Este es un camino largo, largo. El punto clave es darles a los pescadores un medio de vida que sea bueno para la pesquería, bueno para el medio ambiente y bueno para la vaquita y no hemos desarrollado eso aún. Hemos tenido pequeños pedazos, comienzos y titubeos, pero nunca ha funcionado de una manera en que los pescadores adopten el equipo alternativo y piensen que realmente pueden ganarse la vida con ello”.
Aunque la ZTC está protegida de las redes de enmalle, las vaquitas pueden nadar libremente hacia un hábitat preferido, agrega Barbara Taylor, eso podría ser lo que sucedió con las vaquitas que han desaparecido recientemente. “Es hora de ir a escuchar y observar, y no hay tiempo que perder, porque fuera de la ZTC las vaquitas no están protegidas”, agrega.
Que la vaquita siempre nade aquí
Barbara Taylor cuenta que el desplome de la población de vaquitas marinas le quita el sueño. Así ha sido durante los últimos 10 años. A inicios de la década de los noventa —recuerda— eran unos 600 individuos, con el paso del tiempo, disminuyeron a 100, luego a 30, ahora rondan apenas una decena. “Hay mucho de qué preocuparse”, se lamenta.
Que la especie se haya reducido a este grado, la entristece mucho, pues la muerte de ejemplares derivada de la presencia de redes de pesca agalleras ha cobrado una factura muy cara. Varios de los ejemplares que el equipo había visto en monitoreos pasados no han vuelto a ser encontrados. No se sabe si han muerto o si han aprendido, por ejemplo, a ser cuidadosos con las redes.
“En años anteriores teníamos fotografías de individuos con muescas en sus aletas. Probablemente eran individuos que estuvieron atrapados en redes de enmalle y que sobrevivieron. Esa fue una de las razones por las que creímos que las vaquitas seguían resistiendo, a pesar de que muchos pensaban que deberían estar extintas ahora”, dice la experta. A partir del año pasado, los científicos sólo han visto individuos sin marcas, con aletas dorsales muy limpias, dice.
“Personalmente, estoy muy preocupada de que esos individuos hayan salido de la ZTC. Estamos buscando mucho, pero creo que necesitamos expandir nuestros esfuerzos para ver si esos maravillosos sobrevivientes ya no están con nosotros, o si han regresado al hábitat que ocuparon en los últimos 10 años”, explica la bióloga.
Taylor muestra la playera que lleva puesta. “Es un grabado que hice el año pasado”, cuenta. El dibujo impreso en tinta blanca representa a una vaquita marina que fue avistada en el 2023 junto a su cría y que lograron capturar en un video. Ambos ejemplares fueron vistos justo fuera de la ZTC, que en ese tiempo estaba desprotegida y en la que, tras los resultados obtenidos ese año, la Secretaría de Marina inició la instalación de otros 216 bloques de concreto con ganchos para atrapar redes agalleras. Esta área ahora es conocida como la Zona Extendida (ZE).
“Cuando la población de una especie disminuye a 10 o 20 individuos, cada uno de ellos es importante, pero especialmente las madres, que representan el futuro de toda su especie”, dice la experta.
Lo positivo, dice Taylor, es que desde el 2018 se mantienen los mismos números en la zona protegida. “Los bloques están capturando las redes de enmalle que son la única cosa que está llevando a las vaquitas de la extinción. Eso nos da cierta esperanza de que puedan sobrevivir. También sabemos que genéticamente son más robustas, así que tengo fe en que las vaquitas podrán recuperarse”.
Por ello, el grabado que porta en su camiseta incluye los dibujos de algunos elementos más: los bloques y sus ganchos de metal, los dispositivos acústicos, el paisaje que rodea al área protegida y la frase “¡Que la vaquita siempre nade aquí!”, seguida de la palabra “Esperanza”.
Imagen principal: Cuatro vaquitas vistas el 23 de mayo del 2024 en el Alto Golfo de California. Foto: Ernesto Vázquez Morquecho
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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