* Este reportaje es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Vorágine
Cecilia García Barros está sentada sobre la cumbre del cerro Mavicure, una elevación rocosa de 170 metros de altura, a orillas del río Inírida, en el departamento del Guainía, en Colombia. Desde allí se divisan inmensas extensiones de tierra en cuyo subsuelo hay abundancia de oro y otros metales codiciados por la industria minera.
La mujer de la etnia puinave señala con el dedo índice la montaña de enfrente. Dice que fue el lugar en donde se escondió para siempre la princesa Inírida, según han contado sus ancestros de generación en generación. Es el cerro Pajarito, así lo llaman. Tiene una forma cóncava casi perfecta y su superficie es de un gris oscuro intenso, casi azul, producto de los sedimentos y el granito que por 1800 millones de años se fueron acumulando en la corteza.
Tanto Mavicure, como Pajarito y el Mono, otro cerro cercano, están entre las formaciones de roca más antiguas del país, según investigaciones de geólogos de la Universidad Nacional. En la tradición de los puinave estas colinas arcaicas representan a tres hermanos que fueron abandonados por sus padres, y que tuvieron que crecer a la vista lejana de la abuela, una montaña mucho más pequeña que se aprecia al otro lado del río Inírida. Son rocas, pero también una familia de gigantes, un tesoro histórico que acaso los colombianos no saben que poseen.
El pasado geológico del Guainía precisamente es una de las razones de su riqueza en metales. Un estudio de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre minería en territorios indígenas de este departamento recuerda que “el subsuelo de la mayor parte de esta región es de origen paleoproterozoico”, una era que duró 900 millones de años y en la que los continentes se estabilizaron por primera vez. Estas podrían ser las montañas con más años de historia en el planeta. De ahí que se tenga la certeza de futuros descubrimientos de metales.
Los indígenas de esta zona del país, que provienen de linajes milenarios, han vivido sobre montañas de oro que aún no han sido explotadas por el hombre occidental a gran escala. Los alrededores de Mavicure son territorios todavía vírgenes en cuanto al avance voraz de las empresas mineras y eso los convierte en un paraíso, ese mismo que Cecilia García relata ahora desde una leyenda que se sabe de memoria. El mito explica la visión del mundo de los puinave, su forma de relacionarse con las montañas. García dice que el paisaje es la única herencia que les dejaron sus tatarabuelos.
La princesa Inírida, continúa contando Cecilia García, se refugió en aquella cima que nadie ha podido escalar, de lo empinada que es (mide 480 metros), huyendo de los hombres que se enamoraron de ella en una fiesta. Desde entonces, y alejada de los humanos, la princesa se convirtió en la guardiana de esta tierra ancestral. Aunque no por mucho tiempo.
El 30 de julio de 2021, la Agencia Nacional de Minería (ANM) aprobó trece propuestas de contrato de concesión minera para oro y sus concentrados en el cabildo del resguardo indígena Remanso Chorrobocón, que es la zona aledaña a los cerros Mavicure, Pajarito y el Mono, y donde está asentada la comunidad a la que pertenece Cecilia García. Los títulos también comprenden zonas del municipio de Inírida, hacia el norte, y Puerto Venado, hacia el sur.
Títulos mineros rodeados de polémica
Esta alianza periodística se comunicó con el Ministerio de Minas y Energía para conocer su posición frente a las implicaciones, las consecuencias y los eventuales riesgos o beneficios que traería la llegada de la fiebre del oro a la región. Desde la oficina de Comunicaciones aseguraron que la viceministra de Energía, Belizza Ruiz, era la vocera oficial, pero que al momento de esta consulta ella no se había posesionado y por ende no se darían declaraciones al respecto. Indicaron que el tema lo manejaría la Agencia Nacional Minera, que es la entidad del gobierno encargada de administrar integralmente los recursos minerales de propiedad del Estado y de vigilar que las personas autorizadas para extraer recursos naturales no renovables, cumplan con sus obligaciones.
Esta última entidad envió un comunicado a Vorágine y Mongabay Latam en el que declara que en el resguardo Remanso Chorrobocón fueron aprobados doce títulos de minería de oro a mediana escala y uno a pequeña escala.
En la comunidad hay gran expectativa y al mismo tiempo un alto grado de desconocimiento sobre la magnitud de lo que pueda venir con la aparición de las empresas mineras.
Según el decreto 1666 de 2016 de la Presidencia de la República, los títulos mineros en Colombia que se encuentren en la etapa de exploración o construcción y montaje se clasifican en pequeña, mediana y gran minería “con base en el número de hectáreas otorgadas en el respectivo título minero”. De acuerdo con el documento, la exploración de metales a mediana escala, como la mayoría de los aprobados en el resguardo, contempla entre 150 y 5000 hectáreas por título.
Ahora bien, los títulos mineros que se encuentren en la etapa de explotación, es decir, lo que sucederá en el futuro en el resguardo Remanso Chorrobocón, se clasifican también en pequeña, mediana o gran minería de acuerdo con el volumen de la producción minera máxima anual. En cuanto al oro y sus concentrados, es mediana escala cuando se producen entre 50 000 y 750 000 toneladas de metal al año, si es a cielo abierto. Si se trata de explotación subterránea, la producción permitida anual es de 25 000 a 400 000 toneladas anuales.
Según la ANM, los títulos se expidieron teniendo en cuenta los requisitos mínimos de idoneidad ambiental y laboral. El procedimiento, indica la agencia, aseguraría que el proponente realice sus actividades “con estricta sujeción a las guías minero ambientales adoptadas por los ministerios de Minas y Energía y Medio Ambiente”. Estos títulos están a nombre del Cabildo Resguardo Remanso Chorrobocón, como organización que los solicitó.
Sin embargo, la titularidad de estas concesiones de exploración minera están rodeadas de polémica. Uno de los capitanes del resguardo es Luis Alfonso García. Dice que desde 2015 la comunidad cuenta con dos cabildos, lo que ha generado una división entre los habitantes de Remanso Chorrobocón frente a la llegada de la minería. Algunos lo ven con buenos ojos, otros no. Cuenta también que no son precisamente los indígenas quienes han estado gestionando los títulos, pues ellos no tendrían cómo hacerlo.
“En ningún momento nos han socializado bien cómo será la situación. Un señor que se llama Jorge Salinas, que es de una empresa, es quien ha venido acompañando la expedición de los títulos, es el que ha estado invirtiendo en los presupuestos”, dice García, quien hace parte del grupo de líderes que está de acuerdo con que se haga minería legal en el resguardo.
Según lo que dice García, aunque los títulos mineros fueron otorgados oficialmente a las comunidades indígenas no son ellos los que estarán detrás de ejecutar los proyectos. Y esto no es un secreto en la región.
Jenny Soad Rojas, directora de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Oriente Amazónico (CDA), le dijo a Vorágine y Mongabay Latam que a todas luces hay intereses de otras personas, ajenas a los indígenas para financiar la explotación de oro. “Usted sabe que la minería de oro no es para gente sin dinero. Esto es de inversiones muy grandes, y las comunidades de este sector no cuentan con esos recursos, entonces suponemos que tiene que haber otro tipo de fuerzas detrás de eso”.
Luis Alfonso García también asegura que el 22 de agosto de este año hubo una reunión entre la empresa que en nombre del resguardo tramitó los títulos y la comunidad. Allí se hizo un acuerdo con Salinas, a quien Vorágine y Mongabay Latam contactaron a través de WhatsApp y llamada telefónica. Nos remitió con un abogado, quien finalmente no nos dio ninguna declaración pese a nuestra insistencia. “Le dijimos (a la empresa) que en la comunidad necesitamos un ingreso para poder sostener a las familias. Nosotros ya aportamos nuestras tierras, nuestras riquezas, necesitamos ahora un empleo, un sueldo”, dice García.
En contraste, hay una parte de la comunidad que considera un problema la llegada de la minería a la región, sobre todo porque podría desatar conflictos sociales. Temen también que el oro atraiga a los grupos armados. Para este último grupo de líderes, el turismo es el que podría abrir el camino de las oportunidades que en la región escasean.
Entre la espada y la pared de la pobreza
Y es aquí, en la falta de oportunidades y de los mínimos de subsistencia, en donde aparece el asunto más complejo en torno a la llegada de la minería al resguardo. El cerro Mavicure está ubicado en el municipio de Inírida, a tres horas en lancha del casco urbano hacia el norte, y a 320 kilómetros de la frontera con Venezuela, hacia el oriente. Alrededor de estas montañas viven cerca de 2 000 indígenas, la mayoría de ellos de la etnia puinave. También hay curripacos y algunos piapocos y sikuanis, que han migrado desde el Guaviare, así como una minoría de kubeos del Vaupés. El resguardo se divide en asentamientos. El más grande es precisamente Chorrobocón, con 1200 habitantes. Y le sigue El Remanso, con 300.
La realidad de este paraíso perdido es que allí el Estado es un fantasma y un rumor lejano que nunca se ha visto. Es un territorio abandonado. Guainía, por ejemplo, es uno de los lugares de Colombia con uno de los mayores índices de pobreza multidimensional, según los datos de 2020 publicados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane). La cifra en estas tierras es del 65,9 %, mientras que el promedio en todo el país es del 18,1 %. Y el resguardo Remanso Chorrobocón es el mejor ejemplo de estos números adversos.
Hasta hace setenta años, los indígenas puinave de esta parte de Colombia conservaban casi intactas sus tradiciones. La evangelización católica y cristiana llegaron para trastocar las costumbres de estos pueblos. Es lo que cuenta un líder indígena puinave que prefiere que su nombre no aparezca en este reportaje. Dice que con la llegada de la minería aparecerán los conflictos sociales y se irá la paz con la que se han arropado en las noches durante siglos.
“La religión primero prohibió los bailes autóctonos. Hasta hace poco, se usaba el guayuco, que es el traje típico con taparrabo. Las mujeres no usaban brasier. El catolicismo lo cambió todo. A las mujeres les decían, ‘si se visten así es pecado, pueden ir al infierno’. Y le metieron miedo a la gente. Y apareció el consumismo, entonces en el resguardo ya tenían que comprar ropa, y productos que aquí antes no existían. Cuando aparezcan las empresas que explotan oro, todo esto va a empeorar”, dice.
Este hombre tiene 38 años. Tiene la piel ocre, los pómulos salidos. Mide 1,65 metros de altura. Cree que la región podría ser una potencia de turismo sostenible. Grupos reducidos de visitantes llegan cada semana a explorar los prodigios del cerro Mavicure, y sus hermanos Mono y Pajarito; así como otros majestuosos paisajes entre los que se cuentan la Estrella Fluvial de Inírida, un laberinto húmedo donde se cruzan los ríos Guaviare, Atabapo e Inírida, y que terminan formando un solo remolino de agua que desemboca en las aguas del Orinoco, en la frontera con Venezuela.
Los turistas asisten a excursiones que por momentos parecen oníricas. Una de ellas es la visita a un caño al que llaman Matraca, por aquello de que es el hábitat del pájaro que popularmente se conoce como Martín Pescador. Es un ave de alas azules y pecho anaranjado. Basta acercarse en un pequeño bote para que comiencen a aparecer delfines grises que brincan a la superficie como si estuvieran saludando. Cuando las aguas se ponen quietas, de la nada se puede asomar uno de estos animales de aletas perladas dando saltos que dibujan en el aire arcos imaginarios.
Es en este sector de la economía, en el turismo regulado y consciente, es donde varios indígenas ven las oportunidades que el tiempo y los distintos gobiernos le han negado a su parentela. Porque no es fácil vivir en El Remanso.
A este caserío solo se accede por el río Inírida. Son tres horas de trayecto. Las 300 personas que allí viven subsisten sobre todo de la pesca. En verano, los hombres salen todos los días en canoa a buscar mojarras, bagres, bocachicos, mataguaros, dormilones y cachamas. Y en invierno, bocones, palometas y lisos. Pero los peces sanos son cada vez más escasos. Según Jenny Soad, la directora del CDA, hay investigaciones próximas a publicarse que revelan que los pescados que salen de esta parte del río tienen concentraciones de mercurio por encima de los valores máximos permitidos. Son los estragos que deja la minería ilegal y sus dragas.
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La dieta de los puinave está basada también en la yuca brava (o yuca amazónica), tubérculo que, procesado, deriva en productos como el mañoco y el casabe. El primero es una especie de alimento granulado que se les echa a los jugos o se come directamente, es parecido a la fariña de Brasil. Y el casabe es un pan ácimo o tortilla que lo puede acompañar todo en la mesa. Pero no se produce mucho más en El Remanso. Las tierras son poco fértiles. Piña, marañón, ahuyama, guama y ají es de lo poco que retoña cuando se cultiva. Entonces todo lo demás hay que traerlo de Inírida: las frutas, las verduras, la carne, el pollo, las leguminosas como la lenteja y el fríjol, así como el aceite, el azúcar y la sal son artículos que allí valen oro, una paradoja que explica muchas cosas.
Los niños en El Remanso cursan solo hasta quinto de primaria, pues la escuelita no ofrece más grados. Si alguien quiere seguir la educación secundaria o bachillerato, como se llama en Colombia, debe irse a vivir a Inírida. Y ni hablar de la universidad. Cecilia García, por ejemplo, solo pudo estudiar hasta noveno de bachillerato —de los once que tiene la educación media— porque no tenía familiares en el pueblo. “Para salir adelante en Inírida tocaría irse a dormir en cartones porque se necesita plata para pagar una estadía mientras uno estudia”, dice García. Otro de los entrevistados dice que salió del resguardo y obtuvo el diploma tras varios años de dificultades. Su principal motivación de niño era aprender el castellano. Era la puerta de entrada al conocimiento que ofrece el mundo occidental. Nadie estudia en lengua puinave.
Uno de los líderes del resguardo que conversó con esta alianza periodística, dice que nacer en El Remanso es tenerlo todo en contra. Este indígena logró llegar a la universidad y graduarse. La visión que le ha dado conocer el mundo y sus desengaños le ha permitido cuestionar la llegada de la explotación del oro a la región. Pero trata de ponerse en los zapatos de los compañeros que están de acuerdo. Porque el hambre en la comunidad apremia, y el olvido también.
De lo que no se habla tanto en El Remanso es de lo que ha ocurrido con el oro en otras partes del país y del mundo: la tajada más grande y apetitosa se la llevan las empresas. Y lo poco que queda, los mineros locales.
Mavicure es zona de reserva
Los cerros eran tan sagrados para los ancestros puinave que había lugares específicos que no se podían visitar. Los abuelos les advertían a los nietos que la Tierra hablaba cuando se sentía abusada: “Ellos le decían a uno, ‘no vaya para allá porque puede pasar algo, puede hacer llover, incluso’”, relata otro líder. En invierno, cuenta, se podía pescar solo por unas horas porque después comenzaban a escucharse ruidos, era como una especie de mensaje que indicaba que ya se había acabado el turno de trabajo. Antes de irse, los indígenas dejaban ofrendas en los cerros: un pedazo de torta de casabe o de yuca podía quedar como regalo. Aún lo hacen.
Soad, la directora del CDA, recuerda que el cerro Mavicure se encuentra en zona de reserva forestal de la Amazonía (creada por la ley 2 de 1959) por las condiciones biológicas del territorio. “Distintos estudios han podido identificar una gran cantidad de especies de mamíferos, reptiles, anfibios, aves, plantas y árboles de una importancia incalculable para el país”, dice.
De hecho, para que los trece títulos mineros puedan entrar en etapa de explotación, los solicitantes deben tramitar ante el Ministerio del Medio Ambiente la sustracción de la reserva en estas zonas específicas. Y es que Mavicure está dentro del perímetro de lo que se ha llamado el Escudo Guayanés. Se trata de una de las formaciones geológicas más antiguas del mundo, e incluye territorios de Colombia, Venezuela, Brasil y las Guayanas. Se habla de una extensión mayor a los 2,7 millones de kilómetros cuadrados (aproximadamente el 13 % de Suramérica).
La Estrella del Inírida, que se encuentra en los límites de la zona que rodea al Mavicure —en dirección al nororiente, mucho más cerca del casco urbano de Inírida— goza de una protección especial internacional. Solo hasta julio de 2014, este tesoro natural fue declarado por el Gobierno Nacional como sitio Ramsar, lo que quiere decir que allí no se pueden desarrollar proyectos mineros pues el reconocimiento ambiental pasó a ser de escala mundial. Son territorios que deben ser protegidos.
Una investigación de WWF Colombia, la Fundación Omacha y el CDA, que tiene como editores a Fernando Trujillo, José Saulo Usma y Carlos Lasso, resalta las condiciones extraordinarias de la Estrella Fluvial: “Forma parte de la ecorregión sabanas de la Amazonia de Brasil, Colombia y Venezuela. Un área exclusiva en Colombia con unas condiciones edáficas y geológicas poco comunes, que mantienen los niveles más altos de endemismos y diversidad”.
Es por todo lo anterior que persisten las dudas y reservas frente a los títulos mineros de Remanso Chorrobocón, lugares cercanos a la Estrella Fluvial.
Uno de los líderes consultados dice que la gente ni siquiera ha visto documentos para saber qué se negoció con las empresas que sacaron los títulos. “Yo que voy todas las semanas allá les pregunto y lo que hay es un desconocimiento total”, asegura. “A las comunidades no se les dice cuáles van a ser las consecuencias de esto. Por ejemplo, en el tema social, en contaminación, en cómo se van a recuperar las zonas afectadas. El río Inírida por ahora está sano de disidencias (grupos armados derivados de las Farc que no se sometieron al acuerdo de paz de 2016). Yo me pregunto: ¿qué pasará cuando comience la minería?”.
Mauricio Cabrera, investigador de WWF, asegura que la preocupación por los títulos mineros aprobados en el Remanso Chorrobocón no es de poca monta. Y lo dice a raíz de estudios que han realizado. “Consideramos que no hay condiciones habilitantes para que allí se pueda desarrollar una actividad minera, esto tiene que ver con indicadores de gobernabilidad y de gobernanza en la Amazonía. Esto podría generar problemáticas sociales, económicas y ambientales, son procesos que ya se han vivido en otras partes del país, además de los problemas étnicos y comunitarios que se podrían exacerbar a otras escalas”.
Lo anterior no quiere decir que no sea importante que se busquen mecanismos de formalización, bajo determinadas condiciones de impacto ambiental, dirigidos a comunidades que históricamente se han dedicado a la minería artesanal, remata Cabrera, en entrevista.
Todo esto se da en un contexto poco favorable al medio ambiente cuando se trata de expedición de títulos mineros en Colombia. Y es que el ordenamiento minero es frágil. Así lo determinó recientemente el Consejo de Estado mediante un fallo histórico, en el que obliga al Gobierno Nacional y a la ANM a corregir los vacíos de la ley, que en muchos casos van en detrimento de la conservación de ecosistemas estratégicos y áreas protegidas.
Por ello, el turismo ecológico ha resultado una alternativa, aunque falta apoyo y un decidido acompañamiento del Estado. Cecilia García, por ejemplo, lleva cuatro años sirviendo de guía en el cerro Mavicure. Para darles la oportunidad a sus demás compañeros, solo hace acompañamientos a turistas una vez al mes, y eso le representa a ella unos 15 dólares, que no es mucho, o no es nada si se consideran los precios a los que llegan los alimentos al resguardo.
En medio de tantas incertidumbres, los mitos de los puinave podrían quedarse cortos para pensar que la tierra ancestral se pueda preservar como un tesoro de biodiversidad para la humanidad. La leyenda de la princesa que relata Cecilia García es en sí misma un cuento lleno de adversidades. Cuando Inírida salió a la fiesta, los hombres de la comunidad quedaron embelesados. Dicen que era una adolescente de una belleza extraña: aunque tenía piel blanca, en ella relumbraban los ojos y las facciones de los indígenas del sur de Colombia.
Para enamorarla, uno de los pretendientes acudió a un sabio del resguardo, al que le pidió una pócima preparada con una planta conocida como puzana. Si la princesa se la bebía, caería rendida a los pies del señor.
La fiesta agonizaba e Inírida se tomó el brebaje. Pero no se enamoró. Al contrario, la princesa enloqueció, se desnudó y arrancó a correr para esconderse para siempre en el cerro Pajarito. Esa es la versión del mito que cuenta Cecilia García. De aquel lugar, la princesa nunca volvió a salir. De ella solo queda la flor de Inírida.
Los puinave creen que así se manifiesta la princesa y así es como cuida el territorio: a través de una especie herbácea de duros pétalos rojos y blancos, que tiene la capacidad de crecer y de aferrarse a la tierra en condiciones extremas y de poca agua. Así como todo en El Remanso, con dificultad.
* Imagen principal: La Agencia Nacional de Minería aprobó en 2021 trece títulos para minería de oro en los alrededores del cerro Mavicure, una zona de reserva. Los indígenas desconocen qué empresa está detrás del proyecto de mediana escala. Foto: Jose Guarnizo.
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*Nota del editor: Esta cobertura periodística forma parte del proyecto «Derechos de la Amazonía en la mira: protección de los pueblos y los bosques», una serie de artículos de investigación sobre la situación de la deforestación y de los delitos ambientales en Colombia financiada por la Iniciativa Internacional de Clima y Bosque de Noruega. Las decisiones editoriales se toman de manera independiente y no sobre la base del apoyo de los donantes.
El artículo original fue publicado por Jose Guarnizo en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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