"Los méritos de haber desarrollado la semilla que inspiró el padre Dintilhac corresponden a nuestra comunidad académica" (Foto: GEC).
"Los méritos de haber desarrollado la semilla que inspiró el padre Dintilhac corresponden a nuestra comunidad académica" (Foto: GEC).
/ Giancarlo Avila
Carlos Garatea Grau

La cumple 105 años. Que una institución peruana llegue a esta edad en perfecto estado de salud y con cientos de proyectos en cartera es digno de celebrarse. Ha pasado más de un siglo dedicada a la formación integral de personas, de buenos profesionales comprometidos con el desarrollo del conocimiento y la investigación de punta, con vocación de servicio, espíritu crítico y, sin duda, defendiendo los principios de una vida democrática, siempre al servicio del país e integrada en el mundo.

Empezó en la plaza Francia, en dos aulas prestadas por el colegio La Recoleta. La primera clase fue de Estética y tuvo ocho estudiantes. Hoy posee un amplio campus en el antiguo Fundo Pando, cuenta con 30.000 estudiantes, 51 especialidades, 13 facultades, dos estudios generales, una escuela de posgrado, 62 laboratorios y 19 centros e institutos de investigación. Es difícil saber si el padre Dintilhac imaginó que la comunidad académica que sembró con un grupo de laicos en unos modestos espacios del centro de Lima alcanzaría lo que es hoy la PUCP y que ella tendría el reconocimiento, dentro y fuera del país, tanto de la calidad académica que ofrece a sus estudiantes como de los resultados de las investigaciones realizadas por sus profesores.

El camino ha sido largo y no ha sido fácil. Los méritos de haber desarrollado la semilla que inspiró el padre Dintilhac corresponden a nuestra comunidad académica: una nutrida legión de estudiantes, profesores, trabajadores y egresados que van desde 1917 hasta la actualidad. La fiesta de hoy es de todos ellos. Es una fiesta multitudinaria si la enmarcamos en un siglo de trabajo, de inspiración católica, humanista y científica.

A pesar de que los desafíos han cambiado con el tiempo, incluyendo los retos pedagógicos que trajo la pandemia, la PUCP ha sido siempre fiel y consecuente con su misión institucional. La reciente confirmación de sus estatutos por la Santa Sede y el generoso y cercano mensaje de respaldo y aliento del Papa Francisco a la comunidad universitaria expresan con absoluta claridad que la historia de la PUCP y sus frutos corresponden con lo que se espera de una universidad católica como la nuestra, una universidad dialogante, plural e inclusiva.

La terrible crisis sanitaria y política que vivimos en los últimos años ha servido para mostrar cuánto puede ayudar, por ejemplo, la investigación que desarrollan sus docentes. Los respiradores artificiales y las plantas de oxígeno, realizados en alianza con el sector privado y algunos egresados, contribuyeron a salvar vidas.

Por ello, la PUCP ha levantado la voz cuando se amenaza la reforma universitaria o cuando se quiere anteponer la informalidad u oscuros intereses políticos y económicos a la calidad académica en el sistema universitario. Defender la calidad es, sin duda, defender el derecho que tiene la juventud a una buena educación. Es pensar en el futuro.

Hoy trabajamos incansablemente para que nuestra institución sea cada vez mejor. Nuestro país necesita de instituciones sólidas, de buenos investigadores y, sobre todo, de un ideal que nos una a todas y todos. Hagámoslo juntos. La PUCP está al servicio del país.

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