Es la primera tarde oficial del invierno limeño y Jano se abriga con una chompa que alguna vez perteneció a su abuelo. El joven pastelero me cuenta que él ya está en el cielo, pero le dejó su chompa favorita para que lo acompañe. Se arropa en la prenda, como si quisiera darle un abrazo a la distancia. Cuando Jano abra su restaurante -y así lo hará- le pondrá el nombre de ese abuelo que tiene tan presente: Alejandro Hermoza, su homónimo. Allí servirá hamburguesas, alfajores y cheesecakes. Para lo primero todavía le falta aprender algunas técnicas; para lo segundo ya lleva varios años de práctica.
Alejandro ‘Jano’ Hermoza tiene 20 años y reúne a más de dos mil seguidores en Instagram, los mismos que se conectan con frecuencia a sus “en vivos”, participan de sus sorteos y siguen su día a día a través de las fotos y boomerangs que comparte. Nada inusual para un chico de su edad, pero definitivamente notable para él: Jano es un joven con síndrome Down que se encuentra cursando el primer año de la carrera de cocina. Su sueño más grande es ser chef profesional como Gastón Acurio, el cocinero que más admira y a quien ve en la televisión siempre que puede.
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“El Taller de Jano” es su cuenta personal, además del nombre de una marca de repostería que empezó a cocinarse antes de la pandemia. El emprendimiento se ha consolidado durante este último año gracias al entusiasmo de sus seguidores y a la calidad de sus productos. La carta de Jano es chica, pero precisa: ofrece un alfajor tamaño familiar que se chorrea de manjar blanco (como debe ser); pie de limón; queque de zanahoria; y dos clases de cheesecakes: de caramelo salado y de fresa. Este último es su favorito.
Más allá del negocio, es a través de este taller que Jano Hermoza ha encontrado una ilusión que no se compara a ninguna otra. Es solo el punto de partida para un plan más grande -el restaurante propio- con su sello de autor, pero para llegar a la meta Jano necesita a una copilota: su hermana Anité.
“Cuando tenía nueve (años) me gustaba hacer postres”, cuenta Jano. “Hacía milkshakes de plátano”. Así empezó todo, como jugando. Hoy la gastronomía es su vida y un lenguaje universal que lo conecta con audiencias cada vez más grandes y variadas. Instagram es su base de operaciones.
“Jano cocinaba desde chiquito con ayuda de mi mamá; siempre ha sido un apasionado por la comida, no solo por prepararla sino también por probarla”, explica su hermana Anité Hermoza, psicóloga de profesión en Kallpa, organización sin fines de lucro que busca contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas con trastorno en el desarrollo cognitivo, con su inclusión activa y positiva en la sociedad. Es precisamente en uno de los talleres de Kallpa donde Jano puede hornear sus pies, queques y pasteles para la venta.
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“Yo te voy ayudar, pero tú empiezas, ¿ya?”, le dice Anité a su hermano menor cuando comenzamos la entrevista vía Zoom para esta nota. Ella es su guía, su apoyo. Él es su luz. Anité se encarga también de una labor fundamental: maneja el contenido en las redes sociales de Jano. “Te mandan mensajes”, le señala él cuando hablamos sobre su cuenta. “No, yo te ayudo a leerlos, pero te escriben a ti”, le responde su hermana. Ella lo apoya en todo menos en la cocina (bromea Anité) y así lo seguirá haciendo, pase lo que pase.
La pandemia ha traído varias cosas positivas para la vida de Jano, pero también supuso una pausa en la formación del joven pastelero que -de momento- no se ha podido retomar. Jano Hermoza llevaba tan solo dos semanas asistiendo a al instituto Columbia cuando el Perú entró en cuarentena. Participó de algunas clases prácticas de manera virtual, pero no pudieron seguir. “Estamos esperando que sea un poco más seguro volver a las clases presenciales para que pueda retomarlas”, explica Anité.
No importa cuánto demore: Jano terminará la carrera y será cocinero. Y un día, no muy lejano, varios probarán sus alfajores sentados en la mesa de un local que lleve el nombre de su abuelo.
Cómo pedir
- Todos los pedidos se realizan a través de Instagram: @tallerdejano