Me verás volver, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Me verás volver, por Lorena Salmón. (Ilustración: Nadia Santos)
Lorena Salmón

Mientras Perú perdía con Francia 1- 0 el 21 de junio que todos recordaremos hasta la muerte, la foto de un niño arrodillado ante la virgen rezando con los ojos cerrados y la camiseta de nuestra selección puesta me llegaba por Whatsapp y terminaba por quebrarme entera: qué gran pena. Perú se despedía del Mundial y no habíamos ganado ni un partido, ni siquiera gritado un solo gol.

Cuando mis hijos llegaron del colegio, el mayor –de 13 años, que además había seguido las Eliminatorias como un hincha fiel, incluyendo un viaje a la Bombonera– me abrazó y se quebró con sollozos. Lloramos juntos, obviamente, y compartimos y habitamos entre lágrimas el que Perú haya quedado fuera.

Sería raro no sentirnos como nos sentimos en este momento: una ilusión se acababa de romper de un solo golpe seco; las expectativas fallidas duelen y no hubo anestesia que valiera contra ese gol de Mbappé.  

La buena noticia es que el mismo fútbol y su condición innata de ser impredecible nos enseñó que el dolor no dura para siempre: qué va, se desvaneció rápidamente con ese golazo de Carrillo que destapó el llanto colectivo, una vez más, pero de felicidad. Continuó con la revancha del capitán, que pudo hacer y celebrar un gol en el Mundial vistiendo la camiseta, y con nosotros desbordados de felicidad. 

Es cierto que hubiese sido lindo si Cueva no hubiese fallado aquel fatídico penal, pero los ‘hubieses’ solo traen tristeza.  

No podemos hacer nada para cambiar lo que pasó. 

Perú jugó lindísimo, pero no sumó los puntos suficientes.  

Así como, lamentablemente, tampoco podemos cambiar el estado del clima, por más que queramos que las nubes grises se abran a nuestra orden y le den paso al sol.  

Si fue justo, si no fue justo, si hubiese entrado el penal, nunca podremos saberlo.  

Lo que sí sabemos es cómo nos hizo vibrar la historia de superación que esta selección nos dio. Todas las alegrías, todas las emociones absolutamente desbordadas.  

Perú se fue con dos goles, una victoria y la hinchada más grande y fiel que en este país se ha visto jamás.  

Lo que Perú ha conseguido no tiene nada que ver con balones.  

Hay un cambio de vibración a nivel de nuestros corazones. No solo eso, también de paradigma mental: ya no somos los siempre perdedores, somos los que la luchamos hasta el final y no nos damos por vencidos, a pesar de cualquier adversidad (desde mates de coca hasta australianos confiados).  

Enfocar nuestra atención hacia lo positivo nos ha permitido sentirnos agradecidos con esta selección que conquistó al mundo (o a los rusos, que son bastantes en el mundo).  

Son pocos los hinchas que el jueves –cuando Perú venció a Australia en el partido con el que hubiésemos querido comenzar nuestra aventura mundialista– no lloraron de alegría o no se sintieron agradecidos. Quisiera creer que no hubo nadie exento de esa felicidad.  

Porque la vida es así: con partidos que ganamos, partidos que casi ganamos, partidos que perdemos y partidos donde nos dan palizas y nos retan a recuperarnos con más esfuerzo.  

No quiero alardear, pero este, por ejemplo, es el mensaje que mi hijo le escribió a la selección cuando perdimos contra Francia (sin saber lo que pasaría con Australia, porque será sabio pero no vidente): “GRACIAS. Nosotros sabemos que lo han dejado todo en la cancha. Gracias por habernos hecho disfrutar, por habernos hecho sentir tantas alegrías… Sabemos que volveremos y más fuertes”.  

¿Alguien lo duda? Yo no.

Esta columna fue publicada el 30 de junio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos. 

MÁS EN SOMOS...

Contenido Sugerido

Contenido GEC