Los investigadores llegaron a la provincia de Esmeraldas para documentar a una de las especies más amenazadas del planeta: el mono araña de cabeza café (Ateles fusciceps fusciceps). En ese momento, su intención sólo era realizar censos poblacionales de la especie en el bosque, hábitat en constante reducción. En la costa norte de Ecuador, la deforestación es una amenaza evidente, empujada por la industria maderera y la agricultura.
Al conocer a las familias campesinas y mestizas de esta área, los biólogos especializados en primates Felipe Alfonso Cortés y Nathalia Fuentes supieron que el origen del problema era mucho más profundo y que afectaba no sólo a los monos araña, sino a los propios habitantes.
“Es una zona de comunidades pobres, aisladas y sin cobertura de necesidades básicas, en donde no hay una presencia fuerte del Estado. Vimos las necesidades económicas que ellos tenían y entendimos el por qué de la deforestación, por qué la necesidad de deforestar”, explica Felipe Alfonso Cortés.
Estas condiciones sociales y económicas que no permitían una calidad de vida estable para los campesinos —incluso para lograr enviar a sus hijos a estudiar—, presionaban a la comunidad a expandir sus cultivos para obtener ingresos o a unirse a la industria maderera para contar con un salario fijo.
“Es un ambiente que se vuelve conveniente. Existe el abandono del Estado y aparecen estas empresas que se vuelven ‘salvadoras’ de las comunidades y que crean esta sensación de que ellas vienen a apoyar, cuando en realidad persiguen sus intereses”, agrega Nathalia Fuentes. Y la mejor muestra es que la deforestación se ha intensificado, cuando menos, durante los últimos 30 años, aseguran Cortés y Fuentes.
Los biólogos comenzaron a pensar alternativas de conservación que funcionaran tanto para los campesinos, como para los monos que, al ser una especie estrictamente arbórea, se estaban quedando sin su bosque. En la búsqueda de una solución se encontraron con el cacao, un cultivo que los campesinos conocían bastante bien.
Construir una alternativa para todos
Los investigadores diseñaron lo que llamaron un Modelo de Matriz Sostenible (MMS), “en donde desarrollamos un vínculo entre la conservación de las áreas de bosques que estas familias tenían dentro de sus tierras, y que son habitadas por el mono araña —junto a otras especies amenazadas como el jaguar y el guacamayo verde mayor, las tres en Peligro crítico de extinción— y el trabajo del cacao nacional fino de aroma, que es un cacao súper pedido fuera del país, por su aroma y su calidad”, explica Fuentes.
Las familias ya eran agricultoras, entonces, la aportación de los biólogos consistió en el fortalecimiento de sus capacidades en temas de fermentación poscosecha del cacao y en la búsqueda de compradores directos que reconocieran un valor adicional en sus productos, por incluir la labor de conservar los bosques. El modelo combina la investigación científica, la educación ambiental y el fortalecimiento comunitario para generar comunidades empoderadas, fuertes e independientes que se conviertan en actores clave en la conservación de sus propios bosques.
“Este cacao tiene toda esta historia detrás porque tanto los agricultores, como nosotros, gracias a los acuerdos socioambientales que hemos desarrollado en conjunto, hemos cumplido compromisos y responsabilidades. Además, nos hemos asegurado de que los compradores del cacao se vuelvan parte del acuerdo social ambiental para que los agricultores tengan un precio mínimo de venta que cumpla con sus derechos, a la vez que nos aseguramos de que los compradores reciban un cacao de excelente calidad”, sostiene la bióloga.
Después de un trabajo de dos años, en 2014 nació Proyecto Washu, una organización enfocada en la conservación de los primates de la costa ecuatoriana —enfocados mayormente en el mono araña de cabeza café y su hábitat, el Chocó ecuatoriano—, a la vez que trabajan de forma colaborativa con las comunidades locales para fortalecer un comercio justo que incentive la conservación de los bosques.
Los monos y el bosque
El Ateles fusciceps fusciceps tiene múltiples nombres dependiendo de la localidad en donde se le observe: mono araña, bracilargo, mono manilargo, mono negro o mono volador. El pueblo indígena Chachi, en la región costera del Ecuador, lo nombró Washu. De allí el nombre del proyecto que lo tomó como bandera.
El mono araña de cabeza café es la especie de primate más amenazada del Ecuador y se encuentra entre los 25 más amenazados del mundo. Tanto la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de las Especies (UICN), como el Libro Rojo de los Mamíferos del Ecuador, lo categorizan En Peligro Crítico de extinción, además, fue incluido en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Según datos del Proyecto Washu, sólo en la región de Manabi, también en la costa ecuatoriana, se estima una población de 350 individuos distribuidos en 22 de los 32 fragmentos de bosque que han censado hasta el 2021. Esto resulta relevante pues, hasta la década del 2000, se estimaba que la población de monos araña era pequeña y rondaba en los 250 individuos.
Su hábitat se encuentra al norte y centro de la región costera del Ecuador, en parches de bosques grandes y continuos. Los integrantes del Proyecto Washu explican que la especie se ha vuelto vulnerable ante los cambios de su hábitat, principalmente, porque basan su dieta en frutos maduros. Esto hace que requieran de áreas grandes y bosques sanos para obtener su alimento. Y ejemplifican: el área aproximada que ocupa un grupo de monos formado por 30 individuos va de 90 a 400 hectáreas.
“Necesitan moverse a lo largo del bosque porque los frutos no se dan uniformemente, entonces, para no competir, hacen una cosa que se llama fisión-fusión: se separan en pequeños grupitos para buscar estos frutos. Luego tienen vocalizaciones de larga distancia para volverse a encontrar. Cuando se encuentran, se abrazan. Son comportamientos muy lindos que nos recuerdan mucho a nosotros, también como primates”, narra Nathalia Fuentes.
Estos monos tienen cuatro dedos que les permiten desplazarse muy rápido en el bosque y, como defecan alrededor de 11 o 12 veces al día en un trayecto de hasta seis kilómetros, resultan unos maravillosos dispersores de semillas. “Son capaces de tragarse semillas súper grandes sin morderlas. Al pasar por el tracto intestinal, además de que no las muerden y no las dañan, sus jugos gástricos hacen que la germinación sea más rápida”, explica la especialista.
Sin embargo, es una especie con un ciclo de reproducción muy lento. Las hembras tienen a sus primeras crías cuando alcanzan entre siete y nueve años de edad, y paren una cada tres años. Posteriormente, la madre amamanta a su cría hasta que cumple tres años, pero esta se queda cerca de ella hasta los seis.
“Tienen un cuidado parental súper alto. Se demoran tres años cuidando a esa primera cría antes de tener a la segunda. Ese es un tiempo largo y, cuando existen estos procesos de deforestación o de cacería, hacen que las poblaciones se puedan disminuir muy rápido”, dice Felipe Alfonso Cortés.
Su hábitat, el Chocó ecuatoriano, está catalogado como uno de los 25 hotspots de biodiversidad del mundo, recuerda la organización. Tiene una cobertura de 260 595 kilómetros cuadrados y se extiende desde Panamá —a lo largo del flanco occidental de las montañas de Colombia y Perú—, y termina en la esquina norte de Perú. Sin embargo, a Ecuador sólo le queda el 2 % del bosque primario de esta región. Tanto la expansión de la frontera agrícola, como la tala legal e ilegal se han identificado como las principales causas de su destrucción.
Crear una reserva privada para los monos no era opción, agrega Cortés, pues se requieren grandes cantidades de dinero para comprar terrenos y protegerlos. Además, como efecto alterno de la compra de tierras “hay gente que no queda satisfecha con la venta y, por la falta de educación financiera, a corto plazo de que se quedaron sin tierra también se quedaron sin ahorros de esa venta. Por eso las reservas privadas, obviamente, tienen el inconveniente de las reinvasiones”.
En la provincia de Esmeraldas se encuentran las extensiones boscosas mejor comunicadas del Chocó ecuatoriano, por ello el Proyecto Washu creó en ese territorio la Estación Biológica Jevon Forest, para continuar con sus actividades científicas y de educación ambiental en torno al bosque y los primates.
A través del monitoreo con cámaras trampa, los especialistas han ampliado su lista de mamíferos terrestres de 12 a 15 especies en la estación. Con ellas han observado a primates y a especies icónicas como el puma (Puma concolor), el pecarí de labios blancos (Tayassu pecari) y el ciervo rojo (Mazama gualea), además de especies más difíciles de encontrar, como el jaguarundi (Herpailurus yagouaroundi) y el perro de monte (Speothus venaticus).
La apuesta de las comunidades
Javier Cedeño asegura que, en los bosques de Tesoro Escondido, al mono araña se le ve paseando tranquilo. A diferencia de otros sitios en el Chocó, allí se ven más monos, pues no enfrentan las amenazas constantes de la cacería y la deforestación. En 2014, en esta comunidad se fundó la Asociación de producción agrícola de cacao nacional para el desarrollo sostenible y la conservación de los bosques Tesoro Escondido (Asoprotesco), organización comunitaria que Cedeño lidera y que fue creada en compañía de Proyecto Washu.
En ese territorio viven seis familias con siete fincas de entre seis y 30 hectáreas, de las cuales entre dos y cuatro pueden estar dedicadas a la siembra orgánica del cacao. Los productores han sido capacitados en temas como educación ambiental, educación financiera y todo lo relacionado a la producción del cacao. Esto se ha logrado a través de diagnósticos ambientales y socioeconómicos con la participación activa de la comunidad, con el propósito de establecer las mejores estrategias y no imponer ninguna de las acciones.
“Ya no mandamos más bosques al suelo, sino que los conservamos. Las fincas están rodeadas de bosque y lo que queremos es que todas estén en conectividad para que los animales puedan tener pasajes, para que vayan cruzando. Este es un cacao aromático con sabor a bosque”, narra el agricultor.
El proceso con el que elaboran el cacao que ha viajado desde Ecuador a países como Inglaterra, Suiza, Francia, Alemania y Estados Unidos, consiste en cuidar la mazorca para que no se dañe, extraer y seleccionar las mejores semillas al picar el cacao, antes de iniciar sus diversos procesos de escurrimiento, fermentación y secado artesanal en marquesinas, no en hornos, como se hace de manera comercial.
“Como ya eran cacaoteros y agricultores, no ha sido un cambio drástico. Ellos son investigadores, les gusta probar técnicas. Si se trataba del tema de fermentar, ellos iban mucho más allá, entonces ya estaban probando qué iban a hacer. Lo que hicimos fue sumar al proceso. En la parte orgánica, dejaron de usar químicos, pero ahora estamos tratando de alimentar más al suelo, entonces vamos a empezar a poner ciertas cosas que le apoyen a producir más”, agrega Nathalia Fuentes.
La remuneración por la venta del producto, sin intermediarios, además de cubrir las necesidades básicas de sus familias, también ha significado la capacidad de inversión en mejoras para sus hogares y las propias fincas.
El trabajo de Asoprotesco se convirtió en inspiración para otra comunidad. En 2019, en la cuenca del río Canandé, ellos mismos visitaron e incentivaron la creación de una segunda organización encabezada por 12 familias agricultoras: la Asociación de Producción Agrícola de Cacao de los bosques del Canandé (Asoproacabosca), cuyo nombre comercial es Asoconcanandé, fundada por las comunidades de Cristóbal Colón y Simón Plata Torres, quienes firmaron los convenios socioambientales y se incluyeron dentro del Modelo de Matriz Sostenible, con el mismo fin de producir cacao, proteger al bosque y a los monos araña.
“Se talaba bastante y la gente vivía de eso. Dentro de la asociación, algunos eran taladores o vendedores de madera que dejaron de hacerlo. Ahorita sólo estamos trabajando en la agricultura y ya no se tumba el bosque. Esa era la cuestión: la gente a veces talaba sin saber que estaba haciendo mal”, explica Marjorie Angulo, presidenta de Asoconcanandé.
Esta comunidad no sabía lo importante que era proteger la naturaleza y mantener los bosques, afirma la agricultora. “Hemos aprendido que debemos cuidarlos por las nuevas generaciones porque, si terminamos con todo en este tiempo, nuestros hijos no van a tener aire puro o en qué trabajar, porque todo estará deforestado y ya no habrá animales. Ya no habrá nada, prácticamente. Esa es la inspiración que tenemos”, agrega Angulo.
A la fecha, este esfuerzo colectivo entre ambas comunidades ha logrado la protección de 558 hectáreas de bosque, mientras que se mantienen 361 hectáreas adicionales de tierras agrícolas, trabajadas con mejores prácticas que ayudan a mejorar las condiciones del paisaje para la vida silvestre.
Al igual que los monos, los agricultores saben que el bosque es su hogar y no se imaginan viviendo en otro lado.
“Es importante proteger el bosque porque es nuestra casa, no podemos decir que nos iremos de la tierra para vivir fuera de ella. Hay muchas personas que tal vez piensan que la ciudad es todo, pero la tierra tiene vida y hay que protegerla”, concluye Javier Cedeño.
Para Proyecto Washu también ha habido aprendizajes clave que han cambiado su visión sobre la conservación y la forma de hacer ciencia. Para los especialistas, involucrar a las comunidades es vital para que los proyectos permanezcan.
“Si no es con la gente entonces no es un proyecto que vaya a ser sostenible en el tiempo. Las reservas que son sólo reservas, se vuelven islas. No son bien vistas por las comunidades o por la gente, y la investigación muchas veces se queda en los papers [artículos científicos] y no trasciende, no tiene un efecto en la conservación. Por eso hemos tratado de vincular y volver integral todo lo que hemos hecho”, concluye Nathalia Fuentes.
Imagen principal: Madre y cría de mono araña de cabeza café (Ateles fusciceps fusciceps), especie bandera del Proyecto Washu. Foto: Proyecto Washu
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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