La tierra luce seca, con un tono café grisáceo, sin un brote de hierba. Así se miran estos campos después de la época de cosecha. Estos terrenos recibieron una carga de agroquímicos para hacer crecer las papas que ahí se sembraron, para mantenerlas libres de plagas y hongos, pero las sustancias que se usaron son tan tóxicas que dejan el suelo inerte.
Ahora que Evaristo Félix de la Cruz tiene un cargo en su comunidad no tiene tiempo para sembrar; además, el precio del maíz —el grano que él suele cosechar— está muy bajo y los insumos muy caros. Por eso, él y muchos de sus vecinos prefieren rentar sus parcelas a los “paperos”, como les llaman a los productores que llegan de otras regiones.
En la comunidad de San Mateo, así como en varias de la zona forestal de Amanalco-Valle de Bravo, en el Estado de México, la renta de tierras para el cultivo de papa es algo común desde hace dos décadas. En este ejido lo es, por lo menos, desde hace 23 años. En la actualidad, los ejidatarios en esta región reciben entre 13 y 15 mil pesos por cada hectárea que se renta.
“Hay años en que los paperos se van a otros lados y también a nosotros no nos conviene rentarles todos los años. Yo, por ejemplo, rento mi terreno una vez y al siguiente le siembro maíz… Aunque sí he notado que la tierra va perdiendo fertilidad con la papa”, explica Félix de la Cruz, presidente del comisariado de la comunidad de San Mateo.
En el cultivo de papa se utilizan hasta 30 químicos distintos para fertilizar el suelo y controlar plagas, secar el follaje y otras hierbas. Usan tantos agroquímicos que “después en los campos no sale ni la hierba”, dice José Manuel Vilchis Vilchis, encargado de monitoreo de agua del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS), en Amanalco.
Producción y contaminación en aumento
En México, de acuerdo con el Sistema de Información Agropecuaria y Pesquera (SIAP) de la Secretaría de Agricultura, la producción de papa se ha incrementado cada año. En 2011, por ejemplo, fue de un millón 433 mil toneladas y en 2020 —los datos más actualizados— alcanzó la cifra de un millón 944 mil toneladas.
Las principales entidades productoras son: Sonora, con 505 907 toneladas y Sinaloa, con 462 mil. Estados como Veracruz, Estado de México y Puebla —que cuentan con importantes zonas forestales— también se ubican en los primeros lugares, pero su producción anual es mucho más discreta. De los tres, sólo Veracruz rebasa las 220 mil toneladas.
En su tesis de maestría, titulada Evaluación del impacto ambiental por el uso de plaguicidas en el cultivo de papa en Guasave, Sinaloa, María del Carmen Cabrera Osuna plantea que en los campos mexicanos que se destinan para la producción de este tubérculo se usan, incluso, agroquímicos que ya están prohibidos en otros países por su toxicidad.
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En el caso de Sinaloa, estado ubicado al noroeste de México, Cabrera Osuna resalta que el uso de plaguicidas químicos ha generado problemas de contaminación en el suelo, agua, flora, fauna y sedimentos, por las descargas de estas sustancias tóxicas a los sistemas lagunares, lo que constituye un factor de riesgo para los ecosistemas terrestres y marinos.
“Desde un punto de vista biológico, los plaguicidas químicos son biocidas: matan a los seres vivos, tanto a organismos plaga como a los benéficos, que controlan naturalmente a otras poblaciones o que son polinizadores”, se lee en la tesis de Cabrera Osuna.
Los daños a suelos y agua
El cultivo de la papa se realiza, sobre todo, en terrenos con pendiente, para poder controlar la cantidad de agua que recibe el tubérculo, ya que el exceso de líquido propicia la aparición de hongos.
Andrés Juárez, coordinador del CCMSS en Amanalco, explica que la siembra en pendiente favorece un mayor drenaje de los terrenos y se evitan los problemas de hongos, “pero también se va un montón de tierra en el camino, contaminada con los agrotóxicos, con lo que se provocan dos graves problemas: erosión y contaminación de los mantos de agua”.
Juárez tiene evidencias de lo que afirma. Como parte de trabajos que se hacen en la región para hacer un manejo adecuado del agua y el paisaje, en ciertas zonas de San Mateo se colocaron barreras físicas para retener el escurrimiento de agua. A los seis meses, cuando ya había terminado la temporada de siembra de papa, los lugares estaban llenos de tierra. Los integrantes del CCMSS calculan que, al año, es posible perder hasta 60 toneladas de suelo por hectárea cultivada de papa.
José Manuel Vilchis, también del CCMSS en Amanalco, recuerda que al final de la pasada temporada de lluvias, pobladores de la región reportaron que en los manantiales que abastecen de agua a la zona se veía una especie de nata. Eso se detectó poco después de una fumigación en un campo de cultivo de papa.
Para saber qué pasaba con el agua, el equipo de CCMSS utilizó la metodología desarrollada por la asociación civil Global Water Watch-México, que impulsa los monitores comunitarios participativos; fue así que realizaron análisis fisicoquímicos, de nutrientes y bacteriológicos del agua de los manantiales de las comunidades. “Los resultados —explica José Manuel Vilchis— nos arrojaron un PH de 6, cuando lo normal para permitir la vida es entre 6.5 y 8.5. Un PH de 6 es totalmente ácido, es prácticamente veneno”.
Los pobladores de las comunidades forestales de Amanalco-Valle de Bravo, poco a poco, han notado los daños que provoca el cultivo de papa al suelo, al agua y a su salud. Muchos de los ejidatarios que rentan sus tierras se enfrentan a un dilema, sobre todo cuando llegan los productores y les ofrecen pagarles la renta de sus tierras. “Las empresas y los paperos aprovechan la necesidad de la gente, les ofrecen un pago por hectárea al año, y como los precios del maíz y otros cultivos están tan bajos, por eso aceptan”, explica José Manuel Vilchis.
Manejo forestal, una barrera de protección
El ejido del Potrero, localizado en la parte alta del municipio de Amanalco, en el Estado de México, el cultivo de papa va en aumento: hace 15 años solo se rentaban entre una o dos hectáreas, en la actualidad ya son más de 100, asegura el comisario Everardo Colín Estrada.
En ese ejido, y aquellos que se encuentran en la región forestal de Amanalco, el aumento en la extensión de los campos donde se cultiva papa se ha dado, sobre todo, en terrenos que antes se destinaban a otros cultivos, como el maíz.
En esta región de Amanalco-Valle de Bravo, una barrera que ha detenido la deforestación y que los cultivos de papa sustituyan a los árboles es el manejo integral de su territorio que realizan 21 ejidos y comunidades de la cuenca de Amanalco-Valle de Bravo. Este manejo consiste, entre otras cosas, en tener un aprovechamiento sostenible de unas 10 mil hectáreas de bosque, pero también en restaurar suelos, mantener manantiales y rescatar sus ríos.
“No se ha deforestado para sembrar (la papa) y no lo permitiremos. La papa se siembra —dice Colín Estrada— en los terrenos que ya estaban dedicados a la agricultura”.
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En la comunidad forestal de San Bartolo, también en el municipio de Amanalco, hace diez años se dejó de cultivar papa, después de sembrar este tubérculo durante tres décadas, justo por el deterioro que provocó en sus tierras.
“Yo era un chiquillo cuando mi papá sembraba papa, la sacábamos y luego sembrábamos maíz, pero la tierra empezó a empobrecerse, ya no daba la mazorca, estaba muy frágil la raíz porque la tierra estaba muy descompuesta ya”, recuerda José Ramírez Reyes, habitante de San Bartolo.
Los pobladores de San Bartolo optaron por la floricultura. “En mi comunidad, en la parte baja, que son las tierras ejidales, 70 u 80 % están dedicadas al cultivo de girasol. También hay quien siembra chícharo, haba. Papa, ya no. La gente ya no quiere sembrar eso. Ya aprendimos. Nos trajo muchos problemas. Solo lo haríamos si se manejara con productos orgánicos, pero en la forma convencional ya no”, reitera Ramírez Reyes.
Explorar otras formas de cultivo
En otra región forestal del país, en Coatepec, Veracruz, las comunidades también están en la búsqueda de opciones, después de padecer la erosión y contaminación que causa el cultivo de papa con agrotóxicos.
Georgina Vidriales Chan, coordinadora de Comunicación, Vinculación y Biomercado de la organización Sendas, que promueve la sustentabilidad y el buen manejo de los recursos naturales, explica que cada vez son más los productores que ya usan bioinsumos y técnicas agroecológicas.
Entre los problemas que enfrentan esos productores, resalta Vidriales, es que el mercado quiere pagarles su producto al mismo precio que el convencional, cuando ellos hacen un trabajo doble porque deben preparar los productos agroecológicos antes de la siembra.
La organización Sendas apoya a productores de papa de Coatepec, en la zona montañosa central del estado de Veracruz, para que migren al uso de bioinsumos y técnicas agroecológicas, pero la tarea no es sencilla. “La gente sí se da cuenta del daño que provocan los agrotóxicos y quiere probar otras cosas, pero la transición es lenta, empiezan con un tercio de hectárea y a eso le van sumando ciclo con ciclo, hasta que ven que tienen buenos rendimientos y su tierra y su agua no se contamina. Ahorita estamos trabajando con cinco productores y están sacando por cada kilo de papa sembrada, siete kilos de cosecha”, asegura Vidriales Chan.
Uno de esos productores es Juan. Él prefiere no dar a conocer su nombre real, porque dice que las empresas que venden los agrotóxicos son poderosas y no les gusta perder mercado, así que teme por su seguridad, sobre todo porque cada vez son más los productores que siguen su ejemplo al comprobar que al utilizar insumos ecológicos se ahorra dinero y se tiene un buen rendimiento.
“Hace cuatro o cinco años que yo y mi familia optamos por sembrar la papa sin agrotóxicos y con prácticas que no dañen el suelo y el agua. Nosotros preparamos los bioinsumos que utilizamos, así que nos anticipamos a la época de siembra, que acá inicia desde febrero, para empezar a prepararlos, desde septiembre”, cuenta.
Entre los bioinsumos que él y su familia preparan está el bocashi, un abono orgánico fermentado que, de acuerdo con información de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es capaz de fertilizar a las plantas y al mismo tiempo nutrir la tierra.
Juan explica cómo preparan el bocashi: juntan el estiércol de sus animales, ya sea de vaca, oveja o caballo; después le agregan rocas molidas, bagazos de caña, restos de otras cosechas, melaza y otras cosas. Cada tres o cuatro días, esa mezcla se debe remover. El proceso dura 40 o 60 días, “por eso empezamos a prepararlo desde septiembre, para en febrero tener unas seis o siete toneladas de bocashi”.
Para combatir las plagas que afectan el cultivo de papa, los productores que optan por ya no usar agroquímicos elaboran sus propios insumos. Para eso usan el capulín (fruto del árbol del mismo nombre), hierbas aromáticas, chile, ajo, cebolla, vinagre y aguardiente.
Además de no usar agroquímicos, Juan y su familia también adoptaron prácticas de siembra que son más benignas con el suelo. Por ejemplo, los surcos los hacen de acuerdo a las condiciones de pendiente del terreno y con ello evitar que el agua erosione el suelo.
El agricultor explica que estas técnicas las utilizan en dos hectáreas de terreno donde, por cada caja de papa sembrada, obtienen siete, con tubérculos de buen tamaño y más sanos para los consumidores. “Con las prácticas tradicionales de uso de agrotóxicos por cada caja de papa sacan unas 10, pero por todo lo que le meten, las papas son más agua que nutrientes”.
Además, está el ahorro que obtienen al no comprar agrotóxicos. “El fertilizante convencional está muy caro. Para hacer el bocashi —explica Juan— tengo el estiércol de mis animales, guardo capulín de la cosecha, solo gastó en la melaza y en la roca molida. Es una oportunidad para que los demás migren a estos productos. Varios vecinos ya lo están haciendo, pese al trabajo extra que implica”.
Juan admite que es difícil que le paguen un precio justo por su papa. “El mercado no aprecia todavía estos productos. Lo quieren pagar igual que el que se cultiva con agrotóxicos. Nosotros vendemos el kilo a 20 pesos y hay veces que la normal llega a ese mismo precio o más, así que la diferencia no es mucha”.
Mientras la población se da cuenta de que es mejor optar por los productos cultivados de forma agroecológica, en los campos de San Mateo, en el municipio de Amanalco, ha empezado ya la siembra de papa, un ciclo más en el que cada terreno terminará con suelos erosionados y con una carga de agroquímicos.
* Imagen principal: Producción de papa en Perote, Veracruz. Foto: Óscar Martínez.
El artículo original fue publicado por Andrea Vega en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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